Raúl y yo estábamos a escasos centímetros de separación, nuestros labios ansiaban devorarse mutuamente. Sí, devorarse: Lo que horas antes me había prometido que no sucedería, estaba cada vez más cerca de ocurrir. Con ello descubrí que no siempre se le podían poner trabas o prohibiciones al corazón, porque él era el único que nos guiaría hacia el camino correcto, tal y como mi padre me explicó. Y en estos instantes el camino se encontraba en los labios de mi no amigo y vecino, puesto que lo que de verdad ansiaba era que fuese algo más que eso.
La distancia que existía entre nuestros labios se iba acortando paulatinamente, estábamos tan sumamente cerca que era capaz de escuchar su agitada respiración. Todo me recordaba a aquella vez en mi dormitorio en la que casi nos besamos, y decía casi porque en esta ocasión el acto tampoco se llegó a producir. Había surgido una parada en el camino, no se trataba de ninguna intersección ni cambio de sentido, sino una breve pausa para continuar recorriendo el trayecto correcto.
— No te besaré –susurré junto a su boca–. Una vez me dijiste que no besarías a ninguna chica si no estabas enamorado de ella. Yo me muero por besarte, pero no lo haré –agregué mordiéndome el labio.
— No, yo sí que me muero por besarte –sentenció él sin despegarse de mi boca–. ¿Te ha quedado claro así?
— Pues no... Dímelo, dime que me quieres –le rogué deshaciéndome nada más que de pensar en lo que supondría escuchar esas palabras salir de sus labios.
— Te quiero, eres mi aguacate favorito... ¿Así mejor? –musitó sin desvanecerse el deseo en su mirada.
— Mucho mejor –y me acerqué para terminar lo que habíamos dejado inconcluso.
— ¡Shh! –siseó deteniéndome en seco–. Yo he sido buen alumno, pero creo que la profesora también debería de dar ejemplo –prosiguió con la intención de escuchar de mis labios sus palabras.
— Sabes que estoy loquita por ti –confesé ruborizada.
— Estoy esperando... Dos palabras, tampoco pido mucho –se hizo el remolón respecto a mi contestación–. ¡Tic, tac! El tiempo vuela, y lo estamos perdiendo.
— Ja ja ja –su frase desató mi risa, lo cierto es que estábamos perdiendo el tiempo y las ansias por besarnos me estaban llevando a niveles de impaciencia estratosféricos–. Vale, tú ganas, te quiero –recité desde lo más profundo de mi corazón.
Y en ese momento nos fundimos en un beso, nuestro primer beso. Al principio fue algo torpe, la inexperiencia y el desconocimiento de mis labios que saboreaban lo que tanto anhelaban. Después, el amor guió nuestros labios al son de los latidos acelerados de nuestros corazones. Sentí esa mezcla de miedo y a la vez de confianza, por haber dado un paso hacia el camino correcto y por querer seguir dando los siguientes en la misma dirección: Raúl.
Pasaron minutos en los que sólo nos separábamos décimas de segundo, las necesarias para tomar aire y continuar con ello. Sentía las típicas mariposillas en el estómago que solían contar las protagonistas de las novelas románticas, esas que jamás pensé que fueran a hacerse realidad. El destino nos había hecho experimentar lo que significaba el amor, ese del que tanto hablaban pero sólo unos pocos afortunados eran capaces de vivirlo en su propia piel.
Al final tuvimos que rendirnos o el oxígeno se extinguiría de nuestros pulmones. Las bocanadas de aire que inspirábamos no eran suficientes para asegurar que el oxígeno se distribuyese por todo el organismo. Recordé lo que aprendí en el instituto en las clases de biología: La parte derecha del corazón recibía la sangre pobre en oxígeno, y desde ahí la sangre se trasladaba a los pulmones para recoger el oxígeno; cuando la sangre se había cargado de oxígeno, la parte izquierda del corazón bombeaba la sangre oxigenada al resto del organismo para que todos los órganos, tejidos y células recibiesen el oxígeno necesario. Y sin oxígeno, nuestro corazón no podría seguir latiendo...
— Te quiero... Y no quiero dejar de quererte, nunca –exhalé casi sin aliento.
— Te has hecho de rogar, Sofía –musitó mi adorado Raúl–. Joder, es que nunca pensé que podrías fijarte en mí...
— ¿Y por qué no me iba a fijar en aquel chico friki que me regañó por no estar preparada en mi primera clase? ¿O aquel que no fue capaz ni de mirarme a la cara porque iba en bragas? –cuestioné recordando los inicios de nuestra relación "profesional".
— Y ahora no puedo quitarte la vista de encima –corrigió posando sus manos sobre mi cintura por debajo de la camiseta, a la vez que subía la prenda dejando expuesta mi ropa interior.
— ¡Para! ¿Dónde está ese Raúl tímido y reservado? ¿El chico frío, sin sentimientos? Quién te ha visto y quién te ve –comenté haciendo alusión a su primera lista de cualidades.
— Pero sigo siendo igual de terco y rencoroso, y por eso no te dejaré que te escaquees cuando vengas a mi cama... ¿Te acuerdas la comodidad que necesitabas para poder estudiar? –expresó risueño.
— ¡Uff! Lo que no ha cambiado para nada es lo irritante que eres –repuse a regañadientes–. Además, ¿quién te ha dicho que voy a pasar la noche en tu cama? Y, bueno, estudiar precisamente no es lo que quiero hacer ahora –agregué con doble sentido, ahora entendía que Raúl siempre había captado mis indirectas.
— ¿Y qué quieres hacer, y dónde? –preguntó guasón.
— ¡Sorpresa! –dije entre risas a la vez que lo rodeaba con mis brazos.
— No puedo quererte más –confesó él, besándome el cabello–. No dejaré que te arrepientas por haberme perdonado.
— Sabes... Cuando fui a visitar a mi padre, él me hizo comprender que merecíamos pelear por nuestro amor –expliqué sin ser consciente de que estaba hablando abiertamente del tema que tanta inseguridad me había creado hasta ahora.
— Me alegro de que estéis bien, tendré que conocer a mi suegro para agradecérselo en persona –señaló haciéndome carantoñas.