Eterno Castigo

Capítulo 30: El perdón

Llegué a mi antiguo hogar familiar, donde ahora sólo me esperaba mi padre y su pareja. Probablemente esta no se trataba de una visita sorpresa como yo pensaba, sino que mi llegada había sido previamente avisada. De modo que la cara de mi padre al abrir la puerta era de todo menos de asombro, en ella se reflejaba la preocupación y la inquietud por zanjar ese tema que me había estado atormentado hasta ahora. Sin embargo, para ser honesta ese no era el motivo principal de la tristeza que me consumía últimamente.


— Hola cariño, pasa –me dijo mi padre sonriente tratando de limar asperezas.


— Hola papá, ¿me has echado de menos? –respondí con una pregunta que estaba repitiendo bastante estos días. Supongo que me apetecía sentirme querida, o al menos que alguien fuese capaz de expresar lo que sentía por mí.


— Por supuesto que te he echado de menos, mi niñita –así es como él me llamaba cariñosamente. Mi padre, José Manuel, era todo lo contrario a mi madre. Quizá con eso de que los polos opuestos se atraían... Pero no, en este caso eso no funcionó.


— Hola Sofía, ¿qué tal estás? –me saludó Marta, su pareja. Era una mujer algo más joven que mi madre, y en un principio pensé que la edad era lo que más le molestaba a ella.


— Hola Marta, estoy bien. Acabo de terminar los últimos exámenes –le contesté educadamente.


— ¿Y cómo han ido? Ya sabes que no tienes por qué frustrarte si te queda alguna asignatura –se adelantó mi padre a decir, no sabía bien si porque no confiaba en que fuera capaz de aprobarlas todas o, por el contrario, porque quería seguir ejerciendo el papel de "padre bueno y compasivo".


— ¡Las he aprobado tooodas! –grité eufórica.


— ¡Qué bien! –me alabaron ambos al unísono.


— Sí, ya estoy libre todo el verano –sonreí ante la incomodidad de cómo proseguir con el temita que me había traído hasta aquí.


— Bueno, voy a preparar algo de merienda –comentó Marta, dirigiéndose a la cocina.


— Ahora que estamos a solas –comencé diciendo–... Papá, ¿por qué no me contaste la verdad antes? –me adentré en la conversación sin más preámbulos.


— Cariño, es más complicado de lo que parece –musitó con tono tristón–. Ya te dije que mi intención no fue haceros daño ni a tu madre ni a ti.


— Pero, ¿por qué tardaste tanto tiempo en decírselo a mamá? Si ya no la querías, ¿por qué pasaron meses hasta que os separasteis? –insistí en busca de una respuesta que no había logrado obtener en nuestra primera conversación telefónica.


— Al principio me costó reconocer que todo el amor que había sentido por tu madre se había esfumado. Marta solo era una compañera del trabajo, y no pensaba que podía suceder algo entre nosotros –detalló él abriéndome su corazón.


— Lo que nunca llegaré a comprender es cómo no te diste cuenta antes... Mamá no se merecía algo así, y yo tampoco –confesé notando cómo mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.


— Entender el amor no es algo sencillo. Hay mil caminos que nos llevan a cometer errores, pero aunque elijas el camino equivocado, ese te llevará a otro que puede que sea el correcto. Y mientras recorres y avanzas, vas aprendiendo que lo que importa es seguir por aquel que te hace feliz y eso es el amor –recitó sus sabias palabras, esas que estaban llenas de aprendizaje. Enseñanzas que sólo el camino del amor te hace que aprendas.


Mi padre se había equivocado y había reconocido su error. Tiempo atrás pensaba que continuar con un amor inexistente solo haría crecer una mentira, pero el problema residía en que no siempre era tan fácil reconocer que ya no existía ese amor. Y descubrir lo que realmente sentías, tomaba tiempo; a veces, más y, a veces, menos. Pero el camino del amor verdadero siempre llegaba a nuestros pies.


Las lágrimas que recorrían mis mejillas demostraron que había entendido la moraleja de esta historia, de forma que padre e hija nos fundimos en un bonito abrazo de reconciliación. Más allá de nuestras rencillas familiares, sus palabras me sirvieron para comprender que por muy equivocadas que sean nuestras decisiones, el barco del amor siempre encuentra una forma de salir de nuevo a flote. Y el perdón sería la fuerza que necesitaba para emerger desde las profundidades del océano hasta la anhelada superficie.


La siguiente media hora disfrutamos de un café acompañado del delicioso brownie de chocolate que Marta había preparado. Era muy buena cocinera, y ahora que entendía la situación pude ver lo feliz que se sentía mi padre al estar junto a ella. El tiempo lo había puesto todo en su lugar, tal y como Raúl me había aconsejado. Y con ese pensamiento recordé que, entre una cosa y otra, se me había pasado por completo que mi vecino aún debía de estar esperándome en el coche. Así que me apresuré a despedirme o, de lo contrario, se haría demasiado tarde para volver a casa:


— Tengo que irme, otro día volveré para pasar unos días con vosotros –comenté con tono relajado y afectuoso después de haber solventado nuestras desavenencias.


— ¿Tan pronto, Sofía? –repuso Marta que estaba disfrutando de vernos a los dos tan contentos, ya reconciliados. Seguramente ambos lo habían pasado mal, y en parte yo me sentí mal por eso.


— Ay, mi niñita, no estés mal –me animó él desvaneciendo cualquier resto de melancolía que sintiese–. Me alegro de que todo esto se haya solucionado. ¿Viene tu madre a recogerte?


— No, tiene guardia esta noche. He venido con –y dudé de qué sustantivo debía utilizar–... mi vecino –concluí al final sin dar más explicaciones.


— Llevad cuidado en el camino –me rogó mi padre para despedirse sin darle mayor importancia al asunto de mi conductor. No obstante, su risita final me dio a entender que sospechaba lo que había entre nosotros. Ahora estaba decidida, quería que volviese a cobrar sentido ese "nosotros".




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