Él
Es la mujer más preciosa que he visto en mi vida. Y no debería estar pensando esto de mi cliente, la mujer que hirió deliberadamente a un oficial con un baguette. Pero es que su belleza aparenta ser de otro mundo.
Hace un mes que la vi, un mes que tuve su caso, un mes que vi su rostro sonrojado porque le mostré aquella fotografía que me arrebató, pero que desde luego no sabe que todavía preservo.
Sí, le saqué una copia. Un poco enfermo, tal vez, pero esta es una conducta única y no repetitiva.
Bajo del auto mientras trato de recordar con quien es mi próxima reunión. Estadísticamente los delitos aumentan en el mes de Diciembre. El mes del nacimiento de Jesucristo es cuando más hacen cosas que no son de su agrado.
¿Han visto? Niego y me quito las gafas al entrar al edificio repleto de oficinas. No me termino de acostumbrar en lo absoluto a estos pupilentes de aumento. Me pican los putos ojos, se me irritan al llegar la noche y tengo que vivir aplicándome unas putas gotitas de mierda que me hacen la vida cuadros.
—Hola, Bruno —yo asiento ante el saludo con una sonrisa.
—Martha… ¿qué tal tus nietos?
—Pues, pañales cagados y biberones rancios, podría ser mejor, sin dudas —me río y niego mientras entro a mi oficina y me encuentro a una melena rubia muy conocida.
Siento que mi estómago cae al vacío mientras mi corazón responde tan rápido a los latidos que yo mismo me impresiono.
Ella se gira y con esa gran sonrisa que me mira, casi me derrite y me pone de rodillas frente a ella.
—Aurora —inquiero cuando asimilo que está frente a mí—. ¿En problemas con otro oficial?
Ella se carcajea, desde luego de la manera más simpática y elocuente. No se parece en nada a la pequeña desquiciada que saqué de la cárcel por golpear a un policía con un trozo de pan de aceite de oliva.
—No… no es precisamente por eso por lo que vine —me detalla a la perfección cuando dejo mi maletín a un lado, observa cada movimiento con ojo crítico.
—Entonces ¿a qué viniste? —cuestiono mirándola.
—No dejo de pensar en ti —suelta como si nada, yo tengo que asegurarme de haber escuchado bien.
—¿Qué?
—Que no dejo de…
—Que lo he escuchado, solo que no… —las palabras mueren en mi boca cuando ella se levanta y en menos de un segundo, rodea mi escritorio, se pone de puntillas entre tanto su brazo me rodea el cuello y me planta un beso de lo más inocente.
—Si me interrumpes, que te interrumpo yo —lo dice una vez que se aleja de mí. Pero huele tan bien que mis manos toman consciencia propia y la pego a mi cuerpo para tener más de ese beso.
Cuando mi boca se aferra a la suya, no es un simple roce de labios como el que ella hizo conmigo, sino más bien un beso donde pretendo devorármela por completo. El dulce gemido que brota de su garganta cuando apreso su regordete labio inferior entre mis dientes me hace separarme de ella… necesito respirar y que no note el problema que tengo en el pantalón.
—No solo soy yo… ¿eh? —me pregunta y su voz tiene algo, joder… que tiene algo.