Eterno Castigo

Capítulo 4: El precio

— "Contrato de prestación de servicios" –fue lo que me encontré nada más entrar al cuarto de mi vecino "friki"–. Ya veo que las bromas no van contigo...


— ¿Qué esperabas de alguien tan frío y calculador? –respondió Raúl dejándome ver que me guardaba rencor por aquella vez que lo llamé "frío".


— "La contratada se compromete con el contratante a prestar, con suma diligencia y dedicación y con plena autonomía, los servicios de "Estudio intensivo", según la propuesta presentada por el contratante" –leí omitiendo la parte de los datos de los dos interesados, aunque me sorprendió que conociese tanto sobre mí.


— Continúa, por favor –me animó el contratante a seguir con mi lectura.


— "La duración del presente contrato será hasta finalizada la convocatoria de exámenes" –dije estando conforme con ello–. Se establece como lugar de ejecución del presente contrato el Edificio Calderón" –pronuncié algo extrañada–. ¿Por qué no has puesto directamente tu casa? El edificio es muy grande y si piensas que con eso me obligarás a quedarme en casa...


— Pensaba que te gustaría estudiar en la azotea o en el jardín viendo cómo Rubén entrena –soltó callándome de nuevo–. Creo que te olvidas de quién lo conoce más.


— Está bien, seguiré leyendo...  "Para la correcta ejecución y cumplimiento del presente contrato de prestación de servicios, la contratada cumplirá con el siguiente objetivo: estudiar con pleno rendimiento y dedicación para aprobar todas las asignaturas suspensas del grado en Derecho en la próxima convocatoria de exámenes, a cambio de..." –y no pude proseguir.


— A cambio de dejar que Raúl Rodríguez te ayude y te aconseje con la misma dedicación que la interesada ponga en su estudio –terminó la frase por mí.


— ¿A qué viene esto? ¿Se trata de algo con doble sentido? ¿Y dónde queda reflejado, ya sabes, lo de tu hermanastro? –lo avasallé de preguntas.


— Quiere decir que si no estudias, yo tampoco te ayudaré con tu lío con Rubén. Y no lo he dejado anotado porque es obvio que cumpliré lo que le prometí a tu madre y que lo de mi hermanastro es algo adicional. Tómatelo como un regalo de fin de curso por aprobarlo todo –soltó Raúl tan tranquilo.


— Esto no es lo que habíamos hablado... Dijiste que me ayudarías –expresé sintiéndome engañada.


— Sofía, y te voy a ayudar. Pero antes tienes que cumplir con el contrato. Si quieres el premio final, tendrás que firmarlo –sentenció el ahora sabelotodo de mi vecino.


— ¡Cómo me he podido dejar engañar! –exclamé aún más consternada.


— Será que Rubén te ha nublado el pensamiento, ja ja ja –dijo él.


— ¡Basta ya! ¡Me irritas! –fue lo último que salió por mi boca al ver entrar a la razón de mi sinsentido.


— Hola Sofía, veo que te has salido con la tuya y has venido a casa a estudiar –enfatizó esta última palabra como si a ambos nos gustase la idea de que se refiriera a otra cosa.


— Hola Rubén... Sí, ahora vendré más a menudo a tu casa. Espero que podamos vernos más –me lancé a la piscina con mi indirecta.


— Por supuesto, esa puerta de enfrente da justo a mi habitación. Si te aburres de estudiar o simplemente de aguantar al pesado de Raúl, allí estaré –expresó con cierto entusiasmo.


— ¿Cómo que pesado? Si yo soy tu hermanastro preferido –gritó Raúl abalanzándose hacia Rubén para darle un abrazo.


— Ohh, qué bonito. No me creo que Raúl sea de los que les gusta abrazar a las personas –esbocé recordándole su frialdad conmigo.


— Se llama ser selectivo. No le regalo mi cariño a todo el mundo –explicó.


— Que no te engañe, no le regala su cariño a nadie. Ni una chica... –comenzó a decir mi vecino "buenorro" siendo interrumpido por mi vecino "friki".


— No me presiones, tío –musitó–. Deja ya el temita... Iré a preparar el desayuno, os espero en cinco minutos.


— ¿Es así de rarito con todos? –pregunté con curiosidad.


— Ya lo conocerás, él no es así. Lo único que es un poquito especial, le cuesta relacionarse –señaló no terminándome de creer del todo que no fuera como se mostraba.


— ¿Y tú? Cuéntame algo más de ti... –le supliqué.


— ¿Y qué quieres que te cuente? Yo soy más el tipo de tío que le gusta que vayan descubriendo cómo es –recitó Rubén.


— Ya veo, ya descubrí cómo eras la otra noche desde tu balcón –comenté haciendo alusión al semidesnudo que le regaló a mis ojos.


— Sí, pero lo descubriste desde lejos... Ahora que vendrás más por aquí, puede que tengas mejores vistas, o al menos más de cerca –sentenció dejándome ruborizada y excitada a partes iguales–. Por cierto, bonitos ojos verdes.


— Es lo que tiene tenerme tan cerca, lo mismo te parecen bonitos otros detalles de mí –respondí con mi autoestima por las nubes.


— Tú ya eres bonita –susurró aproximándose a mi oído–, con tu pelo revuelto, esos ojos brillantes, tus divertidas pecas... y esos labios que te gusta relamer cada vez que me miras.


Su cálido aliento embargó el ambiente, mi respiración comenzó a agitarse y mi corazón empezó a latir con presteza. Me estaba deshaciendo ante sus confesiones, y me moría de ganas por saborear sus labios. Pero si quería que Rubén se enamorara de mí, no podía sucumbir a sus halagos tan fácilmente. No obstante, tentar a la suerte y negarme en el último segundo me llamaba más la atención.


— ¿Así? –pronuncié relamiendo mis labios de la forma más sensual que se me ocurrió.


— ¿Te gusta jugar, ehh? Pues sabes también lo que me gusta de ti, cómo se hincha tu vena de la frente cuando te enfadas...


— ¡Rubén! –grité alterada.


— Y cómo te recoges este mechón de pelo detrás de tu oreja cuando estás nerviosa –volvió a susurrarme con suavidad–. Esos nervios que te hacen temblar y que te llevan a cerrar los ojos y entreabrir los labios.




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