Era casi media noche, la luna deslumbraba en un color rojo al igual que la copa de vino que sostenía Rebeca en sus manos. Se encontraba con sus codos apoyados sobre el borde del balcón estimando la vista noctura. El ojo de dragón que llevaba colgado alrededor de su cuello pestañeaba al son de la luna.
—Definitivamente es una noche mágica —escuchó los pasos de Ara a su espalda mientras llevaba la copa a sus labios.
—¿Qué te pareció tu primera ceremonia? —le preguntó Becca, viendo como la muchacha apoyaba su espalda sobre la barandilla del balcón.
—¡Fue increíble! —exclamó emocionada mientras dirigía su mirada a la bruja—. Las flores flotando a nuestro alrededor, las llamas de las velas flameando y la luna... le dio un toque místico. Nunca le había prestado tanta atención, es maravillosa —suspiró dándose la vuelta y apreciando el brillo lunar que las abrazaba aquella noche.
—La luna es la mejor amiga que puedas tener. Porqué siempre está ahí, viéndote, cuidándote, pero principalmente, alumbrandote.
—No lo había pensado de esa manera, ahora cada vez que la vea, pensaré en ti —dijo Ara en un intento de hacerle notar sus sentimientos.
Ella se dio cuenta de que no tenía delante a alguien ingenua, sino a una mujer que conocía los astros y los ciclos lunares, las hierbas medicinales y sus usos. Era una persona con inquietudes, brillante en su razonamiento, sarcástica cuando Ara dudaba de ella, y así mismo, la muchacha anhelaba por aprender de Becca, no solo sus conocimientos, sino también de ella.
—Las estrellas parecen estar tan cerca, pero en realidad están muy lejos —Becca rompió el silencio mirando las estrellas que en el cielo oscilaban, se apartaban de la alineación y se reconfiguraban —. Así eres tú para mí.
—¿A qué te refieres? —preguntó la castaña dándole un sorbo a su copa de vino mientras la observaba con atención.
—Pareces estar muy cerca, pero estás muy lejos. Si seguimos estando juntas, teniendo estos sentimientos encontrados por la otra, estarás muy cerca —musitó sin despegar la mirada del cielo. No se atrevía a mirarla a los ojos.
—¿Y cuál es el problema? —Ara jugaba con el borde de su copa mientras ansiaba saber la respuesta.
—Yo soy el problema —dijo de una manera un tanto brusca, y por primera vez luego de un largo rato, sus oscuros ojos se posaron en los de ella—. La oscuridad me rodea, de una manera que no te imaginas. Y no voy a permitir que se vuelva parte de ti también —Ara pudo ver la sinceridad a través de su mirada.
Ella sabía que detrás de esas palabras, había un mensaje oculto. Secretos que no deberían ser sepultados en su interior. Ara solo se preguntaba, que habrá sucedido en su vida para que se expresará con tanta lobreguez.
—Eso no es cierto, Becca —dio silenciosos pasos hasta llegar a ella, haciendo que sus hombros se tocaran—, y si ese fuera el caso, entonces seamos oscuridad juntas.
Esas fueron las palabras suficientes que la bruja necesitaba escuchar para que su corazón se acelerará y sus pensamientos se nublaran. Atrajo a la joven hacía sí envolviendola en un abrazo dulce pero ávido, donde Ara sintió el calor y el olor de su piel y, por un instante, se dejó llevar por aquella sensación. Era allí donde quería estar: entre sus brazos, para siempre. No obstante, ese era el lugar más peligroso del mundo, porque ellas no eran conscientes de todo el poder que emanaban juntas.
Ara se deshizo de sus brazos, y en ese momento comprendió que necesitaba más, ahogarse en ella si era posible. Sentía como si hubiera esperado una eternidad por ese momento.
De repente parecía segura y decidida, así que sin dudarlo se acercó al rostro de Becca, que la miraba en silencio y la besó en los labios.
Sus corazones latian al compás, saliendo de la realidad hacía un mundo donde solo habitaban ellas dos. No duró mucho tiempo, pero fue suficiente para saber que, a partir de ese instante, ese beso las había unido para siempre.
(☆☆☆)
Ambas brujas bajaban las escaleras tomadas de la mano mientras se lanzaban tímidas sonrisas. En la cocina, se encontraron con una gran variedad de alimentos: una exquisita tarta de las brujas que Freya decoraba dibujando un pentagrama de crema en su centro, copas de sangre caliente que Sabrina degustaba, y una Luna bastante inquieta que caminaba por toda la cocina.
—¡Es casi media noche! —exclamó mientras se acercaba a la despensa que estaba plagada de verduras, de allí obtuvo unas manzanas maduras que comenzo a lavar. Depositó todo sobre la mesada y abrió la puerta de la alacena para buscar un frasco de especias.
—¿Que sucede en la media noche? —indagó Ara al ver como la bruja verde hacía movimientos torpes con una cuchara de madera.
—Es cuando las almas perdidas de los muertos aparecen, son aquellas que se encuentran condenadas a vagar por toda la eternidad —respondió Rebeca con tranquilidad tomando asiento en una de las banquetas que se encontraban frente a la mesada—. Además de la ceremonia, todos los años dejamos como ofrenda manzanas en un lugar en específico —señaló las manzanas que vibraban sobre la mesada, daban unos pequeños saltitos y se desarmaban en 5 trozos perfectamente separados.
—Le llamamos "manzanas de las almas perdidas" —acotó Freya limpiando sus manos en el delantal con dibujos de calabazas.
—Que nombre tan original —vaciló Ara y las demás rieron mientras se preparaban para salir.
Así fue como las brujas se encaminaron en su aventura por la colina. Estuvieron andando un rato en silencio, el sonido de los pasos sobre el pasto cubierto del frío rocío nocturno se escuchaba mientras las muchachas se adentraban en el campo.
Becca bostezaba y caminaba con pereza metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón, de a ratos observaba a la mujer que caminaba a su lado, incapaz de comprender que clase de hechizo había lanzado sobre ella.