Un chillido surgió y reverberó en la noche con la resonancia espeluznante que solamente los verdaderamente jóvenes y aterrados podían crear. El grito desgarrador, desesperante y profundo de pie en la cama, con los brazos pegados a los costados y los puños cerrados con terrible rigidez, como si, de repente, se hubiera convertido en una anciana. Estaba chillando, sin cesar, unos chillidos agudos y desgarradores que producían tanta dentera como el roce de unas uñas sobre un tablero. Su cuerpo estaba lleno de una delicada capa de sudor. Su amiga entró corriendo en la habitación, impulsada por el instinto de combatir la fuerza que había sembrado tanto horror en su amiga.
— Abbie… Abbie. Cariño.
Su amiga se acercó sin que Abbie reparara en ella e intentó abrazarla, pero ella permanecía inflexible. Llamándola por su nombre, la sujetó y la zarandeó. Su amiga seguía sin reaccionar. De pronto, se dejó caer en el centro de la cama. Nuevamente, su amiga estaba pensando en lo ocurrido, ya eran varias noches así o siempre. Su amiga se apresuró a tomar entre sus brazos y la acurrucó en pecho.
— Cariño, por favor, por favor…
Unos ojos azules, como el campo lleno de flores de lavanda, se abrieron para ella. Estaban llenos de inocencia angelical. Le circundaba la cabeza un halo de pelo naranja, con resaltantes pecas, en su cara y sonrió al ver el rostro de su amiga, como si no hubiera ocurrido nada, como si de sus labios no hubieran brotado aquellos chillidos espeluznantes.
— ¿Has tenido una pesadilla? —preguntó su amiga, angustiada. Abbie frunció el ceño, preocupada.
— ¡No!. —susurró, y sus ojos color lavanda se ensombrecieron, el cuerpo frágil empezó a temblar.
— Tienes que llamar al médico.
— No. —dijo Abbie con firmeza. — Me acostaré y hablaré con él mañana.
— Son las dos de la madrugada. Y has tenido una pesadilla.
— Mañana llamaré al doctor.
“Hay alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, están destinados a encontrarse. Y viajando a través del tiempo para reencontrarse de nuevo en otros cuerpos”.
La sonrisa de Diana se congeló, dando paso a un gesto preocupado cuando vio el rostro de Abbie a través del cristal de su cafetería favorita. Sin ánimo, Abbie la saludo con un movimiento de mano. Unos segundos más tarde Diana entró en el local.
— ¿Y bien? ¿Cuándo vas a llamar al doctor?.
Diana había regañado a su amiga, porque habían pasado ya dos días y aún no llamaba al psicoanalista. A Diana veces le asustaba lo mucho que la conocía, tanto que sabía mejor el estado de ánimo de su amiga, con solo echarle un vistazo. Ella y Abbie eran las mejores amigas desde que compartieron el apartamento, para lo bueno y sobre todo para lo malo, como ocurría en ese momento con Abbie.
— Esa es tu forma de saludarme Diana. —se mofo ella. — Respecto a tu pregunta, ya he perdido una cita, para hoy. —su amiga se sentó frente a ella y resoplando, a la vez que pedía un café con leche a la camarera.
— Sé que estás hecha polvo, esas pesadillas te van a matar. —su tono de voz era cariñoso, en contraste con su expresión disgustada. — Pero si no te repones pronto y sacas eso que llevas por dentro, seguirás así con esas pesadillas.
Una oleada de tristeza me inundó a Abbie.
— Lo sé, y hoy veré a un doctor nuevo, es un psicoanálisis muy bueno.
Diana tenía razón, desde que estaba muy pequeña Abbie había vivido con esas pesadillas. Con tan solo cuatro años, pero ahora eran más recurrente y estaban afectando la vida de Abbie tanto es los estudios y en su vida cotidiana. Ya ni sabía quién era ella a causa de esos sueños.
— Algún hecho importante en tus clases de arqueología.
— Nada aún, aunque se rumorea que el multimillonario Adam Santamaría obtendrá en su colección una nueva reliquia, que su padre desenterró en Egipto.
— Vaya que es interesante, recuerda que hoy irás al Psicoanalista o loquero. —dijo ella con una carcajada que brotó de su garganta sin lograr reprimirla.
— Te preocupas mucho, solamente tuve otra de mis pesadillas y por lo visto grité dormida. Te asusté verdad.
Diana apoyó los codos sobre la mesa y me observó con inquietud.
— Siempre tienes esos sueños tan raros.
— Desde que era niña me perseguían esas pesadillas recurrentes. Al principio me aterrorizaban, aunque con el paso de los años me acostumbré, hasta el punto de no tomarlos en cuenta. Siempre eran las mismas imágenes, algunas veces me veía corriendo por un camino de tierra, gritando huyendo de alguien. En ocasiones me veía que alguien me tomaba del cuello. Pero tras la muerte de mis padres han regresado con más intensidad. Además, este ha sido distinto a todas. Me vi fuera de mi cuerpo y cuando miré hacia abajo descubrí mi imagen, parcialmente desnuda, reposada sobre una rígida superficie y un hombre al lado llorando, con la cabeza apoyada en mi brazo. Me dio mucho miedo, por eso, chille a noche dormida.