Eterno Castigo

Capítulo 25: La proposición

Me desperté al cabo de las horas en la misma posición que había adoptado justo después de saltar y esconderme bajo la sábana. Abrí los ojos y descubrí que Raúl estaba despierto, mirándome. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue si me daría otro beso de buenos días como el que me dió para despedirse anoche. "¡Cómo había cambiado tan rápido!", pensé. O lo mismo es que estaba tan cegada por mi idealizado amor hacia Rubén, que mi empeño me había impedido ver más allá de eso.


— Buenos días –y Raúl se levantó chafándome mis preciosas ilusiones...


Aunque perdonaba el no beso de buenos días por la bonita estampa que me estaba regalando: Llevaba horas durmiendo junto a él y no me había dado ni cuenta de que la única prenda de ropa que llevaba era ¡unos calzoncillos de aguacates! No daba crédito, después de reírse de mis bragas, iba él con los mismos dibujos de mitades de aguacates. Eran los típicos diseños de mitades de aguacates animados, unos con el hueso del fruto en su mitad y otros sin él... Pensé en la similitud de nosotros dos, Raúl y yo éramos dos mitades de aguacates que encajaban a la perfección.


— Buenos días, bonitos calzoncillos de aguacates –repuse prestando ahora más atención a su silueta.


— Yo nunca dije que no me gustaban, eso fue lo que tú interpretaste –contestó evadiendo cualquier responsabilidad.


— Parecemos la típica pareja que comparte ese tipo de cosas. Ahora que vamos a ser novios otra vez... –proseguí aprovechando la ocasión para hablar de nuestro nuevo plan.


— ¿Cómo que novios otra vez? –me preguntó atónito y mosqueado a partes iguales.


— ¿Se te ocurre otra forma para que mi madre no me presione con que tu hermano me haya dado calabazas? Además, así también dejará de acribillarme a preguntas por haberme metido en tu cama mientras se suponía que debía estar a cientos de kilómetros con otra persona –expliqué dándole a entender que no había otra salida. Es más, yo no quería que hubiese otra salida, pero él tenía que llevarme la contraria.


— No te preocupes, te ayudaré con lo de Rubén. Quiero que vuelvas a ser la Sofía feliz que mereces ser –soltó como si no hubiese escuchado el plan que acababa de describir.


— No, no quiero recuperar a tu hermano. No siento nada por él. Lo mismo incluso tengo que agradecerle que me haya hecho abrir los ojos –comenté con cero rencores.


— Pues entonces cuéntale todo a tu madre, es así de fácil –me aconsejó, a lo que yo hice caso omiso.


— No –murmuré intentando encontrar otra excusa más convincente–... No es por eso. No te mentiré, también es por Paula.


— ¿Paula? ¿No estarás otra vez celosa? –rechistó llamándome con el nombre de lo que era.


— Sí, estoy celosa... Ayer me dí cuenta de que compartís más de lo que yo creía, ella ocupa tu corazoncito y tengo celos de eso –confesé sin dejar demasiado claro que yo podría tener un interés amoroso hacia él.


— Me gusta verte así de celosa –comentó entre risas–. Pero Paula es sólo una amiga, no siento nada por ella más allá de eso –explicó.


— ¿Y entonces quién? –volví a la carga.


— Un amor imposible –repuso con tono melancólico.


— Nada es imposible –musité quitándole hierro al asunto.


— Esto sí, créeme –sentenció seguro.


— Me alegro de que al fin te hayas enamorado, quizá exista alguna posibilidad. No seas tan negativo –expresé intentando no aparentar que me afectaba.


— Es imposible, y en caso de que exista una posibilidad no creo que ella sienta algo por mí –reflexionó pensativo.


— Sabes, yo creo que lo mío también es un amor imposible –revelé con cierto desasosiego.


Casi sin pensarlo le había confesado de alguna manera lo que había descubierto que sentía por él. Sin especificar que era Raúl el partícipe de mi amor imposible, pero ¿qué le pasaba a este chico, acaso no pillaba las indirectas? Además que no quería que fuese un amor imposible, yo deseaba darle la oportunidad de que llegase para quedarse en mi corazón. Pero ahora el problema residía en que parecía no quedar espacio para mí en el suyo. De modo que no sabía si él había comprendido que sólo nos quedaba resignarnos y ayudarnos el uno al otro, o si había captado mi insinuación. Esto último era casi del todo imposible, valga la redundancia.


— Te ayudaré... Otra vez, te ayudaré –musitó con su dulce voz.


— Raúl Rodríguez, ¿cuánto más vas a tardar en invitarme a salir contigo? –pregunté cual adolescente enamorada.


— Espera un segundo –dijo mientras rebuscaba lo que parecía ser una cajita que albergaba una joya–... Sofía Mendoza, ¿quieres salir conmigo?


— Bueno, a ver, tengo una condición –musité pensando bien lo que mis labios continuarían pronunciando.


— ¿Me has hecho que te pida salir y ahora vienes con un pero? No hay quien te entienda, vecina –masculló el muy orgulloso.


— Si tenemos un amor imposible, es decir, cada uno siente algo por alguien que no le corresponde –y me detuve antes de lanzar una bomba a punto de explotar–... ¿Por qué no actuamos como novios de verdad?


— ¿Me estás haciendo una propuesta indecente? –rebatió Raúl mi idea sin dar un sí o un no por respuesta.


— ¿Eso es un sí? –reafirmé obviando su cuestión.


— Puede ser –comentó él tal y como solía hacer a fin de evadir una contestación clara–. O lo mismo es un no –agregó para suscitar más intriga.


— Hazlo por mí, pongámosle una tirita a nuestro corazón –le supliqué al tiempo que me acercaba a él y clavaba mi dedo acusador sobre su pecho en repetidas ocasiones.


— Sólo si estudias –proclamó esta vez pinchándome ahora con su dedo en mi estómago–... Y no temas, que no sobrepasaré ciertos "límites" –añadió a colación de nuestro contrato, aunque ahora me moría de ganas por que hiciese todo lo contrario.




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