Eterno Castigo

Capítulo 12: El mensajero

Las noches que había pasado en vela me estaban pasando factura. Aunque esta vez, era para bien. Salí para la hora de la cena, ya con los ánimos más calmados. No recuerdo sobre qué había tratado la conversación que mi madre y yo habíamos mantenido. Ella notó que había un antes y un después de la nota que había recibido esa misma tarde. No obstante, se abstuvo a preguntar el motivo y yo no abrí la boca para contárselo. Caí rendida en la cama, y no me desperté si quiera para ir al baño durante toda la noche.


Me levanté repuesta y con las pilas cargadas. Si cabía una pequeña posibilidad de que Raúl viniese a mi casa, no me pillaría esta vez metida aún en la cama y menos aún ligera de ropa. Así que me dispuse a prepararme. Las oportunidades se estaban consumiendo y no podía meter la pata otra vez. Me mentalicé en que simplemente debería aprovechar la mañana y dedicarla completamente a fines didácticos. Ya pensaría en cómo sacar el tema de la nota para suplicarle a mi vecino "irritante" que se convirtiese en el mensajero del amor. "Qué cursi sonaba eso", pensé.


Faltaban cinco minutos para las diez y ya tenía organizado mi escritorio con todos los apuntes. Hoy sería el turno de Economía para juristas. Esa era otra de las cuatro asignaturas que me habían quedado. El cuarto lugar lo completaba Derecho Romano. Esta vez nada de estudiar en la cama, me prometí comportarme como cualquier alumna normal. Y por supuesto, eso implicaba mantener la compostura y la distancia con mi profesor particular. Portarme como la estudiante perfecta se alejaba demasiado de la realidad, pero todo fuese por una buena causa. Mis nervios afloraron cuando escuché el timbre de casa sonar. "Que sea Raúl", supliqué cruzando los dedos.


— Buenos días, profesor. Gracias por venir a mi clase de hoy, pasa por favor –musité como si ya hubiese mecanizado mi discurso.


— Buenos días alumna –concluyó Raúl un tanto asombrado mientras cruzaba el umbral de la puerta de mi dormitorio quedando ya ambos fuera de la vista de mi madre–. ¿Qué narices te pasa?


— Desde hoy sólo tendremos una relación estrictamente profesional. Ya tengo todos mis apuntes en el escritorio. Empezaremos con Economía para Juristas –sentencié ante su atónita mirada.


— ¿Economía también? ¿Cuántas más te han quedado aparte de las tres que ya sé? –me preguntó como si esperase que la lista de suspensas fuera aún más extensa.


— Derecho Romano –dije con voz bajita.


— Bueno, está bien saberlo. Si de verdad te lo vas a tomar en serio, tendremos que ponernos las pilas –aclaró sin pedirme cuentas al respecto. Eso era una de las pocas cosas buenas de él, no me presionaba ni me reprendía por mis errores.


— Necesito aprobar, y mi profesor favorito me va a ayudar –clamé para relajar la seriedad del ambiente que yo misma había creado.


— ¡Vamos! –exclamó Raúl con energía.


Así pasaron varias horas de estudio bastante productivas. No podría decir que a pleno rendimiento porque aún me rondaba en mente mi propósito final. Después del altercado de ayer, hoy ya había recuperado la constancia que me devolvió mi primera jornada de estudio en casa de mis vecinos. Y aunque ese no había sido mi objetivo principal hasta ahora, sabía que necesitaba recuperar todas las asignaturas para poder cerrar así el desagradable capítulo de la separación de mis padres.


Para mi sorpresa había logrado sobrellevar esta situación mejor de lo que había soñado. Sin embargo, era mi profesor particular el que parecía estar algo más inquieto, como si supiera lo que estaba a punto de pedirle. Y como siempre, no se equivocaba:


— Ahora que nos hemos tomado un descanso –comencé diciendo–, quiero pedirte disculpas por lo ayer. Tú por lo menos intentaste ayudar y no te quedaste de brazos cruzados como yo.


— No tienes que disculparte, cada uno reacciona de determinada forma ante ciertas situaciones. Y tú deberías saberlo bien, así es cómo funciona nuestro mundillo –aclaró refiriéndose a nuestra habilidad profesional–. Yo no soy quién para revelar tus sentimientos, pero en ese momento sólo quería justificar este sinsentido. Si hay alguien aquí que debe disculparse soy yo –prosiguió con cierto malestar en su mirada–... Y la nota...


— ¡La nota fue tan romántica! Si supieses que eso fue lo único que me motivó a salir de mi cuarto –juré con el rubor apoderándose de mis mejillas pecosas y contagiándoselo a mi vecino.


— No sabía cómo decirlo, una nota parecía un poco cursi y anticuado, pero... –le corté para demostrarle mi agradecimiento.


— Gracias por todo, por tu ayuda, por esto... Sé que ya te he pedido varias cosas, y al final has accedido siempre que estudiase –expresé no sabiendo muy bien cómo reconducir la conversación a lo que ocupaba mi pensamiento desde anoche–... Y me gustaría responderle a Rubén con otra nota. Si no quieres hacer de mensajero, lo entenderé –agregué después de ver la confusión en su rostro.


— ¿Un mensaje para Rubén? –preguntó incrédulo.


— Sí, quiero darle una respuesta por escrito. Pero tú eres el único medio para hacérsela llegar –añadí con el corazón en vilo.


— ¿Profesor y repartidor? –se preguntó a sí mismo–. ¡No entiendo cómo puedo estar sacándome una carrera si ya tengo tantos trabajos! –exclamó con su humor ácido.


— Y novio falso, que no se te olvide, ja ja ja –continué yo quitándole hierro al asunto–. Sé que ya te he pedido mucho, pero si no es por mí, hazlo por tu hermano por favor –le supliqué zarandeándolo por los hombros–. Y seré la alumna perfecta y más estudiosa que hayas conocido...


— Bueno –musitó finalmente con su tono frío característico.


— ¡Yupi! Eres el mejor profesor, novio falso y ahora repartidor del mundo –grité de felicidad con un intento de abrazo que no llegué a iniciar ante sus negativas anteriores–. Y seguro que pronto serás también el mejor abogado –alabé la profesión que realmente le gustaba.




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