Eterno Castigo

Capítulo 11: La nota

Entré en casa, me encerré en mi dormitorio y comencé a llorar. ¿Qué clase de castigo era este? La "eterna castigada", esa era yo. Esta penitencia no sólo me había ocasionado estragos a nivel personal, no podía relacionarme con mis amigos, con mi padre ni con nadie en general; sino también consecuencias a nivel sentimental. "Ojalá nunca hubiera salido aquella noche al balcón ni hubiese conocido a mis vecinos", me dije a mí misma.


Me excusé con mi madre para no salir a comer. Le había dicho que me había venido antes de tiempo de mi clase de estudio porque no me encontraba bien, le dije que me dolía la tripa debido a que me había bajado la menstruación. Mentía. No quería hablar con nadie, y mi madre no era la excepción. En estos momentos odiaba a todo el mundo, me sentía incomprendida y poco valorada. Mi autoestima estaba por los suelos, eso sí que era cierto que me había bajado.


A eso de la media tarde, mi madre invadió mi cárcel amurallada con un pretexto muy diferente al que yo tenía en mente. Contra todo pronóstico, mi progenitora no se personó para insistir en que ya era hora de comer algo o que debía salir de mi habitación. El motivo que le llevó a visitarme me sorprendió tanto, que no supe bien cómo reaccionar.


— Sofía, Raúl te ha traído esto –dijo mi madre mostrándome un sobre que parecía contener una nota en su interior.


— ¿Qué es esto? –balbuceé pese a ser obvio.


— Una carta, es de tu amor –bromeó mi madre poniéndome a prueba.


— ¿Qué amor? –me pregunté a mí misma en voz alta al tiempo que me percaté de cómo había metido la pata.


— Rubén, el vecino –inquirió mi madre con su tono recto.


— Raúl, mamá –corregí intentando salir airosa del error anterior–. Dámela, estará preocupado por mí... Ya sabes, por mi dolor de barriga –proseguí mientras le arrebataba la carta de las manos.


Mi madre abandonó mi dormitorio sin poner ni un pero a la nota de Raúl. No podía entender cómo veía con buenos ojos una posible relación entre él y yo, y detestaba la idea de que compartiera algo más que la vecindad con su hermanastro Rubén. Al margen de la opinión de mi queridísima María Luisa, no podía esperar ni un segundo más en descubrir lo que escondía ese sobre misterioso. Lo abrí y comencé a leer:

 

Lo siento, Sofía. No quería incomodarte, todo ha sido un malentendido. Espero que me perdones, no puedo verte así de triste.
R.

 

Mi corazón enloqueció al terminar la lectura de la nota. "¡Era tan romántico!", pensé. Por supuesto que se trataba de un malentendido, este chico estaba llegando a ocupar un rinconcito de mi corazón y conforme lo iba conociendo no me arrepentía de lo que sentía por él. Y respecto a lo segundo, ya lo había perdonado. Decía que no me podía ver así de mal, y yo tampoco quería verlo sufrir si eso dependía de mí. "Ay Rubén, estoy loquita por ti", me repetía una y otra vez hacia mis adentros.


Con un par de declaraciones como ésta, no podría sobrevivir mucho más tiempo sin estar cerca de él. Y hablando de declaraciones, necesitaba aclararle por mi puño y letra que estaba loca y perdídamente enamorada. Porque el remitente de esta carta no era la misma persona que la que la había entregado, sin duda alguna esta enunciación provenía de Rubén, mi queridísimo vecino "buenorro".


No dudé ni un instante en coger papel y lápiz, y plasmar mi respuesta por escrito:

 

Acepto tus disculpas... Esta carta me ha alegrado el corazón, no pienses que estoy triste. Y, aunque no me atreviese a decírtelo en persona, me gustas ♥.
PD: ¿Me echas de menos?
S.

 

Al fin, me había declarado. Así me sacaría la espinita de no habérselo confesado de viva voz, pero de esta forma por lo menos le haría saber que lo que había escuchado por boca de otro era real. No me animé a preguntarle si él también sentía algo por mí, así que decidí lanzarle una pregunta trampa a través de si me echaba de menos. Supongo que si la respuesta era un sí, debería significar que era alguien especial para él.


No podía negar lo evidente, me moría de ganas por seguir la conversación y si eso implicaba meter en este lío a Raúl, lo haría. Que a modo de postdata le hubiese preguntado eso dejó entrever que me gustaría recibir una contestación. ¿Y si mi vecino "irritante" se oponía a ser el intermediario de nuestro amor? Nuestra última riña no me dejaba claro si nuestro acuerdo seguía en pie, o había prescrito.


Recordé sus palabras previas a la discusión con las que me prometió ayudarme, a pesar de que eso se tradujese en hacerse pasar por mi chico. Pero el problema no residía en eso, sino en algo más importante: ¿vendría Raúl a la mañana siguiente para seguir con nuestras clases de estudio en mi casa? Tenía mis dudas, si directamente no acudía no habría ni falso noviazgo ni intercambio de cartas ni amor verdadero con Rubén. De nuevo, todo dependía de él.




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