Eterno: Ciudad en llamas

3. Valor

En la madrugada, Morgan se despertó. No estaba en la habitación, sino sentado y atado a una silla muy incómoda. Miró a su alrededor. Reconoció a la doctora Eve. Se acercó.

—Nos dedicamos al estudio de cada paciente. Investigamos y tomamos exámenes intensos. Puedes estar confundido, pero sabrás qué será útil, Morgan.—dijo, sacó una jeringa con un líquido verde. —¿Estás listo?

—¡No!

—Tenes que colaborar o se pondrá peor.

Estaba muy nervioso. Su corazón latía con mucha fuerza, haciendo sonar la alarma de estado clínico. Eve intento calmarlo. No lo logró. El joven comenzó a resistirse. Quería irse de estar lugar, como sea. Sabía que algunos se escaparon y no regresaron, otros volvieron al no soportar la realidad. Muchos se suicidaron. Era una cárcel para torturarlos y experimentar con ellos. Era una locura.

—¡No me toques, vieja loca!—grito Morgan asustado y desesperado—¡Me quiero ir!

—Sabes que no es posible.—dijo la doctora. Un enfermero le inyectó por la vía un calmante, hizo efecto rápido. Morgan cerró los ojos y se durmió.

Esa noche, no supo lo que pasó. Solo se despertó en su cama con la sensación de haber peleando contra tres tipos fornidos y agresivos. Estaba confundido. Brian lo miró.

—Te llevaron al laboratorio, ¿No?

—Creo que sí...

—Los doctores son crueles, Morgan. No te comportes como un idiota si querés seguir vivo. —menciono Brian. —Te llamaron para psicología. Tenés media hora para ir. Te acompañaré.

Se vistió. Se metió al baño a orinar y cepillarse los dientes. Salió. Fueron al primer piso, recorriendo el centro. Brian le enseñaba algunas aulas como Artes, Música y la biblioteca con todo tipo de libros. Era un edificio enorme como una mansión.

—Ya llegamos. Tenés que entrar solo.

—Bueno...

Abrió la puerta. El psicólogo estaba despidiéndose del director. Éste salió, sin mirar al muchacho. Abraham le pidió que tomé asiento.

—¿Cómo estás?

—No lo sé. Confundido —respondio el chico.—¿Qué pasó anoche?

—No lo sé —dijo hundiéndose de hombros—. Por eso te preguntó.

—Yo no recuerdo mucho ...

—Bueno, cuéntame sobre tu madre. Tu vida.

—Lo mismo que le dije a la doctora Eve.

—Yo soy psicólogo. Lo mío es diferente—dijo Abraham, sentándose en la silla y se cruzó de piernas—. Serás mí paciente asignado.

—No tengo mucho para contar. Con mí madre no tenemos una buena relación. Ella es jugadora compulsiva, tiene un vicio en el casino y cuando trabaja en la oficina del abogado, que alguna veces paso algo entre ellos, no la veo hasta unos días que trae dinero.

Ella, mí mamá, nunca hablo sobre mí padre verdadero. Dijo que fue una noche estúpida y fugaz en su juventud. Me tuvo a los veinte años. No terminó la universidad de Leyes para cuidarme a mí. Darme todo, según dice siempre que peleamos. No soy un buen hijo para ella.

—¿Y crees que algo de eso es verdad?

—¿Si soy un mal hijo para mí madre? No lo sé. Debe serlo para dejarme aquí solo. Cómo perro sin dueño

—Ah, si. Entiendo.

—¿Qué cosa? No creo que sepa lo que se siente, con todo mí respeto...Abraham.

—Los chicos que llegan acá, cuentan lo mismo. Son abandonados, egoístas y anormales para vivir con su propia familia, ¿Verdad?—dijo, cambiando la posición de las piernas.—¿Es así como te sientes?

—Tal vez un poco peor que todos aquí.

—¿Por qué?

—Odio ser el chico nuevo. No consigo adaptarme tan rápido como los demás.

—¡Bien, Morgan! Hagamos algo. Quiero que vayas a la fiesta de cumpleaños de Aurora y hables con alguien allí. Tenés una simpatía y una personalidad muy divertida ¡Les encantaras a todos!

—¿Puedo irme? No me siento cómodo ahora.

Abraham se sacó los lentes, pasó la mano por su cara y asintió sin más. El chico se fue. Se encontró a Brian esperándolo afuera mientras buscaba un cassette nuevo en su riñonera. Tenía una campera de cuero, vieja y limpia. Una remera negra dentro de los pantalones anchos y unos zapatos bonitos como mocasines diarios. No sabía dónde conseguían esa ropa tan actual. Él solo tenía ropa rota y que olía horrible como el sudor de su tío Aaron.

—¿Estás bien? ¿Qué te dijo?—pregunto Brian.

—Queria saber sobre mí relación con mí madre, nada más. Y me invitó al cumpleaños de Aurora.

—¿Te invitó?

—Sí...Tengo que hacer más amigos.

Pasaron a la biblioteca, ya que Morgan quedó impresionado del lugar enorme y con muchos libros de todo género. El estado de algunos eran muy delicados que abrazarlos podría ocasionar que se desencuadernen. Se llevó un libro de Edgar Allen Por. El escritor que su padre le gustaba y llegó a conocer una vez. Así le contó su madre cuando lo conoció. Él leía un libro, colocando en la mesita de su habitación. Y la casa de su padre estaba llena de muchos libros. Algo que los apasionaba a ambos era lo místico, la magia, lo desconocido y los misteriosos del universo. Morgan quería estudiar antropología en la universidad. Pero, ¿Cuándo sería eso posible?

—¿Por alguna razón, vas a llevar ese libro a la fiesta?—pregunto Brian.

—Es el regalo de Aurora, ¿Acaso está mal? ¿Te molesta que sea amigo de tu novia?

—Todavia, me está costando ser su novio. No la veo siempre, pasa el tiempo en la iglesia.

—Realmente, es religiosa...

—Vamos a prepararnos. Quien logré cautivarls esta noche, será su novio.

—¿Es una broma?

—No, lo digo en serio.

—Acepto. Es una chica muy linda.

—Sí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.