Dicen que el tiempo es una línea recta: ayer, hoy, mañana. Una sucesión simple que avanza sin detenerse. Pero los científicos descubrieron hace mucho que esa idea es solo un espejismo.
Einstein habló de la relatividad: el tiempo no es igual para todos. Puede estirarse o comprimirse, como un río que acelera en algunos tramos y se detiene en otros. Riesling mencionó los agujeros de gusano, atajos invisibles que podrían unir dos puntos distantes del universo… y, tal vez, dos momentos diferentes.
Nietzsche fue más cruel en su filosofía: para él, el tiempo podía repetirse eternamente, como un bucle que nos obliga a vivir lo mismo una y otra vez, sin escape posible.
¿Y si ambas posturas fueran ciertas? ¿Y si la ciencia y la filosofía no fueran opuestas, sino reflejos de un mismo misterio?
Porque a veces, lo que creemos un principio no es más que el final de algo que ya ocurrió.
Y en ocasiones, el tiempo no avanza.
Se repite.
El aire estaba pesado, cargado de humedad, y un silencio extraño se extendía entre los árboles, interrumpido solo por el crujir de las ramas bajo sus botas. En realidad, Liam no estaba muy seguro de por qué estaba ahí, pero avanzaba con paso firme. Sin embargo, el mundo se puso en su contra cuando empezó una tormenta a pocos minutos de llegar.
Resopló, molesto.
— Qué día tan inútil para salir… — murmuró, y volvió a andar.
Caminó unos metros más y, al apartar unas ramas, se detuvo en seco. Allí, en el barro húmedo, yacía una chica boca arriba, inconsciente, empapada por la lluvia.
Liam se inclinó apenas, la observó con la misma serenidad fría que lo definía.
No la conocía.
No recordaba haberla visto nunca.
Por un momento, Liam creyó que estaba muerta. Su pecho subía y bajaba apenas, pero no respondía a sus palabras ni a la lluvia que le golpeaba el rostro.
Al rozar su brazo para intentar despertarla, un estremecimiento recorrió su piel: una descarga leve, como electricidad estática, chisporroteó entre sus dedos y lo hizo retroceder un segundo.
Respiró hondo, obligándose a mantener la calma.
Sacó de su mochila una manta ligera, húmeda por el clima, y la envolvió con cuidado. Con un esfuerzo torpe, la levantó en brazos. El viento azotaba con furia, y cada paso entre el lodo se sentía más pesado, más denso. Aun así, avanzó decidido hacia su casa.
El bosque lo observaba en silencio, como si guardara un secreto que él todavía no podía entender.
Al llegar a su casa, empapado y con los brazos entumecidos, la recostó en su cama y contempló su rostro. Liam pasó una mano, revolviéndose el cabello.
Pensó en que se estaba volviendo loco por confiar su casa para llevar a una extraña.
Liam era conocido por ser un chico frío, sereno, casi imperturbable. Todo en su vida estaba bajo su control.
Ella llegó para quebrar su equilibrio.
— ¿Quién eres tú?
Una voz dulce lo sacó de sus pensamientos.
Bajó la mirada, sin sobresaltarse.
La chica lo veía fijamente, con los ojos muy abiertos.
— Te encontré en el bosque y ahora estás en mi casa. No soy alguien importante, en realidad.
— ¿Bosque? — murmuró ella, confundida. — ¿Estoy muerta?
— Bueno, estás aquí, y según yo, no puedo ver fantasmas. Entonces no.
Liam sostuvo una toalla y le dejó otra a un lado.
— Iré a darme un baño. Tú también lo necesitas. Si quieres, espera a que termine y luego entras tú… y si no, solo vete.
Sin esperar respuesta, dio media vuelta y cerró la puerta.
La chica se quedó inmóvil todos los minutos que estuvo sola.
Aún no podía entender lo que le había pasado.
De pronto, Liam regresó a su habitación.
— Decidiste quedarte. — comentó, dejando una camisa limpia sobre la cama. — Ponte eso. No pregunté tu nombre.
La miró sin mostrarle importancia.
— Aurora.
— Yo soy Liam. Puedes ir a bañarte.
Aurora se incorporó con torpeza.
— Sé que mientes.
Liam alzó una ceja.
— ¿Mentir?
— Sí, no es posible que me hayas encontrado en un bosque. Eso… eso solo existe en las películas.
Él cruzó los brazos.
— Sigues aturdida. Es normal. Ve a bañarte, y en la mañana te llevaré a tu casa.
— No, no entiendes. Yo estaba llegando a mi casa… o al menos eso recuerdo. No sé qué pasó después.
Liam la miró directamente a los ojos.
— ¿Estás delirando? No hay casas cerca del bosque.
— ¿Por qué hablas así? ¿Sigues hablando de bosques? El que está delirando eres tú.
— Aurora, tu nariz. — le dijo con la neutralidad que lo caracterizaba.
En realidad, Aurora tenía miedo.
Tenía quemaduras que no recordaba en su piel, la cabeza le daba vueltas y ahora su nariz estaba sangrando.
El terror la invadió.
— ¿Me has hecho algo?
— Ya lo dije. — Liam la cortó con voz seca. — Te encontré en el bosque y te traje aquí. Nada más.
— Tú…
Aurora no pudo seguir hablando. Un dolor agudo en la cabeza hizo que perdiera el equilibrio.
— Yo no te he hecho nada. — replicó Liam, con la misma frialdad de siempre. — Pero dime, ¿qué me garantiza que tú no consumes algo?
— ¿Qué insinúas? ¡Yo no me drogo!
— ¿Cocaína, marihuana, heroína?
— ¿De qué hablas? ¿Acaso esas son las drogas de tu pueblo?
— Son las más conocidas. — respondió, arqueando una ceja. — ¿Vives bajo una piedra?
— El que vive debajo de una piedra eres tú. Tu casa es rara.
— Bien. Es suficiente. No haré esto. Ve a bañarte, cámbiate de ropa, quédate con mi habitación y mañana a primera hora me dirás dónde es tu casa para llevarte. Me quedaré en la habitación de al lado.
— ¿Vives solo?
— ¿Acaso ves a alguien más? — le respondió con simpleza.
— Quiero irme ahora.
— Perfecto, yo también quiero que te vayas. Pero afuera el cielo se está cayendo y dejarte a tu suerte… no es mi estilo.
Aurora dirigió su mirada a la ventana.
Editado: 21.12.2025