Morgan estaba sentado tomando un café con leche. Frente a él, estaba la psiquiatra Eve. Él regresó con ayuda de las chicas, pero no podía irse. Eso era cierto. Quien lo había consevido tenía que presentarse y reclamarlo como un hijo deseado. No quería imaginar si no fuese así, ¿Qué pasaría?
—¿Estás bien?—dijo la doctora.
—No lo sé. Estoy es muy nuevo.
—Te adaptaras en una semana. —dijo con una sonrisa.
—¿Va a tratarme con remedios?
—¿Eso quieres?
Morgan no quería saber nada sobre medicaciones. Pasó por muchos doctores y psicólogos. Su madre no pagó los servicios de salud mental, quedaron con deudas y Morgan no recibió más atención, soportando las voces y gritos en su cabeza. Una vez, un psiquiatra le dijo que debía mudarse a un pueblo más tranquilo porque él era afectado por el exterior de la ciudad. Su madre lo vio como una estupidez y falta profesional. De ahí, vieron otros tres más. El último le dió remedios, que sería diagnosticado por esquizofrenia tipo bipolar. Lo más complejo en psiquiatría.
—No quiero remedios, no quiero mudarme, nada de eso.
—¿Qué tal si me cuentas lo qué te pasa?
—Escucho voces ajenas y gritos de dolor que me alteran la realidad. También, tengo manías durante tres días o a veces más.
—El diagnóstico está correcto, Morgan.
—Menos mal.
—Aqui trabajamos con un equipo para cada miembro y paciente del Centro, con la condición que el otro progenitor venga a buscarte. Es informado del tema y él decide.
—Es raro—dijo Morgan.
—Ya sé. Puede provocar incertidumbre y miedo.
—Sí. Estaré encerrado con otros enfermos como yo.
Eve lo miró con una sonrisa empática e hizo una mueca. Entendía lo difícil que era para él y para todos. Las cosas eran así. Hablaron un rato más.
Luego Morgan conoció a los compañeros de habitación. El primero tenía su edad, Joey. Los otros eran dos años más. Brian y Lester. El primero se presentó con amabilidad y simpatía.
—Morgan, ¿No?
—Sí, pero con el acento en la A.
—¿Lleva acento?
—Sí...
—Se burla de ti, Joey.—dijo Lester. —No tiene acento.
No iba a explicarles que les faltaba lenguaje a esos dos. Esto no sería fácil.
—¿Quién te trajo?—pregunto Brian.
—Mi madre.
—Ah, está bien. Tu padre no debe ser alguien normal.
—¿Qué? No lo conozco. Nunca me vio.
—Ellos hacen eso. Nos abandonan en cuanto nos ven y no somos lo que esperan.—menciono Joey, sentándose en su cama.—No tengas esperanza. Hubo un chico que tenía veinte años y nunca vino su madre a reclamarlo.
—Se ahorcó. No lo soportó más.—siguio Brian, leyendo una revista, sentado sobre un mueble.
—¡Qué horrible! —dijo Morgan asustado.
—Fue hace tres años. Algunos dicen verlo por el patio, sobre el arbol donde se suicidó.
Las historias de terror las odiaba. No lo calmaba. Lo incomodaba mucho tener que enterarse de esto. Vio sus maletas en un rincón. Los chicos no le hablaron más, siguieron en sus cosas. Ordeno su ropa y zapatos en el armario que le correspondía.
Se sentó en la cama. Pensó lo que estaba pasando. No le gustaba.
A la noche, se dirigió hacia el comedor. Era luminoso y amplio. Había muchas mesas donde cada grupo de amigos estaban cenando y charlando. Reconoció a Aurora con el cabello suelto y lacio. No sabía dónde sentarse, cuando Joey le pidió que se sienten con ellos. Comieron churrasco y ensalada. Brian habló sobre la chica que le gustaba logrando besarla está mañana.
—Se llama Aurora.—le dijo Joey.—Vino con su padre. Tiene esquizofrenia mística, dice que tiene el ego de un ángel.
—¿Qué?
—Sí, hace cosas que otros no. A veces reza todo el día. Es muy religiosa.
—Entiendo. Conocí a unas personas así —dijo Morgan.
—El tema es que besé después de seguirla por un tiempo. Ella no es fácil, es muy reservada—dijo Brian —¡Es muy hermosa ...como un ángel!
Morgan miró hacia la mesa de ella. Estaba comiendo mientras hablaba sola ignorando a sus amigas. Estaba rezando. Los chicos tenían razón. Tenía un aura única y extraña. Le gustaría hablar con ella. Algún momentito tendría la oportunidad.
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Editado: 20.02.2025