Eugenesia: La voz de los espejos rotos.

Capítulo VIII El honor no siempre lleva a las buenas acciones.

 

"Te darás cuenta que es una belleza de raza, lo único que le importa es la plata que tenés, a nadie le importa nada más, la decencia se mide por la cantidad de dinero que tenés, no hay ningún otro valor..."                     

El Asco de H. Castellanos Moya. 

  — Jeon Taeyang será sentenciado a cadena perpetua  — . 

Esas fueron las palabras exactas que había pronunciado aquel consumidor cuando había despertado de un largo sueño. 

 La noche anterior había pasado rápido entre partidas de juegos y carreras para ver quien terminaba ganando las competencias, como se lo suponían los tres, el primer lugar lo obtuvo Ichinose con un marcador casi limpio, después le seguía él y por último, por un solo punto, se quedaba atrás Xiong Yixing. 

Habían querido seguir, pero las ganas de dormir y descansar del cuerpo les ganaron y cerca de las cuatro de la madrugada se había quedado dormido en el sofá, a la par de Xiong Yixing, sabía de antemano que lo más seguro es que terminaría despertando en el suelo, puesto que, las pocas veces que me había atrevido a dormir con aquel chico de singular personalidad, siempre acababa de la misma manera. 

Por eso, siempre terminábamos haciendo apuestas Yuichiro Ichinose y yo, para ver a quién le tocaba compartir sofá con él. Xiong Yixing a veces era muy reservado, le costaba abrirse hacia los demás, incluso entre nosotros tres, él es quien guarda más secretos, quien aún nos es difícil descifrar. Quizás sea porque las familias como de las que proviene, son muy estrictas con esos temas, en donde la confianza es algo que solo se puede mantener entre familiares y pocas personas. 

Un secreto revelado al público o a otra familia que les quisiera robar, sería su fin. 

Cuando abrió los ojos, todo parecía normal, estaba el acumulador de origen chino tirado, llenando todo el espacio del sofá enfrente suyo y Yuichiro Ichinose se encontraba de la misma manera del otro lado, tapado por unas sábanas a pesar del calor que hacía, lo más seguro es que ya sería cerca del medio día.  

Pero para su gran sorpresa, descubrió que aquel chico que se encontraba tirado sobre el sofá no era el apático y llorón de Ichinose, era alguien más, otra persona que nunca había visto en su vida. ¿Quién podría ser? Vestía unos deportivos rojos, una gorra que apuras penas seguía puesta en su cabeza, las ojeras que le adornaban el rostro indicaban que había pasado lo más seguro días sin poder conciliar el sueño. 

¿Sería de parte de la empresa? No lo creía, su hermana no regresaba de su gira de negocios hasta dentro de dos semanas más, tenía que visitar aún Táipei, Macao y Shangái. En estos momentos debería de encontrarse en Kyoto  hablando de negocios con la mayor empresa de tecnología de aquella provincia para hacer un acuerdo comercial de patentes. 

No podía tener relación alguna entonces con la contratación de Jeon Taeyang por ende, por lo que podría estar un poco más tranquilo, quizás era un amigo de Yuichiro Ichinose, aunque debía aceptar que nunca había visto a aquel chico de cabellos pintados en la universidad. ¿Serían amigos de infancia?  

Más y más preguntas rondaban por su cabeza y ni llevaba más de cinco minutos despierto, decidió dejar de pensar tanto y se dirigió a la cocina a comer algo, aunque sea un par de sobras de la cena de anoche, sino es que había alguna fruta o comida congelada. Con pereza caminó lentamente, sin ver alguna señal en su camino del chico de origen del país del sol naciente. Recordaba con alegría y mucha risa el día que se conocieron. Nunca había sido bueno para hacer amistades, así que cuando llegó por primera vez a la Universidad se quedó solo, mientras todos los demás Hwarang hacían grupos entre sí, encontró a los chicos que provenían del país del sol naciente, algo interesantes. 

La mayoría de ellos, a comparación de los acumuladores coreanos, vestían mucho más extravagantes, muy parecido a las modas que seguían los consumidores de Seúl. Cabellos pintados de colores inimaginables, plateados brillantes, blancos pureza, celestes con más tinta que el propio cielo podía crear. Ropas de tallas grandes en algunos casos, en otras, vestían ropas mucho  más ajustadas de la que deberían de usar. 

Y de entre todos ellos había uno que llamaba más la atención que cualquiera, uno que llevaba los cabellos lacios de un rojo fuego, a diferencia de los demás que lucían de maneras extravagantes, su estilo de vestir era más suave, más sutil y agradable a la vista que los demás. 

Era Yuichiro Ichinose. 

Nunca había visto, ni se imaginaba desde aquel entonces a un japonés acumulador que vistiera tan decentemente, según las normas de éticas familiares que le  habían sido inculcadas sobre como deben vestir los Hwarang coreanos.  




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