Sara aún oía la voz de su profesor, le impartía lecciones de arte, administración y economía como lo primordial a aprender y nunca olvidar. En una de las últimas lecciones de su educación, antes de que su profesor se dedicara por entero a su hermana menor, su madre interrumpió en el salón.
—Necesito decirte algo, después continuas con tus clases.
Se acercó rápido, sabía que su madre tenía la intención de darle alguna información, cuando ocurría algo importante, inusual o sospechoso y su clan estaba relacionado con ello, ella como la hija de los lideres, debía enterarse de inmediato cuando las cosas ocurrían, era parte de cómo funcionaban.
—¿Qué es?
—Un explorador volvió con un informe, éste decía que escuchó que hay alguien buscando a nuestro Clan. No sabemos el motivo o si podrá llegar hasta aquí o algo más. Permanece atenta. Ahora vuelve a tu lección.
Pasaron meses y por fin algo vino a ellos.
Ojala su vida de aquel momento hubiese durado más; las idas de la mente de su profesor cuando hablaba de arte o se metía en cómo debía administrarse de forma correcta cualquier nación; los sermones de su padre porque no dejaba de rasgar y ensuciar sus vestidos por correr en el jardín o mucho más lejos en el bosque inexplorado; las caras de escandalizada de su madre porque diseñaba nuevas ropas para ella y los demás cuando eso debía ser el trabajo de los que eran inferiores; la aguda inteligencia de su hermana menor quien se enojaba cuando se daba cuenta de que aún no podía superarla; de su hermano mayor que la cuidaba y siempre le mostraba esa mirada divertida y resignada cuando recibía las quejas de sus padres.
También la imagen nunca cambiante de las pocas mujeres del clan que casi no se dedicaban a más que a arreglarse y lucir bonitas; todos los hombres que siempre estaban vigilando. Los niños que se quedaron sin clan y que ellos adoptaron, a quienes ella cuidaba y cada vez que querían atención se las daba, lo cual era lo único que sabía no le gustaba a sus padres, pero no le decían que desistiera. Ella en paseos a caballo, rápidos y cortos; la dulce melodía de las olas que iban y venían chocando contra la piedra del barranco, un poco más allá de una parcela de flores en la parte trasera de la casa que miraba hacia el océano frío. Ese momento fue escaso, sin cosas nuevas, pero con calma para adorar y absorber, con incertidumbre sobre el futuro y, aun así, anhelante de ver el paso del tiempo para que quizás un día el agua fría que arrullaba a todos para dormir, llegase a ser cálida y trajera vientos templados y menos nubarrones en el cielo extenso y libre.
Sin embargo, ellos eran pocos y su aislamiento en esa orilla hacia el mar les jugó en contra. Ante un enemigo que triplicaba sus números, con varios miembros de los suyos siendo niños aún y en ese corral sin escapatoria, no tuvieron ni un poco de oportunidad.
Fue testigo de la puerta de su hogar ser derrumbada, hombres que murieron en su lugar porque se negaron a dejar pasar a los enemigos, pasillos con rastros de sangre arrastrada, flores aplastadas, pasto con charcos de sangre, cuerpos heridos de fatalidad cayendo al océano. El último miembro de su clan al que sostuvo que no pudo ser su madre o padre, o hermano mayor o hermanita, sino un niño que escapó de una tragedia similar y pudo llegar a ellos para formar parte de algo otra vez, que se aferró a ella cuando todo comenzó, a quien intentó salvar pidiéndole que corriera hasta el barranco para saltar y nadar y alejarse, a quien envió primero después de bajarlo porque un hombre había podido detenerla, y se libró rápido de él y cuando llegó presurosa, corriendo, hacia el niño para tomarlo en brazos otra vez y seguir corriendo, otro de los malditos que atacó a su familia, se puso frente a ellos a mitad de las flores hacia el barranco y les lanzó una vara gruesa de metal que perforó la espalda y el corazón del niño y a ella sólo le atravesó el hombro.
En ese momento pudo usar por primera vez su fuego y quemó al hombre que acababa de matar al último miembro de su Clan. Cuando supo eso con certeza, se enfocó en todas las presencias vivas del alrededor y las visualizó con fuego, las oyó quemarse dentro de la casa y cerca del bosque.
Dejó el pequeño cuerpo sobre las flores, justo hasta donde habían llegado, junto las manos inertes sobre el pecho para tapar el agujero manchado de sangre. Su vista entonces se volvió a su derecha, hacia el mar, el sol de más allá del medio día se veía rojizo entre líneas delgadas de cielo que las nubes grises no cubrían. El bravío sonido de las olas golpeando las rocas arrullaba a los cuerpos de su Clan marchito y a su mente para tratar de no tirarse al océano.
—Nunca es posible llegar a tiempo.
Vio a otro hombre ahí, la miraba a ella y al mar.
—¿Eres la persona que nos buscaba?
—Lo sabes.
—No podrías ser alguien más.
Lo vio bien, por un muy breve instante su mirada fue suave, casi se imaginó que pudo haberle sonreído.
—Inteligencia. Los demás conocen a tu clan por eso.
—Ahora sólo me conocerán a mí. Ya no queda nadie.
—¿Quieres venir?
Había mucho en esa pregunta que ella no conocía, aun así, aquella vida que tenía se terminó, podría marchar a una nueva. Dio pasos hacia ella, la veía ignorando todo lo demás, como el cuerpo del niño que sostuvo para salvar y la sangre que salpicaba las flores que la rodeaban. Entonces él le tendió la mano y ella la tomó.