Los meses pasaban y Lucas aún no hacía ningún cambio en su rutina. Sus amigos continuaban visitándolo habitualmente, intentando sacarlo del letargo en el que se encontraba, pero sus intentos eran inútiles. Había tenido que asignar a alguien para que lo suplantara en el trabajo, pues las cosas no podían simplemente arruinarse solo porque él no estaba ahí. Estaba mucho más delgado y su rostro se notaba pálido.
Un día estaba intentando echarse una siesta cuando el ringtone de su celular lo interrumpió. Contestó con desgano. Era la mujer del centro de adopción otra vez, llamando para confirmar una cita programada para el día siguiente. Lucas estaba confundido, él no había agendado otra cita... Sin embargo, no tuvo que pensarlo mucho para llegar a la conclusión de que Fátima probablemente lo había hecho aquel día que lo visitó hacía seis meses, y la había programado a largo plazo. La mujer del otro lado de la línea lo sacó de sus pensamientos, preguntándole si aún seguía ahí. Él contestó y confirmó la cita.
El día siguiente se levantó con pesadez y se dio una ducha. Encontró, en el baño, una base de maquillaje que Fátima había dejado ahí hacía aproximadamente dos años. Decidió aplicarse para intentar atenuar un poco las ojeras y ocultar ligeramente la falta de color en su piel. Se miró en el espejo y caminó fuera de la habitación. No se veía completamente pulcro y sano, pero estaba presentable. Tomó las llaves del auto y cruzó la puerta principal, saliendo del penthouse por primera vez en seis meses.
Entró al centro para encontrarse con una mujer robusta y bajita de tez morena, la cual se presentó como Dolores. Se dirigieron a su oficina, donde le explicó al chico todos los pasos que hacían parte del proceso de adopción. Al finalizar, Dolores tomó una ruta diferente para salir del lugar, y Lucas solo la siguió en silencio. Caminaron frente a un parque en el que varios niños corrían, gritaban y reían. Lucas se quedó observando aquella escena. Por primera vez en seis meses sintió algo de paz en su interior. Sus ojos se trasladaron de un niño a otro mientras veía cómo se divertían. Pero entonces se detuvo para centrar su atención en una pequeña que se había quedado mirándolo a él también. Su piel era trigueña; su cabello, rizado; y sus redondos ojos, azules grisáceos. Era preciosa.
—¿Qué pasó con ella? —preguntó Lucas sin apartar sus ojos de la niña.
Dolores vio a la pequeña y después centró su atención en Lucas de nuevo.
—Tiene cuatro años y sus padres murieron cuando apenas había cumplido un año —respondió—. No recuerda nada de ellos.
—Eso es horrible —comentó Lucas, volviéndose hacia la mujer. Cuando regresó su mirada a la pequeña, ella se encontraba a unos centímetros de él, mirándolo con curiosidad.
—Hola —exclamó con voz aguda.
—Hola —contestó Lucas, agachándose para quedar a la altura de la pequeña—. ¿Cómo te llamas?
—Maia —respondió ella.
Lucas abrió un poco los ojos y se quedó mirando a la niña un momento. Sonrió. Lo tomó como una coincidencia, aunque en el fondo quería creer que había algo más allá que solo el azar.
—Qué lindo nombre —señaló al fin.
—Gracias. ¿Y tú cómo te llamas?
—Lucas.
—Me gusta ese nombre. Tengo un amigo que se llama así.
—¿En serio?
—Sí. ¿Quieres conocerlo? Puedes jugar con nosotros si quieres.
El chico levantó la mirada, buscando los ojos de Dolores, quien se encontraba a unos metros de ellos, observando la escena. Lucas esperó algún tipo de aprobación por parte de la mujer, pues después de todo, ella era la encargada del lugar. Dolores asintió con la cabeza, esbozando una sonrisa sin mostrar los dientes. Entonces Lucas se puso de pie. Maia tomó de su mano y lo guió hacia el parque.
Lucas jugó con Maia y algunos de sus amigos durante toda la tarde. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que había sonreído y disfrutado tanto. Cuando comenzó a caer la noche, varios funcionarios del lugar empezaron a llamar a los niños, indicándoles que se alistaran para ir a dormir. La pequeña Maia bostezó y se frotó los ojos con las manos. Su cabello había quedado completamente despeinado después de tanto correr y revolcarse en el césped. Miró a Lucas con ese par de ojos que le habían quitado el aliento la primera vez que los vio.
—Adiós, Lucas —dijo, abrazándolo—. ¿Vas a venir otra vez?
—Sí, claro —respondió él sonriendo.
La pequeña le regresó la sonrisa y se alejó, adentrándose en los corredores del lugar. Lucas caminó hacia la oficina de Dolores, quien estaba sentada en su escritorio usando un par de gafas mientras revisaba varios papeles que se extendían sobre la mesa. El chico entró con cautela.