Eterno Castigo

Capítulo 2: La esperanza

Mi madre y yo no intercambiamos palabra alguna durante la cena. Ni siquiera rechisté por las acelgas que había en mi plato, una de las comidas que más odiaba. Me tomé una fruta como postre y con presteza me levanté de la silla y me dispuse a dirigirme a mi habitación. Mi progenitora solo lanzó una frase con cierta frialdad, pero no con ella consiguió romper el hielo:


— ¡Qué descanses! Recuerda cepillarte los dientes antes de irte a la cama.


Una vez en mi dormitorio, me senté frente al escritorio para trazar mi plan: necesitaba hablar con Raúl, alias mi "vecino friki", y convencerlo de que me ayudase a estudiar. Esa era una de las cosas que me había impuesto mi madre, aunque el objetivo real no fuese ese totalmente. Lo que de verdad buscaba era adentrarme en su casa para conocer a Rubén, alias mi "vecino buenorro". Y de esa forma seguiría "estudiando sin salir del edificio".


Me asomé al balcón, la luz del dormitorio de Rubén estaba apagada, mientras que Raúl sí que se encontraba en su habitación y podía divisarlo frente a la luz de su ordenador con los cascos puestos. Corrí hacia mi armario y comencé a sacar ropa, de modo que fui anundando cada prenda con otra. El apartamento de mi madre se encontraba en el segundo piso, así que tampoco había mucha distancia hasta el suelo.


Colgué la cuerda fabricada con prendas a través del balcón, mi medio de huida ya estaba preparado y ahora faltaba llamar la atención de mis vecinos. No se me ocurría qué hacer, con la fabricación de la cuerda mis ideas se habían agotado. Pensé en formar algo de ruido pero eso podría implicar que mi madre también lo escuchase y descubriera mi plan. Así que varios minutos después me vino a la mente cómo pedían ayuda los náufragos en las películas para que los rescatasen.


Abrí uno de los cajones del escritorio y saqué una linterna, y de repente caí en la cuenta que no sabía bien cómo funcionaba lo del código Morse. Pensé que simplemente con enfocar a sus dormitorios con el foco de luz podrían reaccionar. Así que me dispuse a ello. Encendí y apagué la linterna en varias ocasiones, sin obtener respuesta alguna.


Al cabo de diez minutos, escuché unas risas que procedían del patio de luces. Alguien había estado observándome, no sabía si desde que había iniciado el plan luminoso o, en el mejor de los casos, un par de minutos. Me asomé por el balcón, Rubén estaba riéndose a carcajadas, y yo me puse furiosa.


— ¿Qué estás haciendo? ¿Pidiendo S.O.S? –murmuró entre risas.


— Veo que has captado el mensaje –contesté con cierto desdén.


— ¿Y esta cuerda hecha de trapos? –añadió aún con sorpresa–. Menudo plan de fuga has montado, "eterna castigada"...


Me deshice al escuchar "eterna castigada" con su voz rasgada, sonaba tan sexy que no me importaba siquiera el castigo.


— Necesito vuestra ayuda. Ahora que estás aquí, me ahorraré de bajar hasta ahí –dije aliviada.


— Si quieres puedo subir hasta tu cuarto... –espetó Rubén con cierta ironía.


— Parece que ves demasiadas películas –repliqué al tiempo que lo imaginaba subir hasta aquí y se aceleraba mi respiración.


— La que ve demasiadas películas eres tú, vecina —contestó imitando mi tono de voz.


— Bueno, ¿me ayudareis entonces? –musité dulcemente.


— ¿Y cómo podemos ayudarte? ¿No habías dicho que eras la eterna castigada? –expresó Rubén recordando las palabras con las que me presenté ante ellos–. ¿Quieres escaparte y que te ayudemos con tu plan de huida, no?


— ¡Has dado en el clavo! –repliqué victoriosa–. Necesito salir de esta cárcel como sea. Si convencieses a tu hermano, podría ir a tu casa con la excusa de estudiar... –añadí siendo consciente del tono casi indecente de mi proposición.


— Yo también te puedo ayudar a estudiar, ja ja ja –respondió Rubén que no se le escapaba ni una indirecta–. Pero llevas razón, lo de mi hermano queda más convincente.


Lo miré con una mezcla de asombro y provocación. Era obvio que ambos nos sentíamos atraídos físicamente y la química también se palpaba en el ambiente. Rubén tomó rumbo a su piso y desde mi balcón pude divisar cómo visitaba a su hermanastro para explicarle mi plan. El gesto de Raúl fue claro: manoteó negando cualquier cosa que Rubén podía estar proponiéndole. Acto seguido, levantó la cabeza en dirección a mi ventana y puse cara de hacer pucheros a la vez que le rogaba juntando las palmas de mis manos.


— ¡Por favor, Raúl! –grité desde el otro lado del patio de luces.


Al fin conseguí que los chicos se animaran a continuar la conversación, o lo que pareciera ser la negociación de nuestro trato. Por su parte, Rubén apoyó mi idea, quizá porque tenía ganas de que me convirtiera en su vecina de "estudio" o quizá porque quería fastidiar a su hermanastro por su negativa. Quise pensar en que se trataba de la primera opción. Finalmente, Raúl accedió a ser mi profesor particular, pero con una condición que no era la que yo deseaba.


— Mañana a las diez... En tu casa –fue lo único que mi vecino "friki" pronunció.


En "mi" casa, esa no era la idea que tenía en mente. Yo quería ir a su casa para estar con Rubén. Así que ahora necesitaba pensar en otro plan para cambiar la ubicación de mi "sesión de estudio". Pero para empezar tenía que hablar con mi madre para que no le pillase por sorpresa la visita de nuestro vecino.


— Mamá, ¿te acuerdas del vecino de enfrente que estudia Derecho en mi uni? Pues al salir al balcón lo he visto y le he pedido que me ayude con los apuntes –expliqué sin darle tiempo a que pusiese algún pero.


— ¿Qué te traes entre manos Sofía? –inquirió mi madre a sabiendas de mis dotes de manipuladora.


— Nada. Es solo que se me hace demasiado cuesta arriba recuperar tantas asignaturas. Sin ayuda no lo lograré –repetí las palabras mágicas "recuperar tantas asignaturas" a fin de adularla.




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