Claudicaron los mejores en su locura.
neurasténicos navegando por las calles.
lánguidos y apolíneos buscando un
alivio temporal, ángeles caídos.
Guardianes de la noche esperando la
llamada divina. Quienes altos y vigorosos,
pero un tanto cansados, deambulan por los
metrobuses o el pilar de adoración.
Pequeños geniecillos, entre una batalla entre
el cielo y el infierno que no pueden librar,
observando espectaculares de Salvatore Ferragamo,
pueblos llamados San Rafael, de estilo europeo. Y
la manzana de Apple de los desterrados hijos de Eva.
Visitamos las universidades con ojos magnéticos,
alucinando con la ciudad universitaria y ser como un Kerouac
en Columbia.
Nos expulsaron de colegios de humanidades y otros
tantos lugares caóticos, por desenfrenados, suicidas en potencia.
Ni nos afeitamos, malditos hippirisnais.
Nos gusta vestirnos queers. Quienes se tocan la polla
en el transporte público para infringir la ley. Cínicos como
Diógenes.
Duermen en albergues y copularon en ellos, o se
purgaron sus sueños, alcohol, un toque de marihuana,
mucha verga y leche infinita.
Fe ciega, calles delirantes e inmensas, relámpagos
lanzados por algún demonio precoz. Desde el Barrio
San Miguel hasta el sur, lo único importante es el Tiempo y el Amor.
Los árboles de la vida, con frutos inmaduros, las luces
de los autos, el regente del sol, las dos caras de la luna.
Nos tornamos exquisitos, en medio de la basura.
Pasamos por los bajopuentes de Tlalpan y vemos
a las putas y transexuales esperando su próximo 200,
con ansías de un Xanax o inundarnos en marihuana.
Fuimos a la casa de los locos, esperando ser internados,
sin éxito. Pero estamos encerrados en un refugio,
algo muy parecido.
Lleno de gente que trabaja mucho, con dos días
laborados. Enfermos mentales, desocupados,
estudiantes tardíos, esperanzados, adictos,
trabajadores sociales irritantes. Encontramos
a un maestro de teatro lastimoso con quien hablar de
lo que escribimos y como expandir ese talento.
Gritando en la calle para eclipsar nuestros ataques
histéricos, vomitando recuerdos, frustraciones,
desdén silencioso, animadversión.
Estamos atravesados por los traumas de la niñez,
no hay llenadera, nos hemos querido aliviar en loqueros,
alcohólicos, terapias. Intelectos superiores, con
léxicos y elocuencias bárbaras combinadas con
mutismos graduales.
Articulaciones dolorosas, calores nauseabundos,
y hedores insoportables. Dimos vueltas por trenes
y veredas, sin destino fijo, dejando una estela
de corazones rotos.
Estudiamos independientemente a Yeats, Pascal, leímos
el Adolfo de Constant y matemáticas exacerbantes. Misticismo
y religión, dones presentes, el poder.
Con los arcángeles principales rodeándonos y el
universo celestial por encima. El lucero de la mañana.
Quienes solo iban en busca de sexo ocasional, invocando
a Lilitu. Sabíamos que estabamos dementes en éxtasis
sobrenatural.
Los perezosos celtas y hambrientos, conocieron al
polaco aturdido perseguido por masones.
Con pantalones cortos con grandes ojos pacifistas
atractivos, repitiendo incoherencias en la mente, haciendo
movimientos extraños con las manos y el cuerpo.
Mensajes bíblicos extraños.
Temblorosos y rompíamos en llanto ante revelaciones desde
lo alto. Quienes tienen personalidad salvaje y jalan
palancas de auxilio y son llevados al juzgado. Perdidos
rebeldes.
Quienes hacen catarsis en los andenes del metro o
chupan pollas.
Muestran la polla con cualquier propósito asqueroso,
hasta lubricarse. Quisimos chupar y fuimos chupados
por esos querubines terrestres, con inclinaciones
homosexuales.
Se mean en todos lados, el Mr. Universo, meando
territorio. O se embarran caca o semen en la cara o cuerpo.
Tocaron gluteos sin permiso, los masturbaron en
autobuses por el ángel rubio y desnudo que venía
a atravesarlos con su espada.
Perdimos a nuestros amantes por trastornos
mentales inminentes. Sexo atroz, un novio, el corazón