Fueron varias semanas después que completó un sustituto aceptable. Esperó encontrar algo muy malo cuando se dirigió hacia el lugar, quizá alguien había muerto. Al acercarse percibió que ellos sabían que vendría, pues a pesar de andar dispersos por ahí, comenzaron a ir a la vez a un mismo punto. Cuando llegó la vista era muy similar a la de la última vez.
—Faltan algunos, estaban lejos.
Intentó mostrar una mueca de simpatía por su aviso, pero no pudo, no sólo por su ánimo, sino porque esperaba no cruzar una línea con ellos. Vio llegar a los últimos; enfocó su atención en la caja que cargaba, eran como cincuenta de ellos, no creía que fuera suficiente, sobre todo porque notó que había más que la vez anterior. Quitó la tela sobre la caja y dejó expuesto el contenido, cuatro grandes frascos, estos acomodados al interior de una caja cuadrada, hecha de madera, con un asa sobre el medio.
—Hay cincuenta por cada frasco, tengan.
Uno de los más cercanos vino y tomó el asa de la caja, se apartó de inmediato cuando la tuvo con él, pero no se movió más.
—Gracias.
Lo observó bien… era el hombre que ayudó aquella vez; había llegado hasta ahí. Él la recordaba.
Al ver que se quedaría, comenzaron a moverse, irían por agua y utensilios. No vio de donde vino el tronco tallado ahora como una banca con respaldo y brazos, lo acercaron a un lado del reducido claro por el que apenas se veía el cielo, y la instaron a que se acomodara en el mueble. Se sentó en el lado más apartado, cerca de los primeros árboles que seguían más allá. La banca no era incomoda, era muy similar a un sillón, tampoco era demasiado grande o tosco, sólo podría sentarse otra persona y el tallado se sentía muy suave. Al parecer vivían ahí, o eso pensó ya que no vio nada más alrededor que el mueble que le habían dado.
Fueron y vinieron por un largo rato. Los vio asentarse, acomodarse en el pasto cerca de los árboles para usar de respaldo. El hombre robusto seguía de pie al otro lado del mueble donde permanecía sentada, esperaba que no se quedara ahí todo el tiempo e ingiriera algo.
Entonces vio al otro hombre ir hacia ella, se veía mejor que antes, no sólo por la apariencia sino por su ropa, ya no vestía ropa rasgada, el conjunto de pantalones, camisa, chaqueta y bufanda, aunque un tanto opacos, era una gran mejora; imaginaba que no la había comprado. Ya tampoco lucía como un enfermo terminal, sus mejillas estaban saludables, llenas, aunque aún era flaco, ya no se veían los huesos de sus muñecas ya que ganó musculo, su cabello lacio y desordenado en las puntas estaba limpio, su tez blanca no estaba sucia; ahora que lo notaba, el tono de su cabello era el más decolorado que había visto en su vida.
—¿Tomaste algo?
Él asintió; al llegar a ella se sentó al frente en un troco cortado, se acomodó con las piernas abiertas y las manos caídas entre ellas.
—¿Debó llamarte con el nombre de antes?
—Sí, es el único que recuerdo.
—Bien… ¿cómo te sientes?
—Pues —
—Con lo del sustituto.
Él frunció el ceño.
—¿Sabías lo que iba a decir? —Clarissa nada más lo miró—. Bien.
—¿Lo aceptaron?, ¿alguno lo rechazó?
—Eso creo, no todos lo han tomado todavía, pero están en eso. Yo lo sentí bien, fue muy parecido a tomar sangre, de hecho, me siento mejor que en mucho tiempo y eso que fue sólo una tableta. Estás reuniendo información, ¿no?
No le contestó. Pasó su mirada por todos los demás ahí, sobre todo por los que al llegar vio que estaban sudorosos y temblaban; algunos estaban tomando el agua de sus vasos todavía; no parecía que nadie fuera a reaccionar mal.
—Parece que lo hice bien, incluso mejor.
Él la observó, había algo pasando sobre sus ojos, no reconoció nada, era como si viera algo que él no podía. Bueno, ella era un pez gordo, seguro tenía buenas habilidades, no como ellos, eran como lobos con rabia, aunque no todo el tiempo, podían estar muy tranquilos si lo necesitaban o requerían, esa era la predisposición a ser controlados que poseían, su sumisión inherente. Ella miró un poco al lado.
—¿No vas a comer?
—Anda, yo me quedó con ella.
Vieron al hombre robusto vacilar y después ir hacia la otra orilla.
—¿Por eso no se quería ir?
—Sí, algo… algo nos dice que te protejamos.
Recibió una mirada atenta de ella. Continuó.
—Es algo de nuestros instintos, aunque sé que nos crearon para estar contra ti, así que es un poco extraño.
—¿Siempre ha sido así, o qué lo causó?
—No tengo idea, para mí fue desde aquella vez en que me encontraste y me diste sangre, pero —agitó su cabello— es complicado. Tienes algo que nos llama, que resuena, si nos dejamos ir, tenemos el impulso de estar dónde estés.
La charla terminó. Se quedó un rato más, contemplado a todos; tendría que averiguar qué ocurría.
—Por cierto, ¿cómo podemos llamarte? Nosotros sólo somos números, está en el brazalete de la muñeca. —Alzó la mano para que lo viera.