Me mojé, inevitablemente, bajo la tormenta que me erizaba y cuando un trueno surcó el azul cielo mis ojos se cerraron e imaginé que aquella lluvia que dejándome húmeda estaba, eras tú; haciendo un recorrido por mi piel como cual turista se encuentraba en una expedición y me volví a erizar.
Y gemí cuando la frialdad me susurró al oído, haciéndome palidecer y cuando volví abrir mis ojos ya no había nada allí.
La lluvia había cesado y el Sol aparecido.
Pestañear bastó para ver una inmensa pradera que anegada en girasoles me hiciera sonreír, el calor alejó el frío que amenazaba congelarme y recorrí el campo, me acerqué a uno de tantos y tracé líneas sobre él; imaginando que estabas allí mirándome, sólo a mí.
Y de repente caí, pareció infinito pero de un golpe seco me detuve allí, en lo que era el profundo y tenebroso mar que llevándome a lo profundo me arrulló, como si fueran tus brazos, sin embargo, cuando me dí cuenta ya me había ahogado.