Eternamente Efímero

XLI

—¿Estás nerviosa? —preguntó Lucas.

La boda se llevaría a cabo en la playa. Fátima y Rebeca habían alquilado un par de cabañas de un hotel, las cuales estaban dispuestas para la estadía de sus invitados durante un par de días. En ese momento, las chicas se encontraban cada una en una cabaña diferente, arreglándose para el gran momento. Fátima estaba de pie frente a un espejo. Se dio la vuelta para ver a su amigo, y aunque no habló, su mirada lo dijo todo.

—No deberías sentirte así, estás segura de tu decisión, ¿no? —añadió Lucas.

—Sí, claro que lo estoy. Pero no es eso. Creo que tengo miedo de que algo salga mal.

—Todo va a salir perfecto —intervino Julián, quien estaba sentado junto a Lucas—. Y aunque no fuera así, solo vinimos familiares y amigos. Lo único que todos aquí queremos es presenciar su unión y que sean felices juntas. Lo demás no importa, o al menos no debería importar.

—Gracias —dijo la chica con una pequeña sonrisa en el rostro.

Los tres habían pasado por muchas cosas juntos y el aprecio que se tenían era inimaginable. Lucas sintió, en ese instante, que aquel memorable momento en la vida de su amiga era la epítome de todos los buenos recuerdos que había creado en compañía de esos dos chicos.

—Te ves preciosa —dijo Julián, rompiendo el silencio.

—Gracias —habló Fátima, sonriendo y bajando la mirada, para después ver a sus amigos de nuevo—. Hace mucho no usaba lentes de contacto. Me siento extraña.

—Podrías simplemente usar tus gafas de siempre —comentó Lucas.

—Claro que no —exclamó la chica.

Los dos muchachos rieron frente a la respuesta de su amiga.

—Bueno, tienes unos diez minutos antes de que todo empiece —dijo Lucas—. Así que, ¿qué quieres hacer?

—¿Alguien podría traerme una pizza? —pidió ella, sacándole risas a sus amigos una vez más.

 

 

Del otro lado del lugar, en una cabaña idéntica a donde se encontraba su prometida, Rebeca se acomodaba el vestido frente al espejo por enésima vez.

—¿Me veo bien? —preguntó, dándose la vuelta para ver a su hermano.

—Te ves hermosa —respondió él—. Hablo en serio, nunca te había visto tan bonita como hoy.

Rebeca sonrió y después soltó un suspiro.

—No sé por qué estoy tan asustada —comentó, mirándose de nuevo en el espejo.

—Yo tampoco. Ya han vivido juntas por mucho tiempo, ¿no? Creo que ambas están más que seguras de esta decisión.

—Exacto. Es solo que... quién sabe. Supongo que este día es tan importante que no puedes evitar sentirte nervioso. Es como si la magnitud de la ocasión te generara nervios incluso cuando en realidad no deberías tenerlos en lo absoluto.

David asintió. Había escuchado a su hermana con detenimiento, y por alguna razón, comprendía su posición completamente. Nunca lo había vivido, pero lo entendía.

Alguien tocó a la puerta, y los dos caminaron hacia ella para abrirla. Un hombre de cabello castaño apareció frente a ellos, mirándolos con algo de nostalgia en el rostro. Un escalofrío recorrió el cuerpo de ambos.

—¿Papá? —exclamaron al unísono.

—Hola —respondió él, esbozando una sonrisa nerviosa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Rebeca.

—Tú me invitaste, ¿no?

—Sí, pero no pensé que vinieras.

—No quería perderme este día tan importante para ti —habló el hombre y luego hizo una pausa—. Nunca me contaste que tenías una novia.

—Bueno, creo que sabes que hubo muchas cosas que nunca te conté, y estoy segura de que también sabes la razón.

El hombre frente a ellos suspiró.

—Sé que no he sido el mejor padre para ninguno de los dos —dijo, alternando su mirada entre Rebeca y David—. Y después de la muerte de su madre me di cuenta de que me había quedado sin nada. Me di cuenta de que los había perdido a los dos, y a ella también. No tenía a nadie, y todo por querer ganar dinero y no haber visto lo que tenía frente a mí. Cuando me llegó la invitación a tu boda quise aprovechar la oportunidad para verlos y disculparme por no haberlo dado todo de mí con ustedes. Me perdí los momentos más importantes de sus vidas por las razones más estúpidas. No quiero perderme un minuto más... Rebeca, espero que puedas darme el honor de ser quien te lleve al altar.

—Gracias por haber venido, papá —dijo la chica—. Pero, con todo respeto, me gustaría que David me acompañara. Él ha estado conmigo incluso cuando nadie más lo estaba, así que quiero que sea él quien lo haga.

—Entiendo —murmuró el hombre, decepcionado.

—Pero eso no significa que no te haya perdonado —agregó Rebeca, y los ojos de su padre se iluminaron con esperanza—. Recuerdo que cuando estaba pequeña pensaba que eras el mejor padre del mundo, y sé que tenía razones para creerlo. Aprecio mucho que hayas venido hoy y me gustaría que regresaras a mi vida.




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