Eterno Castigo

Capítulo 3: El juego

Hacía diez minutos que había apagado la alarma del despertador... "Cinco minutos más", pensé. Lo cierto era que después de esos diez minutos, vinieron otros diez y luego otros diez. De forma que el sonido de alguien tocando a la puerta de mi habitación fue lo que me despertó. Ni siquiera me dió tiempo a reaccionar, apenas levanté la cabeza de la almohada cuando pude vislumbrar la figura de ¿Raúl? "Mierda, se me había olvidado por completo", pensé.


— Buenos días, ya veo que estás con las pilas recargadas para empezar a estudiar –saludó con tono irónico.


— Buenos días para ti también –fue lo único que pude pronunciar aún con el sueño apoderándose de mí.


Raúl se sentó en la silla que había frente a mi escritorio, el cual estaba situado a los pies de mi cama. Giró la silla y se quedó contemplándome sin decir palabra. A continuación, cruzó sus brazos y carraspeó con su voz a fin de hacerse de notar.


— ¡Ya voy! –dije con resignación al tiempo que destapaba la sábana y me incorporaba para levantarme.


No fui consciente de lo que pasaba hasta que observé cómo mi vecino "friki" se ruborizaba y giraba la silla de cara a la pared: no me había dado cuenta de que no llevaba pantalón, y la camiseta del pijama, aunque era algo más larga, dejaba mis bragas a la vista. Estábamos en verano, hacía calor y no pensaba que nadie fuese a inmiscuirse en mi habitación estando yo aún sin vestir.


— ¡Voy a cambiarme! –expresé avergonzada–. Dame cinco minutos...


— Total, ya llevo esperando otros cinco para que te levantes de la cama –respondió Raúl, encendiendo mi furia.


— No discutiré con alguien que ni me mira a la cara para hablarme –contraataqué recordándole que estaba de cara a la pared como si el castigado fuera él–. Repítelo ahora –agregué haciendo girar la silla y quedando frente a mí.


— Te quedan cuatro minutos para estar lista, o me voy –me regañó para mi sorpresa–. Ahh, y yo que tú me ponía algo más de ropa, tu madre dijo que nos traería unos zumos de naranja para afrontar la mañana con energía.


— Como si nunca hubieses visto a una chica en bragas... –recité con tono acelerado mientras me encaminaba al baño particular de mi dormitorio. 


Para lo poco que mi vecino "friki" me conocía, dió de pleno en lo referente a mi madre. Si me pillaba así, estaba segura de que pensaría mal y se me acabaría el chollo. Prometió darme una oportunidad siempre que no hiciese nada indebido. ¿O acaso había aleccionado a Raúl sobre lo que podía o no hacer? Esperaba que no fuese capaz de hacer esto último.


Cuatro minutos después salí del aseo con el cabello desgreñado. Me lavé la cara varias veces para intentar despertarme más rápido. Me miré al espejo y vi lo horrible que estaba. Mis ojos verdes se acompañaban de unas ojeras por haber pasado una mala noche sin dormir y estaba tan cansada que no rendiría para estudiar.


— Estoy muy cansada, y si lo dejamos para otro día... Rubén, emm, podría ir a tu casa y estudiar allí mañana... –me excusé intentando no mostrar demasiado interés en coincidir con mi vecino "buenorro", pero conseguí el efecto contrario.


— Ya, y querrás estudiar en la habitación de mi hermanastro, ¿no? –masculló Raúl como si fuese lo más normal del mundo.


— No es eso... –repuse sin saber muy bien como salir airosa de esta.


— Sí lo es, no hace falta que disimules. Rubén lleva loquitas a todas las tías, y ninguna consigue que asiente la cabeza –explicó Raúl reflexivo llevándome a querer conocer más sobre el tema.


— Y... ¿ahora mismo él está loquito por alguna tía? –pregunté aceptando que ya había descubierto mi objetivo real.


— Pues creo que no. Tenemos nuestros roces, pero sí que nos contamos nuestras cosas... –confesó con sinceridad.


— ¿Crees que, no sé, yo podría...? –empecé a pronunciar incomodándome las palabras conforme salían de mi boca.


— Puede ser –expuso sin alargar más el tema.


— ¿Y me vas a ayudar? –inquirí presionándolo–. Porfa... Porfa... Raúl, hazlo por tu vecina favorita... Y te prometo que te devolveré el favor.


— ¿Esto qué es? ¿Un trato? –prosiguió mi vecino interesándose por ello.


— Si convencemos a mi madre para que me deje ir a tu casa a estudiar, a cambio... Puedes pedirme lo que quieras –expliqué a sabiendas de que no sería nada del otro mundo lo que me pediría. Lo conocía poco pero sabía que no era el típico chico capaz de aprovecharse de un jueguecito así, o eso pensaba.


— Bueno, necesito pensarlo... Y me gustaría saber cuáles son las cláusulas del contrato y mis derechos, por supuesto –dijo como buen futuro abogado.


— Si respetas mis límites, no habrá problemas por mi parte. Ya sabes, siempre que no se sobrepasen ciertos "límites" –aclaré entrecomillando, a lo que Raúl hizo ademán a mi proposición de no superar lo que ambos habíamos entendido–. ¿Eso es un sí?


— Puede ser –volvió a repetir mi vecino con el mismo tono que hacía escasos segundos.


Yo corrí a sus brazos, pero parecí no contagiarle mi alegría, la cual desapareció en el momento que mi madre abrió la puerta de mi habitación sin pedir permiso. Su frase sobre no tener un comportamiento inapropiado con mi vecino resonó en mi cabeza, soltándolo y distanciándome al segundo como si mi madre no hubiese sido espectadora de este escenario.


— ¡Mamá! Raúl se ha ofrecido a ayudarme el resto de días si en lugar de quedar aquí, estudiamos en su casa. Está... –intenté alargar la frase por mi falta de ideas.


— Siempre que no haya problema –prosiguió mi vecino "friki" antes de que yo metiese la pata con una mentirijilla.


— No tengo problema, pero... –puntualizó mi madre demostrando su orgullo– no me gustaría que perdiese el tiempo. No sé si te lo habrá dicho, pero ha suspendido unas cuantas asignaturas y está castigada sin salir.




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