Eterno Castigo

Capítulo 20: La duda

"El tiempo, lo dirá", fue lo que Raúl me aconsejó. Y llevaba toda la razón. Aunque aún no había perdonado a mi padre, ahora contemplaba lo sucedido desde otra perspectiva. Había pasado algo más de una semana desde que conocí toda esta historia, y eso había supuesto un antes y un después en mi vida. Tenía una parte buena y una parte mala: Desde el lado positivo, había reconectado nuestra relación materno-filial y también había recuperado a mi amigo; por contra, lo que descubrí sobre mi padre había tambaleado muestro vínculo.


Mis sesiones de estudio continuaron con normalidad, progresé bastante con el temario de las asignaturas pendientes. Cada vez veía más cerca la posibilidad de aprobar todas las cateadas, ¡quién me lo iba a decir! Así fue cómo pasaron los siguientes quince días desde que la verdad había invadido y sacudido mi vida. Mantuve la mente ocupada estudiando, al menos sentía que estaba aprovechando el tiempo de esa forma.


No obstante, ese no era el único objetivo que solía invadir mi mente. Más bien, otra persona... Mi vecino "buenorro". Y es que concretamente habían pasado veinte días desde la última vez que había estado a poco más de diez metros de mi querido Rubén, esa era la distancia que separaba nuestros balcones. Desgraciadamente, mi corazón sentía cómo nos habíamos distanciado aún más. No dudaba de mis sentimientos, pero me repetía una y otra vez que estaba enamorada de él y eso hacía sembrar la duda.


La costumbre también se había adueñado de mi corazón... Me había acostumbrado a no estar cerca de Rubén, y cada vez lo echaba menos de menos, valga la redundancia. Me sentía mal y me culpaba por eso. "¿Qué debía hacer?", me preguntaba reprendiéndome por mis actos. Y eso fue lo que en un primer momento me llevó a elegir para pasar mi permiso penitenciario la costa mediterránea...


— Cariño, quiero decirte que estoy muy orgullosa de ti –comenzó mi madre una conversación que no sabía muy bien a donde se dirigiría.


— ¿Por qué, mamá? –pregunté algo confusa ante semejante elogio.


— Porque de verdad te has puesto las pilas  y estoy segura de que sacarás el curso –explicó repleta de alegría.


— Ves... Si confiaras más en mí, no habría hecho falta ningún castigo –comenté sacando a relucir mi estancia entre rejas.


— Por eso quiero darte un voto de confianza –continuó mi madre–. Mañana podrás salir a donde quieras, pero actúa con cabeza.


— ¿En serio? –dije ilusionada–. ¿Cómo que actúe con cabeza?


— Claro, solo que no quiero que hagas algo de lo que luego te arrepientas –sentenció sin aclarar lo que le preocupaba verbalmente, pero traduciéndose en un nombre: Rubén.


— Tranquila, sé cuidarme bien –intenté serenar la inquietud de mi ahora amable María Luisa.


— Sabes a quién querré ir a visitar, y el tiempo que necesito para ello... ¿No crees que sería buena idea dejarme hasta el domingo? –le rogué cual corderito–. Dos días, y te prometo que lo daré todo en la recta final.


— En poco más de una semana empiezas con los exámenes de recuperación... El domingo por la tarde tendrás que estar aquí, y no te daré más prórroga –afirmó ella consiguiendo dibujar una sonrisa en mis labios.


— ¡Sí! ¡Seré libre! –grité al tiempo que besaba la mejilla de mi madre y saltaba de emoción.


Desayuné intentando mantener la calma, pero era una ardua tarea. Que mi madre me hubiese concedido no uno, sino dos días libres y que ella misma hubiese dado a entender que aprobaba la visita a mi vecino "buenorro" me tenía dando brincos de alegría. Esa era la idea, ir a la costa mediterránea y reducir los miles de kilómetros que nos separaban. Así lo había decidido, pues había seguido a pies puntillas las indicaciones no explícitas de mi madre. Con ello me obligaría a corroborar que seguía enamorada de Rubén, lo estaba ¿verdad?


Segundos después de escuchar el timbre de la casa, corrí para darle la buena noticia a mi otra vez amigo Raúl:


— ¡Raúl! –chillé emocionada–. ¡Tengo algo bueno que contarte!


— Buenos días, ¿qué pasa? –contestó con su mirada enigmática.


— Ay, sí, buenos días... ¡Mi madre me ha liberado del castigo! –dije rebosante de felicidad– Bueno, dos días... –aclaré.


— ¡Qué bien! Felicidades, vas a poder ver algo más que estas cuatro paredes –expuso optimista.


— Sí, menudo finde me espera –agregué antes de pedirle el trigésimo noveno favor en lo que iba de mes–. ¿Me llevarás a ver a Rubén?


— ¿Cómo? ¿Este fin de semana? –preguntó frunciendo el ceño.


— Sí, pensé que podrías... –murmuré pinchándose mi burbuja de felicidad.


— Mañana he quedado con Paula para comer... Puedo llevarte después, si quieres –explicó despertando cierto nerviosismo en mi interior.


— ¿Con Paula? ¿"Mi" Paula? –musité dejándose entrever los sentimientos que afloraban en mi interior.


— ¿Ya estás celosa otra vez? –me respondió en tono guasón.


— Claro que no, pero también me apunto al plan, que hace mucho que no la veo –proclamé imitando una falsa alegría que no logré saber si Raúl se la tragaba.


— ¿Te vas a venir a comer con nosotros? –preguntó extrañado.


— Bueno si no quieres que vaya, solo tienes que decírmelo. No quiero chafar vuestra cita –me sinceré buscando alguna respuesta en él con el último vocablo pronunciado.


— No es una cita –respondió, haciendo que yo respirara más aliviada–. Y claro que puedes venir.


— ¡Gracias, eres el mejor! –exclamé pletórica mientras aplaudía en su honor.


Continuamos con mis clases particulares. Por mi parte, más eufórica e ilusionada que nunca; por la suya, más inquieto y preocupado que antes. Raúl y yo nos despedimos hasta la mañana siguiente. Quedamos en que yo iría a su casa y saldríamos desde allí para nuestra quedada y su no-cita con Paula. Resultó ser una comida en el centro comercial de mi ciudad natal, lo que me hizo recordar a que si la situación fuese otra habría corrido para visitar a mi padre. Por ahora necesitaba tiempo, así que mantendríamos la distancia entre ambos. Y hablando de distancia, el viaje que emprendería a continuación pondría fin a mi separación con Rubén. Se acercaba la hora de nuestro esperado reencuentro, y quizá era el momento de resolver el asunto pendiente que no podíamos solventar a través del papel. "Era lo que quería o, mejor dicho, lo que debía", me dije a mí misma. Fuese como fuere, en menos de veinticuatro horas saldría de dudas. Dudar, otra vez...




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