Al día siguiente, Ara suspiró entrando a la casa Tiamat, era temprano, estaba vacía. Jugaba con una servilleta, la rompió en pedacitos e hizo que flotaran en el aire dispersándose como sus pensamientos, alejándolos. Sentía la cabeza ligera y los ojos pesados, era imposible que los pensamientos se aquietaran, rebotaban de un lado a otro dentro de su cabeza.
Sin embargo, todo se esfumó cuando vio a Rebeca asomar por la puerta. Llevaba ropa de jardinería, mientras que en su mano reposaba una canasta de mimbre cubierta por hierbas. Cuando cruzó su mirada con la castaña, Ara pudo observar a través de ella que se encontraba molesta. Sus ojos oscuros estaban muy abiertos, su rostro más pálido de lo habitual, y las pecas debajo de sus ojos estaban rigidas contra su piel.
Becca la miró por unos segundos para luego darse la vuelta y salir nuevamente del lugar. No parecía muy abierta a hablar con Ara, ella no creía que la bruja supiera como su corazón se retorcía dentro de si misma como un animal ciego. No creía que supiera que había aguantado la respiración mientras se adentraba a ese escalofriante lugar.
—Becca —la llamó, siguiéndola hacía el jardin—. No tienes derecho a estar enojada. Fue mi decisión.
—Bien —dijo ella—. No me enojaré. —pero se veía furiosa.
—Sé que sientes miedo —respondió Ara, sincera—, cuando estaba en aquel lugar... solo pensaba en volver a salvo para estar contigo.
—No tienes idea de quién soy realmente.
—Solo sé lo que me dejas saber —musitó frustrada. No se sentía cómoda con esa conversación, no se sentía cómoda con la reacción de la bruja.
—Sí, tengo miedo —dijo—, estamos arriesgándonos a perder todo lo que tenemos... a perdernos a nosotras.
—Entiendo las consecuencias, y por eso mismo fue que decidí ir con Lilith. Necesitaba saber a qué nos estamos enfrentando. Necesitaba saber con exactitud porqué soy la guardiana de este don que me otorgó.
Una mirada derrotada y preocupada se apoderó de Becca, quién se volvió hacía la joven con un interrogante en su mirada. Ella se obligó a caminar los pocos pasos que las separaban para quedarse frente a frente y con sus dedos acarició el cabello trenzado de la joven bruja.
—No quiero ver cómo te lastimas a ti misma, bonita —dijo finalmente. Ara tragó saliva mientras se acercaba, mirando fijamente a sus ojos oscuros.
—Ninguna tiene porqué salir lastimada. Ya lo hablamos antes.... necesito hacer esto porque soy la única que puede hacerlo. Soy la clave de todo.
—Solo estoy preocupada por ti... por nosotras —susurró Becca, cerca de su rostro —. ¿Cómo puedes estar tan segura? ¿Si te equivocas y hay otra manera de solucionar las cosas sin involucrarte? ¿Y si estuviésemos arriesgando nuestra vida y la de las demás por nada? ¿Y si fuera el fin de todo?
—No puede ser el fin, porque todo lo que sucedió antes no era nada.
—¿Nada? ¿Nosotras no somos nada?
Ara le sujetó el brazo y la acercó hacía ella. Con un ímpetus feroz la besó en los labios. Poco a poco, la rabia cedió a la pasión, y las manos, que antes se agarraban a las ropas de Becca, empezaron a acariciar su cabello.
—Sabes que no me refería a eso....—murmuró en un ronroneo, mientras mantenía su frente apoyada en la de Becca.
Siempre buscaba el contacto con la bruja, siempre entrelazaban sus dedos, presionaban palmas, se besaban, incluso cuando no estaban en su mejor momento. Pero era todo tan nuevo, tan increíble, que, si Ara pasaba incluso un momento sin su contacto, comenzaba a temer de que un día se despertaría para descubrir que todo había sido un sueño. Los momentos eran tan fugaces. Tan frágiles. Todo lo que ella podía hacer era aferrarse a las cosas que importaban y esperar a que eso fuera suficiente.
Las brujas caminaron hasta sentarse sobre los columpios que decoraban en el jardín, era una mañana tranquila, solo ellas dos cubiertas por el aroma a hierbas que desprendía la canasta que Rebeca depositó sobre el césped. Era algo que ambas necesitaban, cuando su romance solo se trataba de tensiones y peligros. Pero aún así, quedaba un largo camino por recorrer. Tantos obstáculos que aún no habían encontrado.
—A veces pienso en como hubiera sido todo si nos hubiéramos conocido en otra circunstancia —dijo Becca, balanceándose con sus pies.
—¿En otra circunstancia?
—Sin ser brujas. Solo humanas capaces de amarse la una a la otra, sin agobios que nos rodeen.
—Eso sería aburrido —respondió Ara, mirándola de costado—, los problemas de los humanos son incluso más agobiantes que los de nosotras. En cambio, siendo brujas, podemos arreglar todo con magia. Podemos cambiar nuestra realidad.
—Me gusta que finalmente te hayas vuelto amiga de la magia —le dedicó una suave sonrisa mientras se abalanzaba hacía ella, haciendo que sus piernas chocaran.
—Fue divertido descubrir este mundo contigo —estudió a Becca con sus ojos color alba, había cierta suavidad en su rostro que hizo que Ara se quedara sin aliento. Había emoción en ellos.
—Me alegra oír eso —dijo mientras detenía su columpio y se agachaba a recoger unos pétalos de rosa de la canasta. Con sus dedos lo limpió y luego lo llevo a su boca.
—¿Eso que acabas de comer, acaso es una rosa? —observó a la bruja con una mueca mientras tragaba aquella flor.
—Sí... adoro los pétalos de las flores. También son consideradas un ritual, ¿sabías? Tienen muchas propiedades —confesó Rebeca disfrutando del sabor que se pegaba en su paladar. Con su mano le tendió un pétalo a la muchacha que se columpiaba, pero ella negó con su cabeza—. Es más divertido robarselas a las hormigas.
—¿En serio? —Ara se llevó una mano a la boca para ahogar una carcajada.
—Por supuesto, con un poco de maldad saben deliciosas.
—Eso es demasiado cruel. Estás robando su comida —bromeó Ara y se encontró a sí misma viendo a la bruja disfrutando de la rosa, mientras se balanceaba con sus pies.