— Muy bien, dámela y me iré –reaccionó Raúl extrañado tras mi última intervención.
— Te acompaño a la puerta –expresé sin rebatir su idea dominada por mi orgullo.
— Vale, nos vemos mañana entonces –dijo cruzando el umbral de la puerta. Fui tras él, y al salir a la entrada mi vista se posó sobre la cámara de vigilancia.
— ¿Me harías un último favor? –pregunté creando interés en su mirada.
— Depende, pero si ese favor consiste en que te ayude a escapar puedes ahorrártelo... –replicó como si fuese mi madre, a ella era a la que quería darle su merecido.
— No es eso –pronuncié tirando de su camiseta hacia mí para acercarlo a mi cuerpo.
— ¿Qué estás haciendo? –gruñó enfadado.
— Cabrear a mi madre un poco –expliqué señalando con la cabeza hacia la cámara, lo que llevó a Raúl a seguirme con la mirada–. Y para eso necesito que me sigas el juego –proseguí acercándome a su oído.
— No quiero que tu madre se enfade conmigo, así que no lo haré –refunfuñó.
— Sí lo harás –me reafirmé cogiendo sus manos y llevándolas a mi cintura, y después continué colocando las mías alrededor de su cuello.
— No lo haré –susurró traccionando de mi cuerpo hacia él. Sabía que lo que quería era torturarme, hacerse con el control y que la que acabase incomodada fuese yo; no lo conseguiría.
— Sí lo harás –musité con mis labios tan próximos a los suyos, que ni un milímetro nos separaba.
Sus ojos no dejaban de mirarme desafiantes, y yo le mantuve la mirada en todo momento. Estaba tan sumamente cerca que desde el ángulo donde estaba colocada la cámara de vigilancia parecería que nos estábamos besando. Mi madre enloquecería al verlo. Y sin pensarlo dos veces tiré de mi vecino "irritante" hasta pasar al interior de la casa, y entonces cerré la puerta con toda la rapidez que pude. De esa forma e indirectamente había logrado que Raúl se quedase un ratito más, y es que lo cierto era que la soledad me aterraba.
— Bueno, ¿vemos una peli? ¡Hay palomitas para preparar en el microondas...! –exclamé radiante.
— ¿Cómo que una peli? Si me voy ahora mismo –insistió yendo en dirección a la salida de nuevo.
— No te vayas, quédate –volví a repetir.
— Ya tengo la carta para Rubén, así que me voy –vaciló como si le molestara que su hermano fuera objeto de nuestra relación "vecinal".
— ¡No me dejes sola, por favor! –confesé con cierto malestar en mi voz.
— ¡Elijo yo la película! –sentenció Raúl dando a entender que se quedaría para hacerme compañía.
— Gracias. Esto... ¿podemos vincular tu cuenta de Netflix a mi televisión? Ya sabes, por lo de cero tecnología... –agregué con timidez después de obligarle a ver una película la cual no podía ni proyectar.
— Vale, pero la quitaré antes de irme que no quiero líos con la suegra –lo que provocó una risita nerviosa con lo de llamarle "suegra" a mi madre. Soñaba que algún día Rubén fuese el yerno de mi madre, pero esa palabra por boca de Raúl también tenía su gracia. Sobre todo porque sabía el sobreesfuerzo que hacía por ayudarme.
— Como mandes, me parece bien. Sí que sabes tener a tu futura suegra contenta –dije generando un sonrisa pícara en su rostro.
— Y a su hija también –contestó con un hilillo de voz.
A continuación, cogió su teléfono móvil y realizó los ajustes pertinentes tanto en el smartphone como en el televisor hasta completar la configuración de su cuenta de Netflix. Yo no era la típica persona cotilla que solía mirar el móvil de la gente, pero esta vez lo hice. Puede que por curiosidad, o puede que por añoranza al estar abstenida de toda esa tecnología. Seguramente fue lo primero, y lo que mis ojos vieron me llamó muchísimo la atención:
— ¿Paula te está escribiendo? Sabía que te hablaría, te lo dije –comenté recordando nuestra clase sobre amor.
— Después le respondo –cortó el tema en seco.
— Ay, ¿y qué le vas a contestar? Creo que te ha preguntado si te gustaba algo... No lo he podido leer del todo –me justifiqué con la intención de que me enseñara el texto al completo.
— Pues sí que tienes vista de halcón... Además, es una conversación privada –intentó cerrar el asunto otra vez.
— Solo quiero aconsejarte, es tu primera vez y Paula también es mi amiga.
— No necesito tus consejos, y antes de que insistas más te diré lo que decía el mensaje y zanjaremos este asunto –explotó su rabia–: Me ha preguntado si me gusta cómo le queda el colgante que se compró ayer en el Festival.
— Antes de zanjar este asunto, necesito hacer un par de preguntas y no volveré a mencionar el tema, lo juro –proseguí–. Si te pregunta cómo le queda: Primero, entiendo que te ha pasado una foto; y segundo, esconde otra intención, lo que quiere es que le digas algo bonito y no sobre el collar.
— Perfecto, lo tendré en cuenta. Y fin de la historia –concluyó con tono serio.
— Bueno, pues para ayudarte, y no tiene ya nada que ver con este tema, ¿por qué no ensayas a decir cosas bonitas de alguien? –le recomendé sin insinuar demasiado que era un tanto seco con las personas.
— No hace falta, yo soy amable con quien me apetece –balbuceó seguro de su respuesta.
— Ya veo que conmigo no –repuse cabreada.
— Tienes unos bonitos ojos verdes –soltó sin yo esperarlo.
— Anda, veo que cuando quieres, puedes. Y dime, ¿qué más te gusta de mí? –pregunté arrepintiéndome de lo que pudiese decir.
— También podría ser lo que no me gusta de ti, ¿no? –añadió guasón–. Como esas pequitas que tienes y tu pelo desgreñado –soltó como si fuese un halago más que cualquier otra cosa.
— Uff, ¿podemos tener un día de paz? –grité imitando estar enfadada. No obstante, sus comentarios me alegraron más bien, sabía que no lo decía con maldad.