Eterno renacer

El beso de la muerte

Las brujas despertaban conteniendo la respiración temiendo por lo que vaya a suceder cuando el sol se ponía, y se iban a la cama perdiéndose en el insomnio de la noche. Así, durante la última semana. Nada había ocurrido luego de la tormenta, como si todos los problemas se hubieran disipado con ella. Sin embargo, tanta tranquilidad solo podía significar una cosa.

Las estrellas no tenían prisa, el atardecer se posaba lento por detrás de los árboles. Por encima de sus ramas, el cielo estaba tan oscuro como siempre, trayendo consigo el fuerte graznido de una bandada de aves. El ambiente era demasiado sombrío pero el poder que imponía aquella noche era totalmente
fascinante.

A lo lejos, Ara observó unas luces centelleantes mientras intentaba esquivar las ramas que rozaban su rostro. Se las quedó mirando hasta que las identificó como las llamas de una enorme hoguera que comenzaba a rugir. La joven alcanzó el brazo de Becca, al distraerse y pisar una pequeña roca que se cruzó en su camino. La bruja negó con una sonrisa mientras entrelazaba su mano con la de ella. Se sentía suave, pequeña y cálida en la suya. Una chispa pasó entre ellas como una sonrisa secreta.

—Puede que tengas una tendencia a distraerte algunas veces. De acuerdo, muchas veces —añadió Becca con rapidez, dándole un golpecito en el hombro juguetonamente.

—Eres de lo peor —murmuró Ara, sin soltar la mano de la bruja.

—Me amas. —la sonrisa de la bruja amenazaba con salir de su cara, era tan amplia.

—Alguien tiene mucha confianza, ¿no?

—Pero sí que me amas —insistió, arrugando su nariz pecosa. Era claro que esperaba una respuesta.

—Sí. —Ara sonrió mientras se abrían paso a lo que parecía ser una reunión de brujas.

El cántico de voces delicadas y femeninas se unían al unísono mientras entonaban llamando a la magia. Era un sonido único que se deslizaba a través de sus oídos hasta hacer vibrar todo su cuerpo. Un sonido hechizante que se oía a lo lejos como silbidos.

Las Tiamat se mezclaron entre el remolino de mujeres que ya danzaban a la par de la fogata como criaturas infernales. Mientras más danzaban alrededor del fuego, más crecía y más poder emanaba a través de las llamas.

—Espera aquí —dijo Rebeca, señalando un tronco caído en el suelo.

Ara solo asintió viendo como su amada se perdía en el gentío. Las demás, también se dispersaron a penas entraron al bosque. Ahora solo se encontraba ella y la oscura soledad mientras disfrutaba de aquella reunión donde algunas mujeres seguían danzando, otras compartían besos, y una que otra invocaba su magia en un ritual a la naturaleza.

—Es un placer tener tu presencia hoy —dijo Roxane sacándola de su apacible  soledad. Llevaba su habitual túnica oscura, pero esta vez, no intentaba cubrir su rostro en ella.

—El placer es mío —respondió Ara, levantando su mirada—, es maravilloso presenciar el poder que emanan todas las mujeres en un solo lugar. Me siento segura aquí.

—Has cambiado mucho, Arantxa —admitió con firmeza—. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien. Me alegra poder confirmarlo.

Bien. Era una emoción que Ara no sentía hace mucho, estaba muy lejos de sentirse así. El único momento en el cuál ella podía sentirse bien, era cuando estaba cerca de la bruja: oler la lavanda en su cabello, verla sonreír, sentir su piel caliente, definitivamente era algo que se sentía bien.

—Algo así —desvió su mirada al suelo, pensativa. No estaba en su mejor momento, pero lo intentaba —. Es todo muy caótico, ¿sabés? Creo que solo intento ser optimista —dijo suavemente y la mujer le dedicó una sonrisa nostálgica. Le recordaba a ella misma en su juventud, consumida por el miedo dentro de un mundo irreal.

—¿Te doy un consejo? —preguntó Roxane.

—No me vendría mal.

—Tienes que tener mucho cuidado, porque los secretos son como lágrimas de fuego y niebla llorados por la luna. Y tú, Arantxa, eres quien nada en el eterno renacer de sus ojos... —un intercambio de sonrisas confusas aclaró que el mensaje había llegado.

Ara miró por unos segundos el vacío en los ojos de la mujer, no comprendía lo que intentaba decir, pero si Roxane le advertía sobre algo entonces ella debía tener cuidado. Porque algo que aprendió es que siempre se debe escuchar el consejo que salga de la boca de una bruja.

—¿Todo en orden? —preguntó Becca llegando a su lado con una bebida entre sus manos. La bruja cruzó una última mirada con Roxane antes de que esta se despidiera y regresara al fogón junto a las demás.

—Sí, eso creo —dijo un tanto confundida, fingiendo una sonrisa en su rostro —. ¿Es para mí?

—Claro. Pruébalo. Tiene un sabor extraño al principio pero luego te acostumbras. Es esencial en este tipo de reuniones —le entregó una copa de líquido escarlata mientras se acomodaba sobre el tronco derribado.

—No es la primera vez que lo pruebo—afirmó Ara, observando distraídamente su bebida.

—¿Cómo?

—Lilith...

—Cierto, casi lo olvido. Ese día estaba preocupada por ti, tanto que preferí dejarlo en el pasado. Como si nunca hubiera existido, llevándose mis emociones encontradas con él.

—Estoy segura de que me extrañaste —vaciló Ara, arrugando su nariz al volver a sentir el sabor metálico en su boca.

Becca asintió.

—Te extrañé desde el momento en que te fuiste.

Le encantaba la exageración, le encantaba halagar. Era su manera. Aún así, Ara se quedó sin aliento como si lo que había dicho fuera real.

—Estás tratando de que me olvide del desagradable sabor de la bebida con tus palabrerías cursis —dijo con sus mejillas ruborizadas.

—¿Lo hago? —indagó Becca, acercándose lentamente a su rostro—. Tu rostro en este momento, está del mismo color que la copa que tienes en la mano —su suave mejilla se deslizó contra la de Ara mientras se inclinaba y tocaba con sus labios la oreja de la muchacha.




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