Las amantes nunca antes habían pasado la noche en una cueva.
—Somos bruja, podemos hacer explotar la sangre y entrar en la conciencia de las personas. ¿Pero no podemos invocar comida o al menos un lugar donde dormir? —Ara se sentó, con los brazos cruzados, mirando fijamente a la pelinegra.
—Algunas pueden hacerlo, pero no es nuestro caso.
—Ya lo noté.
Chasqueó la lengua.
—Por ahora, debemos conformarnos con estas frutas y nueces. Es mejor que nada —respondió Becca desde las sombras mientras colocaba sus brazos debajo de su cabeza y se recostaba sobre la tierra.
—Es mejor que ser la comida de los Marduk —dijo la muchacha, acurrucandose a su lado.
Habían planeado detenerse en alguna cabaña abandonada del bosque, pero lo más cercano que encontraron fue una cueva en medio de la nada. Debían ocultarse, estaban lejos de Abaddon y aún cerca de la mansión de los cazadores, podían encontrarlas en cualquier momento.
Como si el viaje no hubiera sido lo suficientemente difícil. Ara estiró el cuello. Sus piernas se sentían débiles y pegajosas mientras se estiraba en la tierra. Corría a menudo, pero no tan lejos. Y no con tal caos persiguiéndola.
Ella solo daba vueltas y vueltas sin poder conciliar el sueño. Temiendo que algún animal salvaje las atacara o incluso un duende les arrancara los dedos de un bocado. En un mundo donde todo es mágico, podía suceder cualquier cosa.
Claro estaba, no podía evitar sentir miedo, como si estuviera al borde de un precipicio, con el temor que le cortaba la respiración y un viento gélido que, desde abajo, la empujaba sin remisión hacía un abrazo mortal con el abismo.
Ara pensaba en todo lo que descubrió en tan poco tiempo, como la magia había matado a su padre. Ella sentía ese peso por completo cada vez que el viento cambiaba y saboreaba la luz del sol, cada vez que una estrella cruzaba el cielo y su propio corazón brillaba.
Observó a la bruja que roncaba a su lado, por un momento envidió la forma en que el sueño llegaba rápidamente a ella incluso con el peligro que las acechaba. Pero luego, solo pensó en cómo reaccionarían las Tiamat luego de saber el secreto de Becca. Quizás entiendan porque lo hizo y vean las buenas intenciones en el corazón de la bruja como lo hizo Ara, o quizás simplemente la obliguen a abandonar el aquelarre.
En ese caso, ella la seguiría a donde sea que vaya.
—Ara, necesitas descansar —escuchó la voz ronca de la bruja a su lado.
—Lo sé, pero no puedo hacerlo —suspiró mirando las paredes de la cueva—. Es todo tan... difícil. Mi cabeza solo da vueltas como una calesita en un parque de diversiones.
—¿En qué piensas?
—En lo injusto que es todo.
—La vida es injusta, aún en los cuentos de hada... —dijo Rebeca dándose la vuelta y abrazando a la muchacha por la espalda—. Pero conozco a alguien que es capaz de enfrentar todo por si sola, y esa eres tú.
Ara sintió una vez más esa sensación de calor y peligro a la vez, ese sentimiento de vulnerabilidad y omnipotencia, en una sola palabra, el enamoramiento.
—¿Qué harás cuando todo esto termine?
—Les diré la verdad a las Tiamat, es lo mínimo que puedo hacer —dijo ocultando su rostro en el cuello de la joven.
—Estoy segura de que lo entenderán—Admitió, pero de hecho, era la eterna duda la que ocupaba el espacio de su mente.
—¿Y si no lo hacen? —preguntó la bruja, con tristeza en su tono de voz.
—Escaparemos. Lejos de todo.
Escapar donde nadie las vea, era su deseo. Lejos de los problemas, donde sólo el sol las cegara y las estrellas brillarán. Crear juntas un mundo de fantasía, en el cuál se puedan refugiar cuando el viento soplara y la tormenta de sentimientos las abrazara.
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Ara se despertó sobresaltada por el blanco cegador del cielo matutino. Estaba temblando, como si su ser hubiera sido empapado en agua helada. Su lengua, espesa por el sueño, contenía un leve sabor a cerezas.
Mientras se apresuraba a sentarse derecha, notó que Rebeca no se encontraba a su lado como recordaba. Se quitó el sueño de los ojos mientras buscaba con la mirada a la bruja.
Los ojos de Ara se abrieron de golpe. Al principio parecía vulnerable, atrapada entre el sueño y la vigilia. Pero luego inhaló temblorosamente el humo que flotaba en el aire.
—Becca, ¿qué sucede? —preguntó llegando a su lado. La bruja se encontraba de pie frente a la entrada de la cueva, con sus manos en los bolsillos, observando perdidamente la nube gris que se formaba en el cielo.
—¿Hueles eso? —Ara asintió con el ceño fruncido—, es magia oscura, los Marduk están intentando quemar el bosque antes de que podamos escapar —dijo en un hilo de voz, estaba cegada por sus sentimientos. Congelada en su lugar sin saber como reaccionar.
—Tenemos que irnos —dijo la joven, tirando de la muñeca de Becca.
—¿No vamos a hacer nada? —preguntó, pero Ara solo negó con la cabeza—. ¿Solo vamos a escapar?
—No podemos simplemente apagar el fuego con agua. Es magia oscura. Llevaría casi un día salvar todo el bosque —dijo desesperadamente.
—Pero al menos podemos intentarlo.
—No podemos salvar todo, Becca — los ojos de Ara brillaron con tristeza—. No tenemos el don para hacerlo, moriríamos en el intento. Es el fuego o nosotras. Elige.
El horror se acumuló en el estómago de Becca mientras veía arder el bosque, observaba las llamas correr a través de la hierba frente a ellas. Su cuerpo estaba resbaladizo por el sudor. Y, sin embargo, incluso mientras trataba de considerarlo, solo había una respuesta que podía dar.
—Nosotras. —susurró con voz ronca.
Se apresuraron a correr, el aire de la mañana era fresco y brillante mientras cruzaban los árboles. El camino estaba vacío, pero aún así, el fuego se aproximaba. Ara tosió cuando su garganta se apretó, dificultando la respiración. Inhaló lentamente, tratando de concentrarse en el flujo de aire a través de sus pulmones en lugar del sonido irregular de su respiración. Se sentía un poco mareada.