Erendida, Helena y el gran Maestre se reunieron frente a Aika, el orden se había resuelto Eternity regresó a su era floreciente, la armonía se había establecido entre las brujas del norte y el mundo, pero nada de eso parecía conformarlos. Aika sabía muy bien sin que ninguno de ellos dijera una palabra lo que deseaban.
_Me lo debes...-dijo La reina acercandose a ella.
_Yo sugiero lo mismo querida bruja, reclamo el poder que me corresponde- afirmó Erendida entornando sus ojos.
_Yo solo espero que mi-El gran maestre no alcanzó a terminar su frase Aika extendió su mano sin mirararlo un rayo de hielo lo atravesó, ella no le debía nada a ese monstruo, o tal vez sí , el haber conocido a Liam.
Las otras dos mujeres no se inmutaron, les había hecho un gran favor al exterminar esa molestia, pero se mantuvieron alertas no querrían correr la misma suerte.
_Solo necesito algo de cada una de ustedes-Dijo levantadose y caminando hasta ellas. La miraron no sin cierto temor.-Tranquilas-dijo sonriendo con malicia e ironía-aún no les toca...su sangre, solo unas gotas y cumpliré con lo que piden, pero no puedo asegurarles que ellos regresaran como os recuerdan...la muerte suele ser muy cruel.
_Basta de juegos Aika, quieres mi sangre aquí la tienes- La reina Helena abrió un pequeño surco con su daga que se inundó de rojo rápidamente, la sangre flotó hacia Aika al tiempo que Erendida hacia lo mismo, se confluyeron ambas, sangres con luz y oscuridad, con pecados, con desesperación. Aika cerró sus ojos y pronunció palabras silenciosas a los oídos de las mujeres. La sangre se convirtió en una estela de plata que rodeo a Aika y la llenó de fuera, todo en ella parecía brillar, la luna en su punto exacto, sus brazos extendidos y el poder que era un éxtasis terminal. Dos rayos de luz se materializaron, Helena y Erendida sentían que su aire parecía acabar ante tanta ansiedad.
Frente a ella dos sombras iban tomando forma, pero no de la manera esperada.