Eterno Castigo

Capítulo 10: La discusión

La ayuda que Raúl me había brindado me hacía estar un pasito más cerca de su hermanastro Rubén. Ahora el problema residía en dejar claro que nuestra relación tan solo sería una farsa a fin de que mi vecino "buenorro" no malinterpretara el ficticio noviazgo. Todo este enredo sería para y por Rubén, y eso era amor. O al menos eso pensaba.


— ¿De verdad me ayudarás? –pregunté reponiéndome de esta fuerte discusión.


— Lo haré si aceptas mis disculpas –musitó mi vecino "irritante" ahora con un tono más amable.


— Las acepto, quizás yo también me he pasado un poco. Te mereces encontrar el amor –me desdije de mis anteriores palabras.


— No creo, si no tengo corazón –esbozó con tristeza.


— Perdón, no quise decir eso –expresé  a la vez que acariciaba su hombro tras haber herido sus sentimientos.


— No te preocupes, con el tiempo me he acostumbrado –susurró–. Pero solo te ayudaré si estudias, lo dice el contrato.


— Sí, lo sé. La contratada cumplirá las cláusulas a rajatabla –comenté con una sonrisa en mis labios y relajando el ambiente tan cargado que había quedado.


— ¿Y Rubén? Debería saberlo...


— Ya, no quiero que piense mal –dije encogiéndome de hombros.


— Iré a buscarlo –concluyó Raúl saliendo en dirección a la habitación situada frente a la suya.


En menos de un minuto, los dos hermanastros estaban entrando por la puerta. Yo decidí esperar sentada en el sofá del dormitorio de Raúl, y ambos me acompañaron colocándose uno a cada lado. Estaba nerviosa, quería utilizar las palabras correctas para evitar cualquier malentendido y mi vecino "buenorro" se percató de mi inquietud.


— Bueno, ¿pensáis decirme qué pasa o qué? –inquirió Rubén ante mi prolongado silencio.


— ¿Recuerdas anoche cuando se cortó mi comunicación por el walkie-talkie? Pues era una trampa que me tendió mi madre –expliqué.


— ¿Por eso preguntabas por mi hermano? –prosiguió Rubén.


— Correcto, es que... mi madre no quiere que nos veamos más –expresé dirigiéndome a mi vecino "buenorro"–. Y yo le dije que era Raúl el que me gustaba.


— ¿Te mola mi hermano? –pronunció boquiabierto–. Pensaba que...


— Mintió –gruñó Raúl.


— Ya veo. Pues enhorabuena tío, ¡qué calladito te lo tenías! Ya sabía yo que algo querías conseguir con ese puto contrato... –bramó Rubén furioso al mismo tiempo que se levantaba del sofá y salía del dormitorio.


— ¡Rubén! –gritó su hermanastro corriendo tras sus pasos.


Yo me mantuve quieta, sentada en el sillón y viendo cómo mis expectativas se rompían en mil pedazos. Se trataba de una equivocación, mi futuro amor había tergiversado mis palabras y ni siquiera había sido capaz de explicarle la realidad. Lo había dejado todo en manos de su hermanastro. Debía haber seguido los pasos de Rubén y declararle mi amor, pero no lo hice. Tal vez sus palabras acerca de las intenciones ocultas de mi profesor particular fueron las que me paralizaron. ¿De verdad eso era lo que Raúl buscaba? Me enfrasqué en mis teorías, hasta que el causante de mis pensamientos irrumpió de nuevo en la habitación:


— Ya lo he hablado con Rubén. Está todo aclarado, ya le he explicado que era un malentendido. Pero necesita tiempo... –agregó antes de que yo pudiese abrir la boca.


— ¿Le has dicho que me gusta? –proseguí con indignación.


— Claro, ¡qué iba a hacer! –soltó impasible.


— Pero con qué derecho te crees a hablar por mí. Yo quería abrirle mi corazón, decirle lo que sentía... Y vas tú y le sueltas que me gusta –continué incrementando mi cabreo.


— ¿Y qué has hecho tú para aclarar lo ocurrido? Quedarte sentada esperando –me reclamó por no correr tras ellos.


— Tú no eres nadie para darme lecciones de amor, ¡te odio! –exclamé llena de ira.


— Ya lo sé. No hace falta que me recuerdes en todo momento que nadie...nunca... –dijo Raúl con la voz quebrada.


— ¡¿Qué?! ¡¿Nadie, nunca?! ¡¿Qué, Rubén?! –le animé a seguir con lo que parecía que estaba dándome a entender.


— Déjalo –esbozó en tono bajito y casi con el corazón roto.


No insistí más. Recordé pequeñas pinceladas que tanto su hermanastro como él habían mencionado. Raúl nunca se había enamorado, y parece ser que tampoco ninguna chica había sentido algo así por él. Creo que descargué toda mi furia con él; en parte me había robado confesar algo tan personal e íntimo, pero por otro lado él era el único que había intentado resolver esta maldita confusión.


No le dí más vueltas, y volví a recordar el final de mi ni siquiera iniciada relación con mi vecino "buenorro". Este era el fin, su hermano ya me había dicho que necesitaba tiempo, ¿pero tiempo para qué? Si ahora conocía mis sentimientos hacia él, ¿por qué no me apoyaba con la falsa relación con Raúl? Era por nuestro bien. "Nuestro", esa palabra sólo había sonado en mi mente y en estos instantes sabía que no la podría pronunciar ni escuchar.


Con la mente ocupada en otro sitio, no creía que pudiese rendir en la sesión de estudio que casi ni había empezado. Así que decidí recoger mis cosas y salir de aquel cuarto al que ya no volvería jamás. Porque una cosa la tenía clara, y es que pese a que esto significase el fin de un amor, también quería decir que volvía a mi prisión habitual. Se trataba de una prisión por ahora permanente y no revisable, o al menos hasta acabar los exámenes. Mi libertad condicional para visitar la casa de mis vecinos se había acabado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.