Me ponía a dibujar la rayuela, tú me mirabas con asombro, pero en verdad trataba de no temblar el pulso.
A los seis años no existen las preocupaciones y es inevitable sentirse invencible.
Al saltar al cuatro solía pensar como se sería admirar de cerca las constelaciones.
Estaba pisando el cinco, te decía que jurarás con el meñique que nuestra amistad duraría para siempre.
Llegaba al seis, sentía que era más fuerte qué un superheroe, mejor que Superman.
Cuando mi piedra llegaba al siete sentía que podía volar, más alto que mis preocupaciones.
En el ocho me susurrabas, decías que mi casa estaba embrujada, quizás por eso mi papá vivía enojado, recuerdo que juramos irnos a Saturno, así ya no tendría motivos para llorar y estar encerrado en el closet.
Al mi piedra llegar al nueve, sentía que la vida estaba llena de posibilidades, nada se sentía imposible.
Al llegar al diez se sentía ganar, solía gritar más fuerte que mis miedos.
¿Se podrá tener inocencia para siempre?
¿Existirán cosas hermosas por las cuales sentir asombro?