Eterno Castigo

Capítulo 31: La reconciliación

Cariño, tengo que irme a trabajar. Con las prisas no te has llevado las llaves de casa, pero sé que habrá alguien que se encargará de cuidarte bien.
Mamá.

 

"Mi madre estaba loca", me dije a mí misma. ¿Estaba dándome a entender lo que estaba dándome a entender? Que me fuese a casa de mis vecinos o, más concretamente, a que me cuidase uno de ellos. Esta mujer estaba definitivamente loca: Primero, me encerraba sin salir de casa, y ahora cerraba la casa para que no pudiese ni entrar. Nunca había visto nada semejante, ni en las comedias más disparatadas de Reese Witherspoon.


Comedia, drama, romance... No faltaba ni un solo ingrediente para que la historia de mi vida fuese llevaba a la gran pantalla. Pero lo que en estos momentos más me preocupaba era cómo conseguiría quedarme en el destino que mi madre había decidido. Porque sí, ella había sobreescrito mi destino, ese que se saltaba a la torera lo de ir "paso a paso". No tenía otra opción, así que cogí mi peluche de aguacate y me presenté frente a la casa que me daría alojamiento esa noche, si es que su propietario me acogía, claro...


— Buenas noches, ¿me puedo quedar en tu casa? –recité nada más ver que era Raúl quien me abría la puerta.


— Hola Sofía, ¿qué te pasa? –me preguntó con cierta preocupación en su rostro.


— Mi madre me ha castigado sin poder entrar en casa –dije con aires de sentirme la persona más incomprendida de este mundo.


— ¿Cómo? ¿No entiendo nada? –expuso extrañado por dicho sinsentido.


— Me ha dejado una nota, decía que tenía que irse a trabajar y que como no me había llevado las llaves de casa –comencé explicando el problema–... Básicamente me dió a entender que me quedase en vuestra casa.


— Pues si lo dice la suegra... ¡Bienvenida, entonces! –musitó sonriente–. ¿Qué habías dicho, que querías quedarte en mi cama o en mi casa? –agregó con tono burlón simulando el lapsus que tuve la noche que pasé en su casa y en su cama, valga la redundancia.


— Ja, ja... ¡Qué gracioso! –sentencié imitando estar enfadada, pero a quién quería engañar: Estaba loquita por quedarme en su cama...


— Anda, ven –y me invitó a pasar dentro–. Por cierto, gracias por perdonarme, que te fuiste y me dejaste con la palabra en la boca –me lanzó la pullita por mi plan de fuga.


— Me fui porque no estaba preparada para que hablásemos de ello, es la verdad –expliqué sin dar más rodeos–. Y quién me lo iba a decir, ¡aquí estoy! –añadí un poco nerviosa por la conversación que ineludiblemente íbamos a tener esta noche.


— Te propongo algo: ¿Hacemos una tregua y no tocamos ese tema, al menos, por hoy? –sugirió alzándome la mano a la espera de que yo le correspondiera el gesto y cerrásemos el trato.


— Acepto el trato, ¿dónde hay que firmar? –bromeé como si se tratase de otro contrato.


— Ya no más contratos –me prometió como si quisiese decir algo más de lo que esa frase podía significar. Entonces, yo cogí su mano para responder de alguna forma lo que sentía que su corazón intentaba decirme.


— ¿El viaje no te ha abierto el apetito? –comenté pasando la mano por mi tripa en señal del hambre que tenía.


— Un poco... Vamos a la cocina –expuso con la idea de deleitarme con alguno de sus platos estrella.


Sin embargo, Raúl me prohibió mirarle mientras cocinaba, incluso me obligó a que aprovechase ese tiempo para darme una ducha. A mí no me quedó más remedio que acceder a su propuesta, había sido un largo día y me apetecía dejar que el flujo del agua masajease mi cuerpo a fin de liberar tensiones. Al salir del baño me puse el albornoz que me había prestado, y por un instante mi mente viajó a lo que se sentiría al compartir pequeñas cosas como esta.


Más tarde, encontré un bolsa con lo que se suponía ser un regalo. En el envoltorio aparecía una tarjetita con su remitente: Paula. "Sabía que esto no podría significar nada bueno", me dije a mí misma antes de abrir el presente. En su interior había un sexy camisón de raso junto con el conjunto de lencería que compró la vez que fuimos al centro comercial... Alguien más que no entendía que así no podría avanzar "paso a paso". Y cómo no, tampoco tenía otra alternativa menos provocativa que la ropa que mi querida amiga había preparado con gusto.


Me vestí e intenté tapar algún centímetro más de mi cuerpo tirando del camisón hacia abajo, pero no logré el efecto deseado. No obstante, conseguí más bien todo lo contrario. Raúl se quedó boquiabierto al contemplarme de esa guisa, hasta el punto de dejar caer al suelo la espátula con la que removía el salteado que estaba cocinando. Yo me ruboricé después de todo el lío que se había montado y Raúl entendió a la perfección lo que mi boca no pudo expresar:


— Puedes coger una de mis camisetas si así te sientes más cómoda –recitó intentando no fijar la vista en el provocativo conjunto.


Puede que cambiarme de ropa también sirviera para que él se encontrase más cómodo sin necesidad de autocastigarse cada vez que sus ojos me miraban con deseo. El chico comprendía que yo no estaba lista para acelerar lo que ambos queríamos que sucediese. Estaba dejándome ir "paso a paso", probablemente era el único que estaba dispuesto a dejar que yo avanzase por mí misma, sin presiones.


Regresé de nuevo a la cocina con una de sus camisetas. Aunque tampoco conseguía tapar algo más de lo que el camisón cubría, me sentía más "yo". Por otra parte, otro invitado se había sumado al plan, del que parecían estar todos compinchados. Su hermanastro, Rubén, estaba sentado frente a la isla de la cocina. Cuando yo entré en la sala, la conversación que estaban manteniendo se detuvo al segundo. Las únicas palabras que pude oír fueron "ha llegado el momento" y "con precaución". Y los nervios se apoderaron de mí...


— Hola Rubén, ¿te quedas a cenar? –pregunté sin mencionar siquiera lo que había escuchado.




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