Eternidad 2, Primavera Eterna

Interludio - El nacimiento de...

El nacimiento de una luna…

Para aquella mujer sería la tercera vez que pasaría por eso. En ella no había otra sensación más que pesar y tristeza. Sabía lo que vendría, cómo sería su hijo. Antes de nacer hizo lo mínimo por él, lo único que podía. Lo llevó a término entre anticipación por el inevitable futuro de su tercer descendiente, una anticipación pesada. Durante el tiempo que esperó quiso creer que, de alguna forma, sin razón o fundamento, sólo con la poca fortaleza de los condenados, que el niño que tendría no heredaría la oscuridad que le dio al resto de sus hijos. Sin embargo, pronto enfrentó la realidad.

Ahí en ese momento, cuando lo sostuvo en brazos, sospechó. Su esposo lo miró sin traicionar ninguna emoción. Finalmente, con el transcurso de su crecimiento, tuvo la certeza de lo que había engendrado; no era diferente a las otras veces. Por eso cuando vio el primer indicio se disculpó. El padre del niño por su parte le dijo a éste que era fuerte. La distancia entre el pequeño y ellos dos comenzó, aunque difería poco de los primeros años de existencia hasta aquel momento.

Así, el niño creció con la tortura de su ser, con la distancia de su madre que sólo en pequeños momentos olvidaba y lo tocaba o acariciaba; la pena de su padre que, aunque convivía más con él que su madre, se obligaba a apartarse al ver como su esposa lo hacía. Después de todo, esposa y esposo se tenían entre ellos, un hijo no era parte de eso si lo decidían así.

El niño creció en soledad, rara vez acompañado. No entendió bien porqué y nunca intentó cambiarlo. Siendo un infante creó sueños, y siendo lo que era, jamás los vio cumplidos. Así tuvo que vivir, solo y sin sueños.




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