Eternidad 2, Primavera Eterna

Capítulo VII – Visión del futuro

Los números le gustaron. Graham en un inicio creó a mil cien convertidos, de esos quedaron ciento ochenta y nueve –el hombre fornido con el nombre de Siete le juró que no había nadie más de ellos allá afuera–, entre ellos la mayoría fueron humanos, cuatro nada más solían ser cazadores, lograron escapar del exterminio de su tipo que Kahler inició y terminó durante la pelea que hubo. Se sumaban los veinticinco que lograron convencer con algo de su ayuda. En total tenía a su cargo a 214 peones, sirvientes y a la vez soldados, que formaban su ejército, una fuerza de ataque si la llegaba a necesitar, pero, sobre todo, una muy sólida barrera tras la que se podía resguardar si intentaban hacerle daño, si dudaban de su poder, de lo que era capaz.

Después de todo su intención era ser una facción aparte, del Consejo del Imperio, de todos los otros vampiros, de la desaparecida Sociedad Antigua, Kahler y su clan, de los Cazadores. Así nunca sería obligada a hacer nada que no quisiera, tendría libertad y se la daría a quien se la arrebataron cuando siempre debió ser suya.

Aunque lo que siempre tendría un peso real para ella, era evitar lo que iba a suceder.

Sin embargo, para todo eso, aún tenía algo que decir.

♦ … ♦

Nunca le gustó hablar, ni siquiera cuando tenía algo que decir o la respuesta que nadie más sabía, no era natural en Clarissa hablar, era mejor en contener sus palabras para el mundo interno de su mente, por eso la abrió, a la vez que se introdujo con lentitud en la de todos ahí. Trajo al frente de su conciencia lo que quería que vieran, lo que estaba comunicando.

«Todos son vampiros, no lo eligieron, otros aceptaron serlo. Éste es su mundo, no pueden cambiarlo. Todas sus acciones son para él, lo que hacen debe servirle. Es acción y efecto, uno que mueva lo que debe ser movido, que detenga lo que no debería ser, que inicie lo que falta, sobre todo que él sea como debe ser. Por eso necesito su ayuda…»

♦ … ♦

Era una realidad que todavía no comenzaba a cambiar, no lo de importancia.

—No los quiero.

Todos ellos habían pedido verla; los dos rubios, uno de ojos verdes y el otro de azules, Mirren y Aaron; uno alto de cabello café, una mujer de melena negra larga y lacia, Conrad y Eden; dos pelirrojos de ojos sencillos, Demian y Elizabeth.

—Es una cuestión de conquista.

Allen con su seriedad le explicó. Por las acciones contra sus líderes que Clarissa ya había cometido, por una norma de su mundo, ella conquistó sobre su territorio y los miembros de ambos clanes al matarlos, por eso ahora le pertenecían, pasaban a ser parte de su clan. Clarissa se opuso, pero no fue aceptable, debía apegarse a las normas, a no tirar la propiedad.

Exigieron –en realidad no podían pedir menos– que los visitara, que pasara periodos de tiempo en sus residencias. Lo único que podría sacar de ese propósito, era que la convivencia fuera suficiente para que aceptaran vivir donde ella, sin embargo, eso llevaría una medida considerable de tiempo. Ellos eran sus Caballeros ahora.

No estuvo al tanto de lo que la llevó a aquel punto. Estaban frente al círculo que componían los líderes de los principales Clanes Vampíricos. El camino ya había sido trazado para tal momento. Se enteraron, sabían lo que Clarissa era, la parte principal, la ineludible que erosionaba el régimen de sus ideas. Kahler ya había conversado con todos sobre el asunto, a ambos los llamaron a tal encuentro. Querían una explicación detallada del porqué, algo valido que minimizara su condena… Cuando salieron de ahí, Kahler le dijo que eran afortunados de que los del Consejo del Imperio no estuvieran al frente del consenso.

Un día le anunciaron que Ellos han aceptado sus palabras. A cambio de que ambos eludieran las consecuencias, debían mostrar una gran dedicación a su mundo. Ella no entendió que era lo que deseaban.

­—Ambos deben unirse. Casarse.

—¿Qué? —No lo entendía.

—Es la condición que pusieron. —Allen se percató de la incertidumbre en ella—. No esperarán nada de ustedes por medio milenio, como un hijo, ni pueden obligarlos a eso.

—Ven. —Se oye la voz de Kahler.

—Ve a hablar con Kahler, discutan esto.

Una vez solos él se volteó a mirarla, Clarissa tenía una mano sobre la otra a la altura del pecho, las mantenía firmes ahí.

—No necesitas dar nada. Será una unión de palabra.

Kahler no la vio cambiar su postura. Ella por fin lo miró a los ojos, había ansiedad, nerviosismo y un poco de pánico. Él sabía que su propia mirada ha cambiado al ver la de ella, estaba la comprensión y suavidad, pero se negaba a reconocer lo demás, no intentó suprimir nada, sabía que Clarissa no lo iba a notar.

—Nada cambiará. No será como un matrimonio. Tal vez con el tiempo resulte mejor y sólo seamos más cercanos. Será como siempre.

Ella escuchó a la perfección la seriedad de esas palabras, le gustaba eso, que nada dijera que no hablaba enserio; la mano que le extendía era la única muestra de lo gentil que siempre sería con ella, y la aceptó. No querían nada de aquello, pero podrían vivir así.

Tenían sus ojos sobre ambos, nada se les escapaba, ni siquiera el acuerdo de cómo sería su unión. Estaban reunidos, escandalizados y enojados juntos.




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