Lucas salió más temprano del trabajo. Ya que era su propio jefe, no estaba obligado a ceñirse a un horario estricto, por lo cual terminar la jornada antes de lo habitual no significó ningún problema para él. Había hablado con David por la mañana, y le había confirmado que llegaría en horas de la tarde.
Se despojó del traje que llevaba puesto para ponerse unos jeans, un par de tenis y una camiseta. Miró el reloj digital que yacía sobre la mesita de noche. El tráfico y la distancia hasta el aeropuerto implicaban una demora de aproximadamente una hora en el recorrido, así que decidió salir de inmediato para evitar cualquier percance. Tomó las llaves del auto y empezó a caminar hacia la puerta. Entonces recibió una llamada. Siguió caminando mientras contestaba. Al alargar el brazo para acercarse a la cerradura, escuchó la voz de Rebeca. La chica del otro lado de la línea no paraba de llorar.
***
Lucas estaba acostado boca arriba sobre la cama, aún intentando procesar la llamada que había recibido hacía 20 minutos. Las palabras que Rebeca había pronunciado en medio de fuertes sollozos se repetían una y otra vez en su cabeza:
"Lucas, él... David... murió. El avión se accidentó y él no sobrevivió."
Esa frase fue suficiente para derrumbar con violencia toda la vida de Lucas. Ahora, recostado en la cama con la vista fija en el techo, sentía que el colchón lo consumía poco a poco, absorbiendo su energía vital con cada segundo que pasaba. No había derramado ni un lágrima hasta el momento. Toda la situación le parecía irreal. Aún no lo había asimilado, y tampoco deseaba hacerlo. Si por él fuera, se quedaría en la negación de por vida. Rebeca se había despedido asegurándole que estaría ahí al día siguiente. Se suponía que ambos debían ir a la morgue para retirar el cuerpo y poder llevar a cabo el funeral. La vida podía llegar a ser dolorosamente despiadada en algunas ocasiones. Tener que ver el cuerpo sin vida de una persona a la que tanto amas era increíblemente cruel. Por un momento, Lucas pensó en los médicos forenses o los embalsamadores de cadáveres. ¿Acaso la muerte acaba convirtiéndose en algo completamente ordinario para aquellos que la presencian con proximidad cada día de sus vidas? Probablemente sí.
Rebeca cumplió su palabra. En la noche del siguiente día se encontraba tocando el timbre de la puerta del penthouse. Lucas abrió y la vio de frente. Tenía los ojos rojos y un poco hinchados. Llevaba el cabello en un rodete desordenado y no tenía nada de maquillaje en el rostro, algo extraño en ella, pues adoraba maquillarse todos los días, sin importar cuánto tiempo le tomara hacerlo. Estaba usando unos pantalones de yoga, una sudadera y un par de tenis. Su apariencia desgarbada, la cual era inusual en ella, dejaba en evidencia el hecho de que se encontraba en un estado emocional precario. Tan pronto vio a Lucas se abalanzó sobre él y lo abrazó mientras lloraba. El chico también la rodeó con los brazos, apretándola contra su pecho. Se quedaron así un rato, ambos en silencio, exceptuando los sollozos de Rebeca. Una vez la chica logró calmarse un poco, se separaron.
—No puedo creer que esto esté pasando —murmuró Rebeca, secándose las lágrimas con los dedos—. Nada de esto parece real.
Lucas se quedó en silencio. Simplemente hizo un ademán, indicándole a Rebeca que pasara. Cada vez que una fuerte mezcla de sentimientos arrasaba con su interior, era como si todas las funciones de su cuerpo, con excepción de las estrictamente necesarias, se bloquearan en el acto. Se quedaba en un estado de shock, actuando inconscientemente, como un robot manejado a control remoto.