Eternamente Efímero

XL

Quedaban un poco más de seis meses para que David se graduara. Había retomado la costumbre de practicar lo que había aprendido tomándole fotos a Lucas todo el tiempo. El repertorio de fotografías de su novio crecía un poco más cada día.

—¿Podrías dejar de tomarme fotos y ayudarme a empacar? —reprochó Lucas mientras doblaba un par de camisetas y las guardaba dentro de una maleta. David rió. —¿Qué es tan gracioso?

—Nada —contestó con una sonrisa.

Lucas suspiró y puso sus ojos en David.

—Si dejo que me tomes una última foto, ¿me ayudarías a empacar al fin?

—Está bien... Pero quítate la camiseta.

—¡David! —gritó Lucas, haciendo que su novio se echara a reír.

—Solo bromeaba —dijo, aún entre risas—. Ya te voy a ayudar, cálmate.

Su vuelo partía a las dos de la tarde, y si todo salía bien, estarían llegando a Melbourne luego de unas 26 horas de recorrido. Fátima había insistido que llegaran unos días antes de la boda por razones poco comprensibles para Lucas, pero de cualquier forma había accedido a la petición de su amiga.

David durmió durante gran parte del viaje, mientras que Lucas se dedicó a ver el 90% de las películas del repertorio que ofrecía la aerolínea. Al llegar, con el peso del cansancio encima y la confusión del cambio de horario, tomaron un taxi. El recorrido en el vehículo duró unos veinte minutos, hasta que al fin llegaron a su destino. Les parecía mentira el hecho de estar parados justo en frente de la casa que compartían Rebeca y Fátima. Había sido un viaje tan extremadamente largo que en un punto habían empezado a ver su llegada como algo demasiado lejano para ser verdad. Pero ahí estaban, finalmente. David tocó el timbre de la puerta. No pasaron más de cinco segundos cuando su hermana apareció frente a ellos con una gran sonrisa en el rostro.

—¡Hola! —exclamó con emoción, acercándose a David para abrazarlo con fuerza—. No puedo creer que estés aquí. Te he extrañado mucho.

—La última vez que nos vimos fue en Navidad, Rebeca.

—Sí, pero eso fue hace mucho.

—Fue el año pasado.

—Exacto.

—¿Cuándo vas a dejar de ser tan dramática? —señaló David luego de soltar una risa

Rebeca entrecerró los ojos y lo miró con rechazo. Después trasladó su atención a Lucas.

—Hola —dijo la chica con más calma, para acercarse a él y abrazarlo—. Estoy muy feliz de que estés aquí. Vengan, pasen.

La rubia se movió de su lugar, dándoles espacio para que entraran a la casa con sus maletas. Lucas y David observaron todo a su alrededor. No era una casa enorme, pero era bonita, perfecta para ellas. Todo se veía limpio y ordenado. Habían amoblado el lugar con un estilo bastante moderno. Un escalofrío recorrió la espalda de Lucas al sentir algo moviéndose entre sus piernas. Bajó la mirada para encontrarse con un precioso gato persa que lo miraba con desdén, o al menos así le pareció a él. Siempre había creído que los gatos, y especialmente aquella raza en particular, miraban todo y a todos con recelo, como si odiasen al universo. Sin embargo, a pesar de todo, no podía negar que la criatura que se encontraba junto a sus pies era increíblemente majestuosa y agraciada. Su pelaje era rubio y sus ojos verdes. La forma en la que daba cada paso con sus patitas peludas la hacía ver refinada e incluso un poco engreída.

—Hola, Elsie —dijo la chica con ternura, tomando al animal entre sus brazos.

—¿Este es el gato que nos mostraron hace unos meses en la videollamada? —exclamó David.

—Gata —corrigió Rebeca—. Y sí, lo es. Ha crecido mucho, ¿verdad?

La chica acarició a su mascota un poco y después la puso de pie en el suelo de nuevo. La gata se alejó lentamente.

—Nunca pensé que ustedes fueran chicas de gatos, creía que eran más de perros —señaló Lucas.

—Nosotras también —habló la rubia—. Pero Elsie nos enamoró desde el primer momento en que la vimos. No pudimos resistirnos, y bueno, aquí estamos. Además, los gatos no requieren tanta atención como los perros, así que son buenas mascotas para personas que no tienen todo el tiempo del mundo para atender a una criaturita peluda.

—Es cierto —comentó David—. Los perros son como bebés, solo que nunca crecen. Debes cuidar de ellos toda la vida.

—Exacto.

—Ya que estamos hablando de bebés, ¿no han pensado en tener uno algún día? —preguntó Lucas.

Rebeca se echó a reír mientras los dos chicos la miraban con curiosidad.

—¿Acaso no nos conoces? —exclamó la chica—. Si algo ha estado claro entre nosotras desde que comenzamos a salir es que ninguna de las dos quiere tener hijos. No me malinterpreten, los niños son maravillosos, pero criar pequeños no es lo nuestro realmente.




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