Eternamente mía

7. Séptimo y último encuentro

—Estaba pensando en irme a hacer la vuelta al mundo de mochilero… me llevará unos años, pero lo tengo cubierto —hablo mientras riego las flores—. Sería genial y te llevaría conmigo a todos lados, justo como queríamos… ¿no? —mi voz se quiebra ligeramente—. Mira lo que tengo aquí —abro el collar y apunto hacia la tumba la foto de ella sonriendo—. Dios, te extraño y me haces tanta falta… pensaba que podría controlar cada aspecto de mi vida, pero ¿Cómo apago este dolor que no me abandona? Hay veces que no logro ni respirar sin sentir dolor, Aurora. No puedo.

Niego con mi cabeza y una vez que limpio su sepulcro y acomodo las flores nuevas, me pongo de pie para contemplar el pedazo de tierra donde reposa el cuerpo de la única mujer que amé con locura.

No fuimos para siempre, pero nuestro amor sí que fue y será eterno.

Así como Aurora fue y será eternamente mía.

De esos amores rápidos que llegan a desestabilizar, que no dejan nada de ti… esas personas que llegan de manera inesperada y rápidamente se convierten en tu todo.

Aurora, el amor de mi vida… la mujer que me enseñó a aprovechar cada instante de la vida como si fuera el único.

No me arrepiento de amarla aún sabiendo lo que ocurriría, si pudiera devolver el tiempo y pasar cada segundo a su lado de nuevo, joder, que lo haría y no lo dudaría ni un segundo.

Los últimos siete meses de mi vida fueron los más felices. Los más intensos y especiales.

Somos eternos, ella y yo.

Aurora y Bruno.

Juntos como las primeras letras del abecedario, A y B.

Inevitables, jodidamente intensos e irremediablemente enamorados.




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