Nunca olvidaré la sensación de ahogo que me produjo estar tanto tiempo bajo el agua. La falta de oxígeno bloqueó mis pulmones provocando pequeños espasmos en mi cuerpo, y la poca luz que penetraba bajo el mar se fue apagando poco a poco.
Medio inconsciente sentí que algo agarraba mi cintura para arrastrarme a las profundidades del océano, y fue entonces cuando perdí el conocimiento por completo.
No recuerdo cómo ni cuándo conseguí salir a flote, pero en algún momento del atardecer me hallé a la deriva sobre una tabla de surf, a unos quinientos metros de la costa de Tarifa.
Gracias a una patrulla de guardacostas que supervisaba la zona, pude volver a casa. Jamás encontraron una explicación al hecho de que una niña de tres años sobreviviera en mitad del mar bajo aquellas temperaturas invernales.