Eternamente Efímero

XLIII

El viaje de Fátima terminó retrasándose unos meses, así que esperaron más tiempo de lo previsto para visitar al hijo adoptivo de Julián, lo cual al final fue positivo, pues se le dio más tiempo al pequeño para que se adaptara a su nueva vida antes de conocer a un grupo de completos extraños.

Lucas tocó el timbre de la puerta principal. David, Rebeca y Fátima se encontraban de pie junto a él. Rebeca sostenía un gran oso de felpa en las manos. Al cabo de unos segundos, Julián apareció frente a ellos con una gran sonrisa.

—Pasen —dijo, mientras se apartaba del umbral de la entrada para darles paso al interior del apartamento.

Los cuatro chicos solo habían visitado a Julián una vez hacía varios meses. El departamento definitivamente contaba con mucho más espacio del que necesitaba una sola persona, y aunque ya eran dos sus ocupantes, este seguía siendo increíblemente espacioso. Se adentraron cada vez más hasta llegar a la sala. Entonces, un pequeño niño de grandes ojos cafés apareció en el campo de visión de los jóvenes. Corrió hasta Julián y se abrazó a su pierna, mirando a los invitados con timidez.

—Ellos son mis amigos, de los que te había hablado, ¿recuerdas? —El pequeño no dijo nada y tampoco se movió de donde estaba.— ¿Viste lo que te trajeron, Alejo?

El niño dirigió su atención al oso de peluche que estaba entre las manos de Rebeca, y finalmente soltó la pierna de Julián para comenzar a caminar hacia ella lentamente.

—Hola, precioso —dijo la chica con una sonrisa. El pequeño extendió los brazos para tomar lo que ella estaba sosteniendo entre sus manos—. ¿Te gusta?

Alejandro asintió con la cabeza.

—Me alegra que te guste —comentó Rebeca—. Aunque, bueno, ya tenía el presentimiento de que te agradaría. Julián nos dijo que te gustaban los osos de felpa.

El pequeño alzó la mirada para ver a Julián, quien le sonrió.

—¿Cómo te llamas? —habló finalmente Alejandro, con una voz dulce y aguda.

—Me llamo Rebeca, es un placer conocerte —dijo la chica, ofreciéndole la mano al niño, quien la tomó con confianza.

—¿Y tú? —preguntó el pequeño, trasladando su mirada a Lucas.

—Yo me llamo Lucas, y también es un placer conocerte —exclamó el joven, sonriendo.

El niño le repitió la pregunta a David y a Fátima, quienes lo saludaron con grandes sonrisas. En ese punto ya todos se encontraban en cuclillas, intentando igualar la altura del pequeño.

—Me gustan tus gafas —comentó Alejandro, dirigiéndose a Fátima.

—Gracias.

—¿Puedo probármelas?

—Claro —respondió la chica, muy sonriente—. Pero te aviso que vas a marearte.

Fátima se retiró los lentes y se los entregó a Alejandro, quien se los puso, para quitárselos en cuestión de segundos.

—¡Qué horror! —exclamó el pequeño, haciendo que todos rieran por lo bajo.

—Te dije que te ibas a marear —señaló Fátima entre risas.

—¡Oye, no te burles! ¡Casi muero!

La chica rió otra vez y el niño la miró con desdén, entrecerrando los ojos.

—Ya, no te enojes conmigo —dijo, haciendo un puchero y extendiendo los brazos a ambos lados, esperando que el pequeño aceptara su abrazo. Y al final lo hizo. 

Pasaron toda la tarde jugando con el pequeño Alejandro, quien poco a poco comenzó a sentirse cada vez más cómodo y seguro con la compañía de los chicos.

 

 

Las visitas de Fátima, Rebeca, David y Lucas se hicieron cada vez más frecuentes con el paso de los meses, tanto así, que Alejandro empezó a forjar lazos fuertes con los cuatro muchachos, quienes lo trataban con un inmenso cariño y ternura. A veces, cuando Julián tenía que salir, dejaba al pequeño con alguna de las dos parejas. A él le gustaba quedarse con Rebeca y Fátima porque le encantaba acariciar a Elsie; aunque también disfrutaba pasar tiempo en el penthouse de David y Lucas, viendo películas y obligándolos a correr tras él por todo el lugar a manera de juego. A pesar de que los dos muchachos quedaban completamente exhaustos después de un día de cuidar a Alejandro, disfrutaban tenerlo en el penthouse y pasar tiempo con él.

No se dieron cuenta en qué momento había transcurrido el tiempo. Los meses pasaban, hasta convertirse en un año entero, y cada vez desarrollaban más afecto por aquel pequeño, quien poco a poco había logrado ganarse sus corazones. Había conseguido despertar instintos maternales en Rebeca y Fátima, los cuales ni siquiera ellas mismas sabían que tenían. En cuanto a Lucas, aunque en el pasado no contemplaba con mucho entusiasmo la idea de tener bebés, el tiempo que pasaba con Alejandro comenzó a hacerlo cambiar de opinión. A pesar de toda la energía que tenía el pequeño y sus deseos de jugar en todo momento, era un ser puro e inocente, lo que hacía que Lucas, de alguna manera, se sintiera en paz estando en su compañía. David, por su parte, había quedado completamente encantando con el niño desde la primera vez que lo vio. Alejandro solo hizo que creciera su deseo por tener hijos, y ver a Lucas cuidar del pequeño con tanto entusiasmo lo animaba aún más.




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