Eterno renacer

En el suelo de hierbas

Cientos de ojos rojos y terribles que transmitían el horror absoluto navegaban en el interior de la mente de Rebeca. Ojos que observaban a la muchacha por dentro, ojos que la miraban por fuera. Aquella mirada le hacía sentir que su vida no valía nada, que ella no valía nada.

O al menos, eso fue lo que pensó Ara, quién caminaba junto a una vela en sus manos por el interior de la mente de la bruja. Descubrió cosas de ella que no sabía, como por ejemplo, su amor por ella. Ara creía que solo era atracción, pero era un sentimiento aún más fuerte que eso. Le agradó haber conocido lo que sentía por ella, por un momento, la hizo sentir especial. Sin embargo, mientras más caminaba, más se sumergía en la oscuridad.

Becca sentía la presencia de la joven en su cabeza, cada paso que daba dentro de ella parecían cuchillas que trituraban su interior, mordiendo, arañando, desgarrando cada pequeño fragmento que aún quedaba por descubrir. Hasta que finalmente, Ara llegó a ese punto en particular que la bruja intentó ocultar todo este tiempo.

Iluminó con su vela, encontrándose de frente con el rostro de Becca. Ella sonrió al ver a la bruja, pero la sonrisa en su rostro se desvaneció cuando la misma se transformó en una nube de color negro. La sombra se deslizó hacía sus pies, donde se detuvo para observarla y luego de la misma manera, se alejó.

Con los ojos aterrados, Ara se acercó tratando de enfocar lo que veían sus ojos. Intentó tocar aquella sombra que por alguna razón hacía que su corazón se arrugara, no quería creerlo, todo su interior lo negaba. Aún así tomó coraje, respiró lentamente para intentar mantener la calma, pero todo su cuerpo temblaba sin poder evitarlo. Se quedó quieta, esperando algún ataque por parte de la sombra humeante que se arremolinaba ante ella. Pero ningún daño llegó, era una Marduk, sin embargo no podía lastimarla.

Entonces Ara comprendió lo que sucedía, sabía el significado de esa visión.

Sabía que Becca le había mentido. No podía engañar lo que había en su interior, quizás por fuera pareciera solo una bruja, pero por dentro seguía estando su esencia como cazadora. Ara podía sentirlo, ya no había nada que ocultar. Finalmente, conoció esa lóbrega oscuridad de la que tanto hablaba.

Intentó con todas sus fuerzas salir de esa visión que se transformó en una pesadilla, y cuando lo logró, deseó no haberlo hecho. Volver a la realidad, y tener que aceptar que la persona que más amaba dentro de ese alocado mundo le había mentido, era lo más doloroso que podía sucederle.

—Te lo advertí —comentó el Marduk a su lado—. Te mintió. Utilizó la magia oscura para convertirse en una bruja y así, traerte hacía nosotros.

Ella permaneció en silencio. Le costaba un verdadero esfuerzo asimilar toda la información. Becca la había ayudado a familiarizarse con sus poderes desde el primer día, le enseñó cosas que creía que no existían. E incluso hizo que se enamorará de ella. Cayó en su juego. Ara resultó ser corrompida por una bruja, una que le enseñó todo lo que sabía para luego abandonarla.

Ahora todo había cobrado sentido para la muchacha. Becca sabía sobre los cazadores más que cualquier otra bruja, porque en un momento de su vida, también fue una de ellos. Ahora entendía porque nunca fue a rescatarla. Le dolía admitirlo.

Se sintió estúpida, todo había sido mentira, nunca la había querido. Todos los discursos que le dio sobre querer acabar con ellos, eran pura ficción para atraparla en el calabozo de aquella mansión. Había confiado en ella. Daba igual si la querían para quemarla, desangrarla o usarla en un experimento mágico. Se sentía utilizada.

Solo dos días habían pasado, en un momento se encontraba en los brazos de la bruja, y al siguiente huyendo sus secretos. La joven sintió que perdía la cordura. Pero todo era real, tan real como los besos que compartieron, las caricias que se dieron, las palabras que le susurró. Era tan real como el amor que le tenía, el mismo que perdió con su mentira.

Cerró los ojos como si eso hiciera que el mundo desapareciera. Catástrofe, eso era lo que sentía dentro de su pecho. Sentía que no podía respirar, nunca antes se había sentido tan sola, con tantas dudas, tan desamparada. No sabía que creer, no entendía si todo había sido una mentira desde el principio. Becca... las Tiamat... ¿y si sólo la habían hecho creer que era la heroína para luego asesinarla?

Ara negó con su cabeza, intentando borrar los oscuros pensamientos que volaban dentro de ella. Lágrimas comenzaron a nadar en sus ojos, empapando sus mejillas, corrían por su rostro, deslizándose por su barbilla. Se había atrevido a tener esperanzas, a pensar que era diferente, que tal vez incluso podría salvar a las brujas de aquel lío junto a Rebeca. Su corazón se rompía una y otra vez al recordar su nombre.

—La sal de tus lágrimas es inútil para mí —admitió el cazador con los brazos cruzados sobre su pecho, quién la observaba pasar por todas las emociones posibles, sin compasión—. No fue difícil encontrarte, llegaste a nosotros por tu cuenta. ¿Acaso no te hizo sospechar que ese era el plan desde el principio? ¿Acaso nunca pensaste que alguien de tu entorno te estaba traicionando?

—Yo, jamás... —dijo entre lágrimas.

—Al parecer eres más ingenua de lo que pensé.

—¿Porqué me haces esto? —preguntó con un nudo en la garganta. Se sentía como la peor tortura que podría existir.

—Porqué ahora que sabes la verdad, será todo más sencillo para ti y para mí —dijo acercándose con lentitud hacía ella, rodeandola por detrás—. Estas sola en este mundo, quién creías que era tu aliada, resultó ser tu enemiga. No podrás ganar la guerra tú sola.

—Jamás tendrán la satisfacción de convertirme en una de ustedes —lo desafió. Comenzó a mover las muñecas dentro de las cuerdas. Recordó el poder que tenía a través de su sangre, si se esforzaba un poco, la sangre no tardaría en brotar. Solo necesitaba una magulladura.




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