ÉL
—¿Estás seguro de que puedes costear esto? —la pregunta de Aurora me saca una sonrisa. Y acto seguido me acerco a ella para dejar un beso sobre su cabeza.
—Princesa, puedo comprar el hotel si me apetece —le respondo y esta rueda sus ojos para seguirme con su silla de ruedas eléctrica. No tiene fuerzas para rodarla con sus brazos así que quisimos que se sintiera lo más independiente posible.
Lo que ella no sabe es que he reservado la planta completa para su mayor comodidad, lo que menos deseo es que se sienta incómoda. Ella se gira en busca de cualquier cosa y yo me le quedo mirando.
Lo que siento por dentro, mierda… lo que advierto cada vez que la miro. Escuchar su voz revoluciona mi corazón y lo hace latir a una velocidad como si estuviera saliendo de correr un maratón.
Ya caí por ella, tan evidente y fuerte, tan hondo que ni yo mismo me reconozco cuando la veo y pienso absolutamente todo lo que ha acontecido. Cinco meses que la he tenido y siento que ha estado conmigo toda mi vida.
Hay personas que llegan para ser tu alma gemela. Ella llegó para ser la mía. Desde el primer momento que vi esa pequeña foto y la ternura me invadió. Y luego cuando la vi en aquel calabozo, tan mujer y vibrante, supe que como no tuviera cuidado, ella provocaría cosas peligrosas en mí.
Y no lo tuve, es evidente ¿no?
El amor de mi vida se irá de mi lado en cualquier momento y nada me destroza más que ese pensamiento. Mi dulce Aurora, la princesa de mis sueños y el amor de mi vida.
—Siento que cada vez el momento está más cerca —me susurra—. Cada vez duele más, cada día me levanto con menos fuerzas —sus palabras son como puñales que se clavan directamente en mi estómago. Como si machacaran mi corazón de la manera más cruel posible.
¿Cómo puedo controlar el desespero que me invade ahora mismo? Pero no lo muestro, no… ella no merece angustiarse, últimamente ha estado muy cansada.
Quería ignorarlo, como si aquello no existiese.
Como si la realidad latente de que ella no estará más a mi lado no fuese real, pero lo es tanto que me asusta, me abruma… me parte en mil pedazos. Ella se encuentra contemplando las vistas de la gran ciudad con la mirada apagada y yo me encuentro queriendo memorizar, por más de mil veces, su hermoso perfil. La textura visible de su piel… lo que ella me provoca, mierda. Es injusto que la vida me la quite tan pronto.
—Te amo —mi voz sale quebrada—. Dios te amo tanto, Aurora —no lo soporto. Sollozo por primera vez delante de ella, quien se gira para mirarme con las lagrimas corriendo por sus mejillas como dos torrentes furiosos.
—Sé que no estaré toda la vida a tu lado, pero deseo… anhelo casi con desesperación ser uno de tus recuerdos más hermosos, quisiera que nunca me olvidaras, pero que seas capaz de vivir tu vida. Yo me voy, en cualquier momento pasara, y que sepas, que lo hago, pero con la hermosa satisfacción de que mis últimos días los vivi al máximo, los sentí al máximo y amé al máximo… te amo con la fuerza intensa de mil soles y…
—No me da la gana de aceptarlo, Aurora… no quiero.
—Bruno…
—Que no quiero, joder, que no quiero que te vayas de mi lado, por favor… ¡por favor Dios…! —me levanto, sintiendo una descarga de dolor que no se compara con nada que he sentido en mi vida—. ¡Si es que existes no me la quites! ¡No te lleves al amor de mi vida! —caigo de rodillas frente a ella, y abrazo su delgado cuerpo queriendo protegerla de todo, que nunca se aparte de mi lado.
Quiero preservar este momento por toda mi vida, así sea un instante, quiero que sea eterno. Sollozo de manera incontrolable, sintiendo que me desgarran el alma entera. Sabia que esto llegaría, creí estar preparado, pero la verdad era que me mentía de la manera más cruel.
Amar sin ser correspondido es doloroso… pero amar y ser amado, sabiendo que la persona a la cual va dirigido todo tu maldito amor por una u otra razón se tiene que marchar, va más allá de ser doloroso, es un nivel de… un nivel de destrucción que no tiene comparación con absolutamente nada.
—Siempre te amaré, Bruno. Y en esta y en otra vida, siempre te encontraré… para amarte con la misma… intensidad —escucho su voz cada vez más débil y mi cabeza se levanta de su regazo para encontrarla con sus ojos cerrados y una expresión de serenidad que no es de este mundo.
—Aurora —la llamo y no obtengo respuesta—. No hemos tenido tiempo de muchas cosas, no… no me hagas esto, amor —cuando muevo mi mano sobre su hombro, sus hermosos ojos azules se abren con pereza. Una especie de alivio me invade, pero también un latigazo de dolor incluso más intenso.
—Estoy muy… muy cansada —susurra y de nuevo de desvanece entre mis brazos.