Las pesadillas perduraban en su cabeza constantemente. Cada noche, sin calcularlo ni pensarlo, se deformaban las imágenes dentro de su mente, se trastocaban los colores y las formas se hacían más grandes, donde las distancias y los tiempos transcurrían perversamente lentos. Está vez, Ara se sumergió en un sueño poco peculiar, donde una neblina roja la acechaba mientras caminaba sobre un sendero de rocas. En su dedo bailaba una llama que iluminaba sus pasos a pesar de que sus ojos ardían por las fuertes ráfagas de viento que la embestian. A su paso, ojos de distintos tamaños se abrían para observarla sin parpadear, criaturas atemorizantes de boca deforme, sin labios, todo encías y dientes que llevaban unas enormes alas sobre sus encorbadas espaldas. La muchacha oía susurros de voces que no decían nada, voces que la hacían encogerse.
Ara nuevamente se levantó con brusquedad recuperando el aliento y observó a Becca a su lado que suspiraba estando dormida. La joven sonrió, cuando se dio cuenta de que una vez más, eran solo pesadillas.
Rápida como una serpiente, bajó la escalera en forma de caracol. Con pasos silenciosos abrió la puerta de la casa donde vivían las brujas madres y comenzó a recorrer el terreno. De noche era casi más ruidoso que de día. Los silbidos de las aves rapaces hacían de contrapunto al rumor del agua. Los árboles crujían por el trabajo incansable de las termitas y por los depredadores, que se paseaban tranquilos entre los arbustos del bosque. Aunque no veía nadie a su alrededor, ella sentía que no estaba sola.
—Eso que tienes, no son pesadillas —una voz a sus espaldas la hizo sobresaltar. Cuando Ara se volteó pudo observar a una mujer que vestía una capa de lana gruesa cuya capucha cubría en su totalidad la anomalía que llevaba en su rostro —. No temas por mi rostro, suelen decirme que es algo desagradable —habló de manera serena Roxane, dejando caer la capucha sobre su espalda. Su rostro era tal cuál lo describió Rebeca. En lugar de sus ojos, llevaba una enorme cicatriz que podía llegar a ser inquietante para cualquiera que la mirase y aún más tenebroso era su rostro cuando unas sombras extrañas se reflejaban en el a causa de la tenue luz de la luna. Ojos hundidos, secos e inexpresivos invadían su semblante.
—Existen otras cosas por las que debería temer y su rostro no es una de ellas —le respondió y un intento de sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer, satisfecha de la respuesta de la muchacha.
—Aún así, no tienes por qué. Una bruja nunca debería tener miedo, ni siquiera en el bosque más frondoso, porque, en lo más profundo de su corazón, sabe que ella es la criatura más terrorífica.
Pero muy en el fondo, Ara tenía miedo. De todo el mundo, de la oscuridad, de no saber que existe más allá de lo conocido, de amar con pasión y salir lastimada en el intento. Tenía miedo del miedo. En momentos así, se sentía como todos los mundanos. Ella creía que hasta la bruja más poderosa debía de tener algún temor.
Sin embargo, si una bruja era la criatura más terrorífica que existía, entonces para superar sus miedos debía encerrarse con su más pérfida enemiga: ella misma.
—¿A que se refería cuando dijo que lo que veo no son pesadillas? —preguntó.
—Dame tus manos —le indicó la bruja y Ara con algo de temor puso sus manos sobre las de ella—. cierra tus ojos y déjate llevar. Que las respuestas naden hacía ti en la fluidez del agua —musitó Roxane.
El bosque empezó a teñirse de gris, las nubes comenzaron a cubrir la luna y los cuervos chillaban mientras se posaban sobre las ramas de los árboles. Ara cerró sus ojos con lentitud, y en ese momento, su campo de visión se volvió negro.
Era como si la hubieran sacado de su mundo para meterla en otro. Observó a su alrededor y pudo notar unos paredones que se dirigían hacía un lugar desconocido, donde el cielo se tornaba de oscuro y las nubes negras con destellos rojizos dejaban el lugar en absoluta oscuridad. Ella sentía que ya había estado en aquel lugar, donde los truenos hacían vibrar las paredes de piedra, y los rayos iluminaban el camino.
Ara tenía la impresión de estar soñando pero todas sus sensaciones y percepciones eran demasiado reales, y sus pensamientos demasiado lúcidos, por lo que dedujo que debía estar en un sueño vívido.
Notó una presencia a sus espaldas, volteó asustada y sus ojos conectaron con una figura extraña de enormes alas color negras. La muchacha quedó petrificada cuando el fenómeno extendió sus alas para luego alzarse hacía las nubes que se deslizaban sutilmente en el cielo. Ara agachó su cabeza cuando éste pasó sobre ella, casi acariciando con la punta de sus alas su cabello castaño. Miró en su dirección, y divisó entre la nubosidad un enorme castillo que se iba haciendo visible con cada paso que daba.
—¿Qué es lo que ves, Arantxa? —le habló la mujer—. Descríbelo.
—Un castillo. Se encuentra sobre una colina —habló aún con los ojos cerrados. Lo que más le llamó la atencion, era una torre gigante que atravesaba las nubes.
Dudosa se acercó hacía la extravagante puerta del palacio que se encontraba cubierta de serpientes, que al verla se deslizaron rápidamente por el suelo. Ara empujó aquella enorme puerta abriendo paso a ese maravilloso lugar. Dentro del castillo, las cosas eran mucho más extrañas, los pasillos eran como laberintos que siempre estaban en movimiento. Diversas puertas parecieron saber a donde se conducía; algunas se abrían permitiendo su paso, otras se cerraban y después de pasar la última puerta, como si la estuvieran espando, un gran pasillo se abrió frente a ella llevandola en línea recta.
—Te encuentras en el castillo de Lilith....—admitió la mujer, algo temblorosa al percibir el presagio de la muchacha. Todo su cuerpo vibraba con las imágenes que llegaban hasta lo más profundo de su mente. Ara asustada al oír ese nombre, abrió sus ojos de golpe volviendo a la actualidad, donde la luna destellaba en las aguas cristalinas del lago—. Eso que ves, son presagios. Ese es tu poder. Cada bruja, desarrolla un dote que es más poderoso que todos sus dones, y el tuyo son señales que se interpretan como el anunció de un hecho futuro.