Eterno Castigo

Capítulo 22: El reencuentro

Llegamos a eso de las diez de la noche. El viaje se me hizo larguísimo, paramos un par de veces para estirar las piernas y picotear la empanada que Raúl había preparado. Como se trataba de una visita de imprevisto, mi vecino había decidido no avisar a su familia para que fuese sorpresa. Y allí nos presentamos de forma inesperada. Después de tocar el timbre insistentemente sin obtener respuesta, mi vecino recordó que tenía una llave de la casa de la playa en su llavero. Abrió y accedimos al interior, no había rastro de sus padres. Si no fuera por el sonido de la ducha del baño que según Raúl sólo usaban los dos chicos, me hubiese dado por vencida. Pero si sus cálculos no fallaban, Rubén debía ser la persona misteriosa.


"Perfecto, me prepararé para sorprenderlo", me dije a mí misma... Así que saqué de la bolsa la provocativa ropa interior que hacía escasas horas había adquirido y me cambié. Opté por no cubrirme con ninguna otra prenda, así generaría mayor expectación. Esperé pacientemente a que saliera mi vecino Rubén. Mientras tanto, le dí mil vueltas a la cabeza sobre si hacía lo correcto o no, sobre si lo que sentía era amor verdadero o... No quería pensar en la otra alternativa, no dudaría más. Y en ese momento, el causante de todas las teorías que invadían mi cabeza entró por la puerta de su habitación:


— ¿Qué haces así, Sofía? –musitó Rubén con su característica voz rasgada refiriéndose a mi tentadora vestimenta.


— Hola vecino, ¿me echabas de menos? –continué yo obviando su escueto recibimiento.


— Sofía, vístete, por favor –prosiguió con su negativa a tener un acercamiento conmigo.


— ¿Pero qué te pasa? ¿Acaso no te alegras de verme? –gruñí yo malhumorada.


— No es eso, creía que ya lo habías entendido –dijo él sin dilucidar el problema que se suponía que había entre nosotros.


— ¿Y las notas? Vengo a resolver nuestro asunto pendiente... –intenté que razonara.


— ¡Dios! No lo hagas aún más complicado... –rebatió mi idea.


— ¿Eso es lo único que tienes que decirme después de tanto tiempo sin vernos? –grité entre sollozos.


— No insistas más, por favor –clamó rogándome al tiempo que mi orgullo se resquebrajaba.


— Mírame, estoy aquí. He venido a zanjar lo que quedó pendiente. ¿No recuerdas lo que me pediste la última vez que hablamos por el walkie-talkie? –le pregunté haciéndole entender el por qué de ir demasiado ligera de ropa.


— Eso ya es pasado. Entre nosotros no hay nada y nunca lo habrá –soltó resonando sus palabras en mis oídos.


— Le he plantado cara a mi madre y he hecho cientos de kilómetros por estar junto a ti, he metido en este lío a tu hermano y... –me entrecortó mi discurso.


— Mi hermano –repitió para sí mismo–... Yo solo estoy actuando como un buen hermano. Y no jugaré contigo, nunca más –me prometió sin terminar de comprender lo que decía.


— ¿Ser un buen hermano? ¿Y qué tiene eso que ver? –gimoteé con las lágrimas recorriéndome el rostro.


— Perdóname por haberte hecho creer que podíamos ser algo más, no quiero hacerte daño –concluyó tras hablar con total sinceridad, fue tal que me dejó tan descolocada que tardé más tiempo de lo normal en responderle.


— ¿Daño? ¿Más aún? –grité rabiosa–. Ya lo he entendido, he sido una tonta por ilusionarme. ¡Joder! –y salí de la habitación poniendo pies en polvorosa.


— Lo he hecho por mi hermano, por Raúl –culpabilizó a su hermanastro al tiempo que yo cerraba la puerta de su dormitorio con todas las fuerzas que quedaban en mi cuerpo tras la sacudida que este terremoto emocional había provocado en mí.


Ahora mismo, la rabia y la desazón se habían apoderado de esta pobre Sofía. Que Rubén nunca hubiese estado enamorado de mí hizo trastocar mi mundo y replantearme las dudas que me habían surgido días atrás. "No puedes enamorarte de una persona a la que apenas conoces, simplemente has idealizado a mi hermano y te has enamorado de eso", las palabras de Raúl resonaron con fuerza en mi cabeza. La incertidumbre volvía a llamar a mi puerta, y esta vez parecía que venía acompañada del tick de verificación.


"¿Pero, qué tenía que ver Raúl en todo este circo?", me pregunté. Su hermanastro había repetido incesantemente que todo lo que estaba haciendo era por él, como si el fin justificase los medios. Que yo fuese una chica tonta y enamoradiza no ayudaba, y si a eso le sumábamos las indirectas y las falsas intenciones de mi provocativo vecino, el típico cliché de salir con tu "crush" parecía hacerse realidad. Pero no, fue todo lo contrario. Y Raúl no tenía culpa de nada. Ahora más que nunca necesitaba su apoyo, en él había encontrado un refugio y sabía que en estos momentos era la única persona capaz de ayudarme. 


Así que crucé el umbral que separaba las habitaciones de ambos chicos y corrí a los brazos de mi amigo. Esos en los que ahogaría mis penas y que me proporcionarían la paz que buscaba mi corazón... Porque lo que tenía roto debía ser el corazón, aunque más que roto parecía incompleto. Como si la pieza de puzzle que formaba Rubén no hubiese encajado y ahora estuviese a falta de encontrar la pieza correcta. Esa que me complementaba, la que sumaba en lugar de restar. Y puede que estuviera más cerca de lo previsto. No todo era amor en la vida, la amistad también podía conformar esa pieza.




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