Eterno renacer

Liberando la masacre

En ese momento, las llamas bramaron aún más fuerte con el contacto de la sangre de la bruja. El humo era casi negro. Espeso y turbio. Los árboles tenían coronas rojas y hambrientas, como reinas condenadas, y las aves graznaban y aleteaban en círculos enajenados.

El fuego llegó a ella, Ara lanzó los explosivos de sangre hacía el centro del poder del fuego, lo aplasto, lo enfrío, pero se mantenía fuerte y se resistía a la extinción. El hechizo brotaba caótico, escorado, no del todo correcto, y el calor iba a más. Tenía los pulmones ardiendo, la boca abrasada y la piel febril. Las llamas mordieron sus piernas y, aunque su piel no se quemaba, el extremo de sus pantalones comenzaron a humear.

—Becca, ¡Debes correr! ¡Huir del bosque! ¡No podré controlarlo por mucho tiempo! —exclamó exhausta a la bruja. Sentía su cuerpo débil y su cabeza le dolía ante tanta presión.

—¡Ara detente! —le gritó entre lágrimas al ver como el fuego subía a través de su amada.

—No puedo hacerlo, por favor, vete. —insistió, intentando con todas sus fuerzas que el fuego no llegará a donde estaba Rebeca.

La bruja se apresuró a correr en su dirección contraria, sintiendo el calor que emanaba el fuego sobre ella. Gotas gélidas de sudor se mezclaban con las lágrimas que brotaban de sus ojos. No volvería a abandonarla, no podía hacerlo, corrió con todas sus fuerzas mientras en su mente intentaba contactar a las Tiamat. Necesitaba advertirles lo que estaba sucediendo. Necesitaba buscar ayuda y esperaba a que no fuera demasiado tarde.

La muchacha observó por encima de su hombro a la bruja que huía del lugar. Aunque en su corazón lo negará, no sabía si volvería a verla. Sonrió una ultima vez a la mujer que amaba, la mujer que la hizo sentir libre. Ella deseaba escapar juntas de los problemas como lo habían planeado, pero vivía en ese momento. No estaba en un sueño o en un cuento de hadas donde podría huir con facilidad. No, debía luchar.

Sintió una oleada de sangre negra rodeando ambos brazos, enroscándose como una serpiente, en un abrazo mortal. Ara dejó que la electricidad se liberase y su cuerpo se arqueó hacía atrás con tanta tensión que sintió como todos sus huesos sonaban como si pisara hojas secas en un bosque.

De repente, todo su cuerpo se comenzó a elevar, estaba flotando en el aire. El fuego ya no la tocaba, sin embargo, rugió con más furia buscando a las brujas. Sus ojos se pintaron de blanco y a su vez lloraban sangre. No sabía si era producto de sus emociones o de los cambios que producían en su cuerpo el hechizo. La calidez de la sangre le escaló desde el estómago hasta la garganta. El líquido salió por su boca como un tentáculo de terciopelo rojo. Los ojos y los oídos se le inundaron de sangre.

A tal paso, no podría resistir mucho. Su cuerpo, inundando en el líquido escarlata que derramaban sus ojos, estaba completamente frágil. Aún así, ella no sentía control sobre sí misma.

El fuego ardió una vez más, fue tanta la potencia de las llamas que la tierra se agitó. El incendió comenzó a desprender grandes oleadas de energía y se aplano como si algo lo estuviera aplastando, la tierra en su centro se partió al medio a solo unos centímetros de sus pies, en ese momento, algo inició su potente ascenso.

Primero salió un brazo que en su extremo tenía una mano con dedos afilados, esta se aferro a la tierra para ayudarse en el empuje. Era una mujer, tenía el cabello tan negro y resplandeciente como el ojo de un halcón, su vestido rojo estaba en llamas pero parecía no quemarla, no dolerle, solo estaba ahí, parada mirándola hacía arriba con sus ojos verdes brillantes.

Entonces el cuerpo de la fémina, comenzó a cambiar de una manera aterradora, el tamaño de la criatura comenzó a crecer y crecer hasta alcanzar los tres metros de altura. Era un dragón, su cuerpo se asimilaba al de una serpiente lleno de escamas de un tono rojizo, garras que se parecían a la de un león pero multiplicando su tamaño, y alas de águila. Era una figura de proporciones inabarcables saliendo de una grieta inmensa en el suelo.

Todo parecía poco creíble, hasta que lanzó fuego por su boca junto con un voraz rugido que fue tan vigoroso que hizo tiritar a todo el pueblo de Abaddon.

Las numerosas sombras de los Marduk se movían en oleadas: eran cientos de brazos y piernas que avanzaban como una sola entidad a través del fuego. Cientos de ojos dorados que la miraban con rabia. Pero al descubrir la criatura que se encontraba frente a ellos, se detuvieron en seco, como si hubieran visto el final de sus vidas pasar corriendo a años luz frente sus ojos.

El dragón volvió a rugir, esta vez, con tanta potencia que el suelo debajo de los cazadores comenzó a derretirse y los hilos de la sangre espesa de la bruja empezaron a flotar por la grieta en dirección a los Marduk. Las sombras clavaron sus afiladas uñas en la tierra en un intento de sujetarse, pero era tanta la potencia de aquel líquido que se terminaron rindiendo y cayendo en la enorme grieta negra del suelo.

Finalmente la criatura luego de haber cumplido su misión, observó con su feroz pupila a la elegida que flotaba en el aire, sostenida por una superficie de sangre. El dragón desplego sus alas y se tumbó dentro de la grieta que yacía en el suelo. Las brujas estaban a salvó, y la diosa se había encargado de eso que le había quedado pendiente desde el principio de los tiempos.

Una presión golpeó el pecho de Ara haciéndola volver a la realidad. Gritó y tomó una enorme bocanada de aire fresco antes de caer en la tierra. Observó el mundo curvarse en torno a las olas de sangre oscura que volaban alrededor de ella; agujeros negros líquidos cuya energía electrificaba el ambiente. No había rastro de los cazadores ni del incendio que minutos antes convertía todo en cenizas, sin embargo, estaba destruyendo todo con su sangre.

Llegaron gritos y luego notó a través de sus párpados cerrados los destellos de la magia. Estaba fría y temblando. Unas manos la sujetaron. Sopló viento en su rostro y tosió sacudiendo todo su cuerpo.




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