Eterno renacer

Encontró la llave

En un principio solo reinaba la oscuridad, aún cuando no existía nada en el planeta, aún cuando las fuerzas naturales estaban paralizadas. Tiamat, cuyo cuerpo era el de un feroz dragón de grandes escamas, lideraba a todas las demás criaturas a su merced. Era liberadora y protectora de las que luego serían mujeres, titular de la magia y fijadora de los destinos. Esa era ella, la diosa del caos. Un caos lúcido que fue derrotado por las fuerzas mayores de su ínfimo enemigo, y que luego, se convertiría en el universo.

Cortando a la diosa por la mitad, el Dios del orden usó sus costillas para hacer la bóveda del cielo y la tierra. Sus lágrimas se convirtieron en la fuente del mar dulce, y los astros giraron ante la gran pupila quieta. La flora brotó del consuelo con lágrimas regadas por su lóbrego dolor, y el aire era el canto eterno del caos sordo. A partir de las llamaradas que despidió nació la primera mujer; Tiamat introdujo toda la sangre del corazón en el cuerpo de su hija y la convirtió en la primera bruja sobre la faz de la tierra. Todo el poder de una diosa concentrado en un cuerpo humano, siendo la llamarada creativa, poderosa, chispeante y sanadora de un universo que se volvió un enorme dragón verde.

—Estaba al tanto de que usted es la bruja más sabia, pero creo que la subestimé —concluyó Ara luego de oír el resumen que salió de la boca de Elvira. La lluvia había mermado, iba cayendo el atardecer mientras las brujas caminaban por las amplias calles de cemento—. Entonces, ¿cómo fue que la primer mujer terminó siendo reina de los demonios? —miró a la bruja antigua, quien se detenía para descansar el cuerpo en su bastón.

—Resulta que... Lilith se negó a su destino, ella aborrecía la idea de ser la esclava del primer cazador, quién por cierto, nació de la sangre derramada del Dios Marduk, la Diosa supo defenderse —dijo mirando a la muchacha de reojo—, Como decía.... Ella creía que los humanos no eran más que una especie naciente que carecían de inteligencia, ella no quería ser esclava de nadie, quería reinar, disfrutar de sí misma. Lilith sabía que los humanos estaban lejos de alcanzar el poder de los de nuestro mundo, fue así, que eligió gobernar a esas criaturas —finalizó, mientras volvían rumbo al camino.

—Bien. Tiene sentido —dijo Ara, siguiendo el paso de la bruja a través de unas murallas, donde poco se veía, dado el espesor de la neblina colo roja que ocultaba el camino. Elvira extrajo de su bolso un frasco con polvo gris para luego colocarlo en su mano, cerró la misma en forma de cero y sopló a través de ella hasta que lentamente la neblina se fue desvaneciendo dejando ver el sendero hacía el castillo.

A medida que se acercaban, el ambiente a su alrededor se volvía cada vez más sombrío: se formaban figuras amorfas que las observaban detenidamente desde la lejanía. La respuesta era evidente, se estaban acercando.

Finalmente, el grandioso castillo se hizo visible. Este se erguía solemne sobre una colina, que para llegar hacía él, debían cruzar unas rocas que las doblaban en tamaño.

De repente, un trueno la hizo mirar el cielo oscuro, donde las nubes rojizas se arremolinaban sobre ellas y la luna poco a poco iba mostrando su cara, pero no de la manera en que la muchacha la conocía. Esta vez, era casi invisible, una bruma color negro la rodeaba ocultandola en su totalidad.

La lluvia seguía cayendo, cada vez se intensificaban más las gotas que caían en un color subnormal similar a la sangre. Ara acunó sus manos, y una pequeña gotita escarlata se deslizó sobre ella para luego caer sobre las botas de lluvia moradas.

—Cuando el cosmos se alinea.... la profecía comienza...—musitó Elvira. La joven la miró de reojo, se veía tan maravillada como ella—. ¡Arantxa el hechizo de protección! —gritó la bruja cuando una especie de espectro se acercó de manera tenebrosa hasta ellas, era una criatura negra y sin ojos en el rostro que se volvía hacía ellas con su boca repleta de dientes y una lengua babosa y alargada.

Ara con sus manos temblorosas, sacó la botella que Freya le había entregado y la colocó sobre su pecho, aferrándose a ella con toda su fuerza hasta que comenzó a vibrar. El hechizo brillante salió disparado a través de la transparencia del vidrio, impactando en la criatura de figura delgada y filosos colmillos que lanzó un alarido ensordecedor obligando a las brujas a taparse los oídos.

—Eso estuvo cerca —habló Ara, intentando calmar su respiración por el espanto.

Continuaron por el camino de rocas el cuál se iba alargando cada vez más, hasta que la enorme puerta del castillo apareció en su campo de visión. Se acercaron atentamente hasta la puerta, donde la bruja antigua conociendo la manera de entrar, sacó una daga de su abrigo y con ella realizó un corte en su mano por la cuál su sangre se comenzó a deslizar. Posó la mano sobre una esfera de cristal que había junto a la entrada y esperó. Un segundo más tarde, la puerta se abrió sin emitir ningún ruido.

—Hasta aquí llego yo —dijo Elvira, apoyada en su bastón—. A partir de ahora, deberás seguir tú sola—Ara respiró hondo, largo, temblando, mientras observaba la oscuridad que arrastraba el interior del castillo. Ese enorme lugar parecía vigilarla, esperarla.

—Pero ¿Qué harás aquí afuera? No parece un lugar seguro —preguntó mirando hacía atrás, donde el ambiente rojizo perduraba.

—No te preocupes por mí. Tengo otros planes —le sonrió la bruja alzando su daga, para luego desaparecer—. ¡Saluda a Lilith de mi parte! —exclamó alejándose.

La muchacha respiró fuertemente un par de veces mientras se aseguraba y mentalizaba a sí misma de que no debía temer. Caminó con decisión hacía el interior de aquel edificio de piedra gris, el cual estaba decorado por cientos de ojos de serpientes que recubrían las paredes sin ventanas. La entrada permanecía en penumbra. Ara caminó con cuidado, atenta a cualquier cambio en las tinieblas que se arremolinaban en las esquinas del castillo.




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