Eternidad 2, Primavera Eterna

Capítulo II – Alguien en un trono de piedra

Fue hacía un largo tiempo que ocurrió aquel primer fin. Supo de inmediato que lo era porque personas se fueron, desaparecieron y dejaron de existir, porque todas ellas eran las personas que conocía, que eran familia. Fue un término ya que hubo vacío después y porque una cosa que deseó, dejó ver que no tenía la posibilidad de suceder, nunca, sin importar si él, el mundo o la otra parte cambiasen. Y también lo fue porque le dieron de forma cruel y sin remordimiento, el conocimiento de que pudo haber sido como anheló. Fue lo que llamarían un mal final, o uno triste, que sin duda le enseñaba que nunca iba a ser feliz. Era por eso que no podía creer que los finales en su eterna vida fueran de otra manera. El reciente fue un nuevo grabado en las estrellas que seguía diciendo que tenía razón en creer aquello.

El primer fin congeló todo lo que era, atisbos de cosas buenas para la persona que lo veía en verdad. Intentó no caer, no dejar que lo marcaran, pero no se podía reinar sobre las emociones, sólo calmarlas, tranquilizarlas y mentirles, aunque eso último no era propio de alguien como él, ni de los que tenían su misma condena. Era por ésta que recordaba bien cómo fue, cómo solía sentir, los actos de los que era capaz por su ser individual, recordaba todo lo que rezó para evitar la fatalidad, cualquiera que decidiera ser.

Sobre todo, Kahler recordaba el sentimiento de nervios, ansiedad, euforia, insensatez y deseo que alguien nombró amor. Tantos años vividos, con un alma llena de inocencia imposible, nunca se dio cuenta de que algo faltaba en esa emoción y que, en realidad, eso con ese nombre, tenía huecos y las partes hacía mucho habían cambiado su nombre, pero, sobre todo, no sabía que ellos no estaban hechos para ese tipo de afecto. A pesar de sus caminos, nacieron para la verdad.

Lo único que podía desear ahora, sin ser ingenuo, era que ningún fin próximo fuese como el primero, o como ese que acaba de dejar pasar. Ambos han sido tan malos que no entendía cómo seguía en pie, aunque también se le estaba escapando la razón de por qué ambos se parecían, eso era entrar en un terreno que ahora no quería ver. Era increíble que pensar en eso le hacía creer que algo de él había estado fingiendo. Era posible que con todo el tiempo trascurrido y, por las cosas que había tenido que hacer, ya no entendiera quién era. ¿Qué hacía él cuando veía a alguien caer? ¿Se alejaba, o tendía la mano?

♦ … ♦

Aquel se convirtió el tiempo que sintió más largo, el que fue más difícil ver pasar. Muchas cosas se marcharon; el calor, la comodidad, el alivio, el olor de la vida y la luz. La luz se fue. Aún estaba ahí, disponible, dando vida y color, pero lastimaba hiriendo el corazón y tomando para si todo lo que deseaba tocar.

No había luz.

Debía acostumbrarse a la oscuridad. Nunca tuvo nada contra ella, solía andar entre las sombras, vivía en ellas, pero esa, la que había allí, fue construida con las voces de la tristeza, el aliento de la muerte y los lamentos de la pena. Era una oscuridad demasiado gélida, lista para comer inocentes y saciarse de cordura. Clarissa debía vivir con una de tal naturaleza.

Por ello estaba agradecida, porque a pesar de todo, ésta no podía tocarla. La naturaleza de esa oscuridad bailaba a su alrededor, la sentía en el exterior, en su piel, aun así, por más que respiraba, no entraba en su ser, no podía hacerla parte de ella. Así que sus gracias iban hacia esa cualidad suya que dormía mucho de su ser, esa indiferencia que siempre la salvaba. Podría vivir en aquel lugar, pero jamás obtendría nada de ella.

Eso fue lo que pensó.

♦ … ♦

El cuerpo fue destruido, de él nada quedó. Si uno de ellos moría debían desaparecer su existencia. Una placa era colocada con el nombre sin nada más; no enterraban restos e incluso su ceniza se consumía una y otra vez en las llamas. Cuando buscaron el arma que debía dejar atrás para un próximo usuario, no se encontró nada; de su muerte fue lo único sin resolver. El cazador Oliver murió junto a una pequeña fracción de la fuerza de los Cazadores.

Del segundo ataque no se encontró evidencia de los culpables, ni un único indicio. Se asumió que fue una distracción del grupo que atacó; se decidió así porque no había nadie más a quien culpar. Por ahora el castillo de los cazadores permanecía cerrado. Cuando el líder cazador salía, debía ser guardado y abrir sólo hasta que volviera. El lugar se selló hacía tres semanas.

♦ … ♦

Kahler y sus caballeros, junto a los cinco cazadores en el mando y Edmon, llevaban días buscando alguna pista del paradero de Clarissa. Edmon tomó la iniciativa de brindar ayuda a los vampiros, Salazar estuvo de acuerdo porque al ser aliados, debían mostrar preocupación por la ausencia inexplicable de uno de esos aliados; después de todo, podría haber sido llevada por algún otro vampiro, y cualquier ajeno a ellos, era ahora enemigo de ambos grupos. Mientras estuvieron buscando, Alanh los había encontrado por su cuenta, parecía que los siguió desde el castillo, donde debió percatarse de que algo de importancia ocurrió. Él había querido saber dónde se encontraba Clarissa, y como ya había hecho antes, no dio una razón de sus acciones —sólo porque estaba distraído con todo, Kahler no reaccionó de forma adversa. Al decirle lo que ocurrió, mencionó que Célar podría ser capaz de rastrearla, por lo que conocía de sus habilidades. Tras eso Alanh los dejó y se fue hacia algún lugar.

Creyeron al principio que Célar sería alguien muy útil a quien pedirle ayuda, pues se sabía sobre él, que era el mejor rastreando a vampiros. Sin embargo, tuvieron que enfrentarse al hecho de que él era un desertor, como tal, se mantenía oculto y fuera del alcance por lo que sería difícil hallarlo. Dado que nadie del grupo de búsqueda tuvo otra idea, y seguían sin tener alguna pista sobre el paradero de Clarissa, se empeñaron en encontrar al cazador. Parecía más factible encontrarlo a él.




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