— ¡Vamos, no te quedes ahí parada! ¡Adelante, pasa! –me invitó Rubén a pasar a su dormitorio.
— Está bien, solo venía a despedirme de ti –pronuncié en voz alta para recordármelo a mí misma.
Su habitación tenía la misma distribución que la de su hermanastro, solo que en lugar del sofá situado frente al televisor, se encontraba un banco de pesas. Para ser el vecino "buenorro" estaba claro que eso no podía faltar en su cuarto. En contraposición, el dormitorio de Rubén estaba algo más desordenado que el de Raúl, y eso que desde fuera habría pensado que sería justo al revés. "Adiós prejuicios", pensé.
— Veo que también entrenas en casa –dije señalando el banco de pesas.
— Sí, ¿algo vas descubriendo de mí, no? –expresó él a colación de nuestra conversación anterior–. Y eso no es todo, tengo una barra de dominadas para colgar en el balcón.
— ¿Ahh, sí? –musité imaginando las vistas desde mi balcón.
— ¿Quieres ver cómo lo hago? –preguntó a sabiendas de mi respuesta, y sin obtenerla me llevó directa hasta ella.
Se quitó la camiseta, lo que supuse que debía ser una cosa cotidiana en él, y se agarró de la barra. A continuación hizo unas diez dominadas y su cuerpo quedó brillante por las gotitas de sudor que recorrían su espalda. Lo de vecino "buenorro" le venía como anillo al dedo. Me hubiese gustado ver su torso, pero tampoco podía pedir más por el tipo de ejercicio que era y porque la barra estaba colgada de la pared lateral que daba al balcón de su hermanastro.
— ¿Qué te parece? ¿Serías capaz de hacerlo? –me retó desafiante.
— Yo no practico mucho deporte, no creo que sea capaz –respondí con mi voz temerosa.
— Podemos hacerlo juntos, ¿quieres probar? –insistió con sus frases con doble sentido, y eso que yo me creía la reina de las indirectas.
— Bueno, si me ayudas... –acepté con ganas de sentir su cuerpo junto al mío.
A continuación, posó sus manos sobre mi cintura y me giró quedando frente a la barra. Yo subí mis brazos intentando engancharme de ella, pero al ser bajita ni de puntillas lograba llegar. Entonces Rubén me aupó con facilidad como si fuese un peso pluma y conseguí agarrarme a la barra. Sus manos bajaron desde mi cintura a la altura de mis muslos descubiertos por el short y me aconsejó que flexionara los brazos intentando elevarme. El chico me ayudó a subir y sentirlo tan cerca de mí provocó que las fuerzas me fallaran aún más.
— Formamos un buen equipo –fueron las primeras palabras que salieron de esos bonitos labios que me volvían loca, al tiempo que me bajaba y me volteaba hacia él con suma delicadeza.
— Sí, también me viene bien hacer ejercicio, no todo va a ser estudiar –balbuceé yo aún exhausta por hacer más deporte del habitual.
— ¿Ya te va gustando más la actividad física? Si quieres podemos hacer otra clase de ejercicios el próximo día –soltó con su voz tan sensual, dirigiendo el tema hacia otros derroteros por la pasión que reflejaban sus ojos.
Entre una cosa y la otra me había quedado sin aliento, y Rubén aprovechó la ocasión para arrinconarme contra la pared y acercarse a mí. Yo me hice la difícil y ladeé mi cara hacia el patio de luces, perdiéndose mi mirada en el vacío. Su voz me hizo despertar de mi ensoñación:
— ¿Estás cansada? –preguntó entre susurros.
— Un poco –musité dirigiéndose mis ojos a la ventana de mi dormitorio–. Tendré que contemplarte desde lo lejos...
— Que estés recluida en casa y sin ningún medio de comunicación, no ayuda mucho... Pero me las ingeniaré –insinuó tener alguna idea en mente.
— Si se te ocurre algo, ya sabes dónde encontrarme. Tengo que irme –y lo saludé con la mano a modo de adiós.
Llegué a casa justo a tiempo. Sin embargo, mi madre me regañó por la hora, sabía que daba lo mismo cuando llegara que ella me reprendería por ello. Y me senté en la mesa lista para comer. Mi progenitora se interesó en cómo había transcurrido mi jornada de estudio, a lo que yo respondí que bien. No mentía en absoluto, al contrario de lo previsto fue una mañana muy provechosa.
Más tarde, regresé a mi habitación y reorganicé mis apuntes. Si todo continuaba así, era factible la opción de recuperar todas las asignaturas. Mis nuevos vecinos estaban poniendo su granito de arena y su ayuda estaba resultando ser efectiva. Por un lado, Raúl cooperaba en lo referente a mi labor estudiantil; y por otro, su hermanastro Rubén colaboraba en otro aspecto, no sabía bien si sentimental o simplemente pasional, pero de lo que sí estaba segura es que ambos creían en mí. Y que alguien te apoye es fundamental para salir de este bache psicológico.
Pasé la tarde sumida en mis pensamientos. Después de casi veinticuatro horas sin tecnología, no había extrañado chatear con mis amigos ni navegar por las redes sociales. Si al final le tendría que agradecer a mi madre que me hubiese hecho abrir los ojos y ver más allá del mundo cibernético... Pero no, de ninguna manera le perdonaría lo que me estaba haciendo. Entre mis papales encontré la entrada del Festival al que pensaba asistir este fin de semana. Eso reavivó mi rabia, eso sí, por pocos segundos. Una visita inesperada me alegró el resto de la velada.
— Sofía, ha venido nuestro vecino a traerte un libro que te habías dejado en casa –apuntó mi madre.
— Está bien, que pase si quiere –le dije sin encajarme muy bien la excusa que mi vecino traía para verme.
— Hola Sofía, te traigo esto que te dejaste. Mi hermano me pidió que te lo acercase por si querías repasar para mañana –se justificó Rubén con un tono que no quedó del todo convincente–. Hasta mañana –agregó guiñándome un ojo, lo que me confirmaba que había gato encerrado.
— Muchas gracias. ¡Nos vemos! –asentí sin dar muchas más explicaciones delante de la cotilla de mi madre.