Eternamente Efímero

LI

La adopción es un proceso largo en el que se debe evaluar minuciosamente a los adoptantes y sus vidas con el fin de saber si son aptos para cuidar a un niño y darle todo lo que necesita, tanto en términos económicos como afectivos, y aunque Lucas sabía eso, contaba los días para al fin tener a la pequeña Maia en casa con él. A medida que el tiempo pasaba y no obtenía respuesta alguna, se iba dejando abrumar por la desesperanza. Visitaba a Maia y pasaba tiempo con ella todas las tardes, a excepción de algunas semanas en las que sólo podía verla dos o tres días debido a la gran cantidad de trabajo que tenía. Entre mayor fuese la frecuencia con la que la veía, más impaciente se sentía. La espera lo estaba enloqueciendo. A veces pensaba que le iban a negar la adopción por cualquier razón y  entonces tendría que dejar atrás a aquella pequeña que había logrado llenar su corazón de alegría y ternura con tan sólo sonreír. Quería cuidar de ella todos los días y verla crecer. Solo esperaba que la vida no le quitara esa oportunidad...

Todavía extrañaba a David. Aún lloraba en las noches; sin embargo, no con la misma frecuencia con la que solía hacerlo antes. A veces, al cerrar sus ojos, llegaban recuerdos que hacían que su humor decayera. La imagen de David no había abandonado su mente, lo cual, para él, era tanto bueno como malo. Era positivo por el hecho de que aún recordaba a David con claridad; aún recordaba cada detalle de su rostro y su cuerpo; aún recordaba su voz y su risa. En parte se sentía feliz por no haber olvidado ni la más mínima cosa acerca de él y mantener su recuerdo de una forma tan vívida. Por otro lado, aquellas imágenes traían mucho dolor. Algunas veces sentía que él aún estaba ahí; otras, simplemente lo extrañaba tanto que se echaba a llorar. Pero, a pesar de todo, se estaba esforzando por seguir adelante. Ya había logrado salir del penthouse. Había regresado al trabajo y salía con Fátima y Julián casi todos los fines de semana. Su aspecto físico se notaba mucho más saludable. Las cosas no estaban perfectas, él no se sentía completamente bien aún, pero estaba mejorando con el tiempo. Intentaba vivir un día a la vez y disfrutar lo que la vida le ofrecía, sin preocupaciones, con tristeza de vez en cuando, pero con expectativa por el futuro.

 

Luego de ocho meses de haber iniciado el proceso de adopción, finalmente recibió una llamada. Contestó con emoción y escuchó la voz de Dolores del otro lado de la línea, informándole que todo había sido aprobado y podría recoger a Maia el día siguiente. Él le agradeció mientras sonreía. Hacía mucho no se sentía tan feliz como en aquel momento.

Se despertó con entusiasmo, algo inusual en su comportamiento. Desayunó y se arregló con rapidez.  A pesar de que tenía que esperar unas horas, pues se suponía que debía recoger a Maia a las 5 de la tarde, la emoción que sentía no le había permitido quedarse en cama durante más tiempo. Revisaba el reloj cada cinco minutos con impaciencia. Cuando al fin llegó la hora, subió al auto y condujo hasta el centro. Mantuvo el radio encendido durante todo el recorrido, cantando con energía, y al pie de la letra, cada canción que transmitían.

Al llegar, saludó a Dolores con una gran sonrisa en el rostro. La mujer le regresó el gesto y le indicó que esperara en su oficina. Él se sentó en una de las sillas del otro lado del escritorio. Al cabo de unos minutos, Dolores cruzó la puerta. Se ubicó frente a él, acompañada de Maia, quien llevaba un pequeño morral color amarillo pastel colgado en los hombros. La mujer sostenía una maleta color verde menta, decorada con taches y calcomanías de distintas figuras, en su mano izquierda; y con la derecha sujetaba la manita de la niña. Lucas miró a Maia y movió la mano en señal de saludo, algo que ella hizo también. Dolores le indicó al chico que firmara un par de documentos más antes de irse. Una vez estuvo todo listo, Lucas se despidió de Dolores con un abrazo, agradeciéndole por todo. Tomó la mano de Maia y le ayudó a llevar, tanto la maleta verde como el pequeño morral amarillo. Caminaron por el corredor principal hacia la salida.

—¿A dónde vamos? —preguntó la pequeña.

—A casa —respondió Lucas.

Maia lo miró con confusión e incredulidad.

—Yo no tengo una casa —habló, haciendo que el corazón del chico se apesadumbrara un poco.

—Ahora sí la tienes.

La pequeña abrió los ojos y puso los labios en una "o", para después abalanzarse sobre las piernas de Lucas, abrazándolo. Él dejó las cosas que llevaba en el suelo por un instante para agacharse y cargar a Maia, dándole un abrazo.

Lucas abrió la puerta y le indicó a la niña que pasara. Al principio entró con timidez, pero después empezó a recorrer el lugar, observándolo todo con curiosidad.

—¿Quién es él? —preguntó la pequeña, señalando una fotografía en la que aparecían Lucas y David, sonriendo en uno de sus viajes. Lucas suspiró al percatarse de a quién se refería.




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