Ara decidió salir a correr. Era temprano, y la quietud del ambiente le recordaba a su lugar favorito, caminando por la ladera de las montañas justo antes del amanecer, durante ese instante silencioso que sobreviene justo después de que las criaturas nocturnas se hayan retirado a dormir y antes de que las aves matutinas empezarán a trinar.
Se detuvo unos minutos a estirar y tomar un poco de agua cuando escuchó un sonido surgir entre los arbustos, miró de reojo para todos lados buscando de donde provenía ese inquietante ruido. Su atención se volcó en dirección de los árboles y al adentrarse más en ellos se congeló por completo al divisar una figura, fue un vistazo rápido y fugaz, era una sombra oscura que la seguía a la par, estaba sumida en la penumbra del bosque, donde se quedó quieta, como si fuese la sombra normal y corriente de un árbol. Un escalofrío helado recorrió su cuerpo y apartó la mirada de aquel lugar.
Volvió a su recorrido, pero esta vez, con una sensación intensa que la hacía voltearse cada tanto para confirmar si nada o nadie la seguía.
Pasó por una calle que terminaba en la plaza central de Abaddon, donde habían unos ceibos alineados en los extremos que estaban podados hasta alcanzar un aspecto antinatural. La gente comenzaba a arremolinarse en el centro de la plaza yendo a sus respectivos trabajos.
Se detuvo en el medio del lugar, observando la escultura que tanto preocupa a los ciudadanos del pueblo. Era la imágen de una mujer, atada de manos a una hoguera, siendo quemada por los peregrinos hace décadas. La escultura estaba oxidada debido a los años, pero era algo que le daba un aspecto más tétrico y llamaba la atención de las personas del pueblo.
"En honor a todas las brujas asesinadas de Abaddon".
Leyó en la placa.
El sufrimiento remarcado en el rostro de la mujer le hizo dar escalofríos, las palabras de aquella enfermera aún seguían merodeando en su cabeza sin encontrarle una respuesta coherente.
"soy una bruja, en tu interior lo sabes a la perfección porque tú también lo eres. Y recuerda: muy pronto descubrirás la verdad"
—Es horrible, lo sé. Todas las mañanas vengo a observar la escultura con la misma angustia —observó a una chica rubia a su lado con la mirada perdida en la escultura—. Siempre fuimos asesinadas, desde hace décadas, solo por ser mujeres.
—Nos matan porque son hombres misóginos y machistas que creen tener el poder para hacerlo, no porque seamos mujeres —respondió Ara bebiendo agua de su botella mirando a la rubia de reojo.
—Tienes razón, no es nuestra culpa, sino de ellos —sonrió con tristeza— . Soy Sabrina, por cierto.
Sabrina Lennox, era la más simpática y extrovertida de las Tiamat, ella era a la que siempre acudían cada vez que surgía un problema, era la calma en medio de la tormenta, la tranquilidad. Su rostro siempre estaba brillando, no había día en que ella estuviera de mal humor.
Era la bruja con el don más peligroso de las Tiamat, ella podía manejar el fuego a su disposición. En cambio, su pasado fue bastante difícil. Un día, cuando sus padres habían salido de su hogar, ella inconscientemente incendió el lugar haciéndolo caer a pedazos, fue una pesadilla para la rubia tener ese poder.
—Arantxa —le devolvió la sonrisa amarrando su cabello castaño —. ¿Tú crees en esa leyenda? —cuestionó.
—¿La de las brujas de Abaddon?—Sabrina asintió con la esperanza de que la joven le diera algún indicio de conciencia sobre la magia —, claro, ¿Tu no?
—No, de hecho, no creo en ninguna leyenda. Prefiero guiarme del presente que del pasado.
—Deberías, todas las mujeres somos brujas en nuestro interior. La magia habita en nosotras —dijo Sabrina amablemente y la castaña comenzó a dudar —. Además, las leyendas en sí siempre tienen algo relacionado con la realidad.
—Es la segunda vez en la semana que escucho hablar sobre la magia y no haciendo referencia a los cuentos de hadas —la joven bufó casi en un susurro.
Ella siempre pensó que la magia era el ilusionismo, hacer trucos que confundían a las personas, pero ahora no estaba tan segura de su significado. Últimamente le estaban sucediendo tantas cosas extrañas que creía comenzar a creer en la brujería, aunque le costara una fortuna admitirlo.
—¿Por qué asesinaron a esas mujeres? — preguntó Ara volviendo su mirada a la escultura.
—Las quemaron vivas porque no podían permitir que tuvieran más poder que ellos y la hoguera es la forma más eficaz de deshacerse de una bruja.
—Que siniestro —musitó cabizbaja.
La joven permaneció en silencio. Le costaba un verdadero esfuerzo asimilar toda la información, no podía ni imaginar el dolor de esas mujeres siendo quemadas vivas.
Sacudió su cabeza, alejando esos sombríos y oscuros pensamientos de brujas siendo asesinadas.
Para ella las brujas eran aquellas que protagonizaban los cuentos que le contaba su madre antes de dormir, aquellos cuentos que empezaban con "érase una vez". Las historias siempre enseñaron que las princesas eran las buenas del cuento, y que las brujas eran las villanas, aun así, ella no podía comprender porque una mujer solo podía ser buena de esa forma.
Cuando ella era pequeña, mientras todas las demás niñas de su edad deseaban ser princesas, ella deseaba ser la villana. Siempre pensó que sería más divertido ser una bruja a que una princesa en apuros.
La cafetería literaria de Abaddon era el lugar más cercano a la universidad, en donde las charlas literarias y filosóficas se mezclaban con el aroma a café y libros usados, era de esos lugares que invitaban a refugiarse de un día lluvioso, o luego de un eterno día de preocupaciones.
—¿Tan mala es? —cuestionó Carla sonriendo tan ampliamente como si hubiera ganado la lotería. Su pelo caía desordenadamente a los lados de su rostro.
—No —respondió Ara —, de hecho, es algo extraña. Y eso me genera una curiosidad inmensa —suspiró intensamente jugando con la cucharita dentro de la taza.