Eterno Castigo

Capítulo 13: El intercambio

Estaba impaciente por saber qué pensaría Rubén del mensaje de mi nota, y si tal y como yo esperaba me enviaría la contestación a mi pregunta a través de su hermanastro. Aproveché la tarde repasando lo estudiado en los días anteriores, en parte porque quería mantener mi mente ocupada y a la vez porque me había prometido a mí misma conseguir el pleno de aprobados.


Después de tantos contratiempos, la semana se me había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Mañana ya sería viernes, y el domingo mi madre empezaría el turno intensivo en el hospital. "¿Por qué no el sábado?", me pregunté recordando que ese día se celebraba el Festival al que no podría asistir por la tontería del castigo que la susodicha me había impuesto.


— ¿Lasaña para cenar? –expresé al entrar a la cocina y oler el aroma de mi plato favorito–. ¡Qué rica!


— Te veo de mejor humor. ¿Cómo llevas el estudio? –preguntó con interés María Luisa.


— Bien, Raúl me está ayudando mucho –expliqué.


— Eso he visto, sí... –dijo con cierto rencor en su voz.


— Ya te lo dije, que necesitaba que nuestro vecino me ayudase para conseguirlo –recalqué yo, haciendo hincapié en el asunto didáctico.


— Sofía, ya sabes que el domingo tengo intensivo –cambió de tema mi madre–. Y no me gustaría que te saltases el castigo...


— Ya sé, que esta cárcel está amurallada y con videovigilancia. O lo mismo si me escapo me persigue la policía –completé con sarcasmo.


— ¡Sofía! Lo hago por ti y por tu futuro –repuso elevando el tono de voz.


— ¿Qué diría la justicia de esto? Reteniendo a una mayor de edad contra su voluntad... –repliqué enfadada.


— No entraré en tu juego. No puedes salir hasta nuevo aviso. El guardia de la entrada del edificio vigila las cámaras, y si ve algo raro no dudará en llamarme.


— Sí, mi capitana –musité cual soldado a las órdenes de su superior.


— Tengamos la cena en paz, por favor –concluyó la capitana María Luisa.


Tras darme una ducha y lavarme los dientes, me tumbé en la cama releyendo la nota de mi admirado Rubén. Minutos antes me asomé al balcón pero la luz de su dormitorio estaba apagada, me hubiese gustado verlo aunque fuese en la lejanía. Por el contrario, Raúl estaba sentado frente a su escritorio con los cascos puestos. "Lo mismo él podría ir al Festival", pensé en proponerle cuando lo volviese a ver.


A la mañana siguiente, me levanté con energía y me dispuse a preparar un buen desayuno. Sabiendo lo buen chef que había resultado ser mi vecino "irritante", no podía invitarle a cualquier cosa. Opté por preparar unas tostadas de queso untable con trocitos de kiwi y mermelada. Tampoco podía aparentar lo que no era, y es que a mí la cocina se me daba fatal. Exprimí unas naranjas para acompañar mi plato con un delicioso y enérgico zumo.


— Buenos días Raúl. Mira –lo saludé señalando el magnífico desayuno que ocupaba parte de mi escritorio–, lo he preparado yo misma.


— Buenos días, ¡tiene buena pinta! ¡Habrá que probarlo! –exclamó con cierto asombro reflejado en sus ojos color miel–. ¿Pero, a qué viene esto? No me malinterpretes, pero cuando actúas así es que quieres algo de mí.


— ¡Qué mal pensado! Ni que fuera yo una interesada –proseguí provocándole una sonrisa–. Es sólo por agradecerte todo lo que estás haciendo por mí, hasta te tengo un regalo y todo.


— Ya, ya... Toma la notita de tu queridísimo enamorado –soltó haciéndome entrega de la misma–. Pero no podrás leerla hasta que termine la sesión de estudio: ¡Nada de distracciones!


— Está bien, pero tú tampoco tendrás tu regalo hasta entonces –clamé vengativa.


— Vale, ¿Derecho Romano, hoy? –preguntó volviendo al tema que nos ocuparía toda la mañana.


— Uff, si no queda otra... Es que odio esa asignatura, y lo que no me gusta me cuesta mucho aprenderlo –me sinceré.


— Las normas que regían la antigua Roma son muy útiles hoy en día –bromeó Raúl–. No puedo creer que economía te interese más que esto, esa fue para mí la peor de primero.


— ¿Si? Es que a ti te pega eso de los números... –continué zafándome de él–. Por algo serás mi vecino "friki".


— Ahh, ¿ya no era tu vecino "gamer"? Si es que me cambias más de mote... –sentenció–. Yo también podría llamarte vecina "interesada", o vecina "con bragas de corazoncitos", pero simplemente te llamo vecina "desgreñada".


— Claro, porque vecina "desgreñada" suena mejor que lo demás... ¡Y además, tú qué sabrás cómo son mis bragas! –le solté ante su osadía al tiempo que abría el cajón de mi ropa interior–. Mira, de todos los colores y con todo tipo de dibujitos...


— ¿En serio tienes unas bragas con dibujos de aguacates? –dijo ridiculizando mi lencería.


— ¡Ya te gustaría a ti verme con ellas puestas! ¡A saber lo feos que son tus calzoncillos! –gimoteé a fin de incomodarle al tomar yo el control–. Por eso el mote de vecino "irritante" te viene que ni pintado.


— Seguro que esto en Roma no pasaba, ese tipo de prendas ni las usaban –remató la jugada–. Vamos, que Derecho Romano nos espera... Y no creas que con lo de vecino "irritante" me hieres, me gusta más bien.


— ¡Eres insoportable! –confesé abriendo el libro de la materia que tanto odiaba.


La jornada transcurrió en línea a la anterior. Sentía que estaba aprovechando el tiempo, pero a la vez una parte de mí no paraba de darle vueltas al mensaje que vendría escrito en la nota de Rubén. Quería que las horas pasaran volando y que el momento de la ansiada lectura llegase ya. Por otro lado, mi profesor particular estaba alargando la clase más de lo normal. "¡Cómo le gustaba jugar conmigo y con mi paciencia!", pensé. Pero al fin acabamos el capítulo que completaba la sesión de hoy.


— ¡Por fin! Creía que nunca íbamos a terminar –repuse satisfecha de mi rendimiento–. "Bye bye" Roma, "hello" carta de Rubén.




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