Eterno renacer

Llamando a la luna

Ara se acercó perezosamente hasta la mesada donde se preparó un té de frutos rojos para comenzar a escribir un ensayo, mientras en su regazo ronroneaba valkiria, su amiga gatuna con su pelaje negro y sus ojos bicolor.

Pensaba haciendo resonar sus uñas azules en la fría porcelana de la taza, pero se detuvo en el momento en que la pequeña criatura saltó dejando un rasguño en su muslo derecho.

—¿Qué sucede? —la miró con atención al verla gruñir en dirección a la ventana.

Lo primero que se le vino a la mente fue que había de ser algún ave que se posó sobre la ventana, sin embargo, el cosquilleo de un mal presentimiento la recorrió de pies a cabeza.

Sintió un hormigueo extraño en su mano y volvió su mirada a la taza que comenzó a temblar inesperadamente como si no tuviera control sobre ella, no era la primera vez que le pasaba un suceso de ese estilo. Anteriormente no solo rompió alguna que otra taza, sino también, platos, vasos, cualquier objeto que ella tocase comenzaba a temblar inexplicablemente.

Asustada dejó caer la taza al suelo y retrocedió abruptamente cuando esta se rompió en diminutos pedazos.

—¡Carajo! —exclamó Ara al sentir el ardor del agua caliente sobre su mano. Se puso en cuclillas y levantó el resto de la taza con precaución de no sufrir ningún corte—, ¿Qué acaba de suceder? —indagó entre dientes incapaz de comprender que había ocurrido.

—¿Ara, qué sucedió? —su madre observó la escena bajando de las escaleras—. Escuché el estruendo y bajé a ver que sucedía, ¿te lastimaste?

—No mamá, no te preocupes, solo una pequeña quemadura de primer grado— hizo un gesto desdeñoso para restarle importancia, pero eso no bastó para calmar la mirada preocupante de la mujer, por lo que tomó la muñeca de su hija suavemente observando la herida en su mano.

—Deberías ir al hospital, es una herida que se puede infectar con facilidad.

—Cuando termine mi ensayo, debo entregarlo antes de que termine la semana —señaló el Word abierto en su notebook.

—Es más importante tu salud, hija.

—Mi carrera también es importante, de eso depende mi futuro —bufo.

Ara odiaba usar su carrera como excusa, pero la realidad es que, como toda persona con sentido común, detestaba los hospitales.

—Puedes ir al médico y cuando tu mano mejore se te dará más fácil para escribir. Dudo que con semejante quemadura puedas siquiera mover tu mano.

—Está bien, tu sigue con lo tuyo. No te preocupes.

Le dedicó una sonrisa tranquilizadora a su madre y tomó las llaves para dirigirse directo al hospital.

La joven esperaba impaciente en la sala de la clínica junto a un niño que no dejaba de llorar, sacó de su bolso un dulce que llevaba guardado y se lo entregó al niño que le sonrió aún con lágrimas en sus ojos. Por un momento le recordó a ella de pequeña cuando no quería ir al hospital y hacia berrinche haciéndole pasar vergüenza a su madre.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó una mujer cuando Ara entró distraída al consultorio, la doctora sacó una lapicera del bolsillo de su delantal y concentró su vista en la joven.

—Arantxa Birkeland —fingiendo tranquilidad, se acercó al escritorio de la mujer quien anotaba sus datos en una planilla.

—¿Qué sucedió, Arantxa? —le señaló que tomará asiento en la camilla que se encontraba contra la pared y la castaña hizo lo que le indicó.

—Me quemé con una taza de té —respondió de lo más normal cuando la mujer observó la herida sobre su mano.

—¿Cómo pasó eso?

—No estoy segura, la taza se rompió mientras la sostenía —habló casi en un hilo de voz cuando el líquido del agua oxigenada hizo contacto con la quemadura.

—¿Cómo por arte de magia?

—Como por arte de magia. —repitió esta.

—¿Y si te dijera que la magia de verdad existe? —colocó una gasa sobre la herida para luego asegurarla con cinta adhesiva.

—No creo en los cuentos de hadas —miró incrédula a la mujer.

—No hablo de los cuentos de hadas, hablo de la magia real, de la hechicería, el poder. ¿No oíste la leyenda de las brujas asesinadas en Abaddon hace décadas?

De hecho, era una de las leyendas más reconocidas en el pueblo. Se decía que las brujas eran mujeres que iban más allá de la realidad, desde curanderas hasta parteras. Mujeres que hacían magia con diversos elementos de la naturaleza, pero fueron asesinadas por la iglesia y los hombres de poder con el argumento de que le rendían culto al demonio.

—¿Usted no es muy grande para creer en esas cosas?

—Tengo muchos más años de lo que aparento —le sonrío ampliamente y la miró como si hubiera dicho algo obvio-, ¿Si la magia no existiera cómo es posible que pueda hacer esto? —desvío su mirada hacía la taza que tenía sobre su escritorio: estaba vibrando y se movía hacía el borde, o al menos eso parecía, sin que nadie la estuviese tocando.

Ara no encontró una respuesta lógica.

Pero no era tan ingenua como parece, de niña ni siquiera creía en los reyes magos o en Papá Noel, mucho menos se tomaría en serio un truco de magia barato que podría ver en la feria de Abaddon los fines de semana.

No era fácil de engañar.

—¡Wow! ¿Cuál es el truco? —analizó a su alrededor buscando algún hilo que colgará del techo, o quizás un imán que hiciera mover la taza.

—No hay truco, los trucos son parafernales porque requieren distraer al observador. Pero aquí, no hay truco, simplemente es magia y es mucho más poderosa de lo que crees —la taza siguió flotando a centímetros de su palma abierta junto a una luz brillante casi invisible saliendo de la mano de la mujer.

—Buena charla —la joven se puso de pie y se encaminó rumbo a la puerta.

Antes de abrirla para dirigirse nuevamente a la sala, la mujer la detuvo.

—Soy una bruja, en tu interior lo sabes a la perfección porque tú también lo eres. Y recuerda: muy pronto descubrirás la verdad.




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