Morgan abrió los ojos al notar que el coche se detenía por completo aparcando frente a un gran edificio con un diseño del siglo XIX. El cielo está limpio sin ninguna nube blanca en él. Los ojos ámbar del adolescente de quince años observaban a su izquierda, una mujer de cabello rubio recogido en un moño detrás de su cabeza, era su madre Olivia Ferreirè. Tenía la mirada fija a la frente sumergida en sus propios pensamientos. No se hablan demasiado, cuando lo hacen acaban peleándose y sin dirigirse la palabra como ahora.
—Debo irme. —le comunicó la madre.—Vamos, Alak. —se dirigió a su chófer.
Morgan cogió el coraje de entrar al Instituto de verano. El vehículo se fue sin vuelta atrás. Con el equipaje a la derecha, tomó cada una y camino.
Benson, el director lo esperaba en su oficina. Se sintió incómodo. Se dirigió a la secretaria, Vanina, que lo hizo recorrer un gran salón principal hacia el despacho del hombre. El interior era hermoso, luminoso, magnífico y mágico. El ruido aumentó en su cabeza. Morgan sufría de esquizofrenia. Sabía que no era un Instituto normal como la preparatoria, sino era un centro de salud mental para jóvenes. El olor a café y a tabaco se impregnó en su nariz. Siguió escuchando voces, llantos, quejas. Apretó el paso para abandonar todas esas cosas inusuales que odiaba. No podía aceptarlo.
Dentro del despacho, notó a un hombre pelirrojo. Una doctora, psiquiatra, tal vez. Un psicólogo y un asistente social. Se espantó. Su molesta madre no volvería por él, jamás, ¿Por qué? Hace unos días le pregunto quién era su padre y ella le dijo que estaban bien sin él. Eso no le ayuda mucho para obtener información.
—Morgan, ¿Cómo estás?—saludo el primer hombre—Soy Benson. El director.
Morgan se volteo deseando salir corriendo de aquí.
—Pone tus cosas en el rincón. Alguien vendrá a recogerlas— continúo.
Su voz era amable, pausada y cálida. El adolescente coloco sus maletas en la esquina. Luego todos se presentaron
-Creí que estaban en el Instituto de Esgrima y Ajedrez—dijo Morgan.
La psiquiatra, Eve, de cabello chocolate, de mirada madura y unos hermosos ojos verdes aclaró su garganta
—Lo lamento. No podrás irte sin un adulto. —dijo.—Estamos para ayudarte, Morgan.
— ¿Es que ella me abandonó?
El psicólogo, Abraham Davis, rodeo los ojos con insensibilidad. Sus arrogantes expresiones.
—No entiendo, ¿Por qué?
—Morgan... —dijo la psiquiatra — Te haremos un examen. Luego puedes ir a comer algo y descansar del viaje.
—¿Qué? No escuché...
Morgan recogió su mochila. Pegó media vuelta y huyó de allí. Corrió con todas sus fuerzas por el edificio. Atravesó pasillos y puertas. Incluso galerías de cuatro pasillos. Era un laberinto. No tenía sentido mientras más avanzaba, más se perdía.
— ¿Qué? No entiendo lo qué pasa. Ahora me perdí.
—No pensé que me platicaría toda su vida... —oyó la voz de una chica a unos metros.
— ¿Puedes hacerle una carta?—dijo otra.
Corrí hacia ellas antes que sus dudas le coman las neuronas.
—Por supuesto, Dánae.
Las vio. Eran diferentes. Se acercó un poco. Morgan se detuvo dónde acaba de pasar las chicas.
—Esperen. No sé vayan. Me perdí.
— ¿Quién eres?—soltó la muchacha.
El silencio en él lo hizo sentirse más vacío de conocimiento. Olvidó su nombre. Las chicas entendieron.
—No podrás salir de aquí sino te reclaman.
— ¿Quién?-—pregunto él.
La chica era hermosa. De ojos del color de las avellanas, y largas pestañas que oscurecían su mirada de forma intensa y cansada. Tendría unos diecisiete años. Era la más grande de los tres. Se presentó como Aurelia. Hija de un padre que trabajaba mucho en una empresa de gastronomía.
— ¿A dónde van?—pregunto Morgan. Se rieron de él.
—Te llevamos de donde saliste. Entenderás todo por la noche, niño —dijo Aurelia.
El hombre que había estado con su madre dejándole embarazada tenía que venir a reclamar a Morgan como su heredero.
—E-estoy solo...
—Nosotros no tenemos nada que ver. —le dijo Dánae. —Nuestros padres firmaron un pacto.
—¡Dánae! Van a castigarte...
—Un pacto, ¿Cómo?
—Cállate. Van a castigarnos a todos por hablar del tema.
—Cierto. Está prohibido hablar del pacto, quiénes nos deben reclamar. Aquí el castigo es duro, Morgan.
Quince años sin un padre, quisiera saber su nombre al menos.
—No va a soltarlo. —les dijo.
—Cierra la boca. Y olvida lo que te dijimos.
—No soy ningún tonto. No voy a decir nada de eso que no quieren que hablemos. —asintió el chico de ojos azules y cabello rubio.
-—Bien, Morgan.
Morgan la miró intrigado de saber más de Aurelia. Era interesante. Inteligente y hermosa.
¿Por qué le impiden enterarse quién es su padre?
— ¿Qué edad tienen?
—Yo tengo trece años. —respondió Dánae.
—Yo voy a cumplir diecisiete en unas semanas. —dijo Aurelia.
—Yo tengo quince.
No dejaría que su madre se saliera con la suya, buscaría por mar y cielo hasta obtener alguna pista. Algún profesor o autoridad debería saberlo.
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Editado: 20.02.2025